Por: MIGUEL BLANDINO.
Supongo que antes habían sido los periódicos y, “más antes”, las octavillas, y todavía más antes que entonces, el teatro callejero, los bufones, etc.
Pero yo nací apenas pasadita la primera mitad del siglo XX. Puedo testimoniar lo de la radio y la tele y el cine y el teatro, sobre todo el experimental, el que vivimos en la U.
Y decir que sí, en efecto, son muy influyentes. Tanto cuando son honestos y francos, como cuando son insidiosos y falsarios.
Pero unos u otros, antes o después, solo son medios, más sofisticados o más rudimentarios, más penetrantes o menos abarcantes, pero medios.
Y el mensaje sigue siendo el discurso (la narrativa le dicen hoy los que quieren parecer modernos, es decir, que están a la moda, esos que llamábamos snob, por no decirles francamente pedantes, altaneros, como un tal “analista”, especialista en todos los temas de esta y de la otra vida, apellidado Aguilar)
Hace poco más de cien años nació Marshall McLuhan, el de la famosa frase que reza “el medio es el mensaje”.
Esa frase se me pegó para siempre desde niño de segundo grado cuando oíamos en la hora del desayuno -antes de salir para la escuela-la única radionovela matutina de que tengo noticia, la de Las aventuras de Chinchulin y Limpiaos Tutuy (el más animala de todos los detectives), en las múltiples voces de Guillermo Antonio “Albertico” Hernández, en la YSKL.
Además de las notas de identificación de la radio, que sonaba algo así como “tararara tata”, dos veces, había un anuncio que cantaban “está comprobado, no se puede vivir sin radio” y la frase de McLuhan.
Así de penetrante era entonces ese medio, poderoso, de cuando apenas unas cuantas familias teníamos aparato de televisión en toda la Colonia Belen de San Miguel, y seguramente en toda la ciudad.
La radio era el medio por excelencia desde cuarenta años atrás.
Gracias a ese medio creció el miedo al comunismo soviético y al Castro comunismo. Por su omnipresencia aprendimos frases terribles como “telón de acero”, ateísmo y conceptos por el estilo, que erizaban los pelos a los adultos menos leídos y “viajados”.
Después cuando se abarataron los aparatos, vino la tele a ponerse en el centro de cada familia y, con ella, el mismo discurso.
La tele y el cine hicieron una revisión chambona de toda la historia para poner a los gringos como los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial y no los sovieticos, los verdaderos vencedores de Hitler y del nacional socialismo.
Como siempre, el campo de batalla se planteaba en el plano ideológico. El terreno era la mente, la conciencia, de los individuos.
Por supuesto que las nuevas tecnologías son muy importantes, pero tienen que ir sofisticándose cada vez más porque sus efectos no duran para siempre.
El mejor ejemplo es el de bukele. La cibernética le dio una enorme ventaja en 2019. Pero cinco años después está en un silencio total, porque con esa misma herramienta la verdad se va imponiendo y cada vez se acerca el momento en el que va a tener que acudir a la única verdadera fuerza de todo poder: las armas de sus fuerzas militares y policiales. La mentira sigue teniendo la mismas patas cortas aunque el tirano se haga implantes de cabello y quiera seguir manteniendo la “narrativa” de un gobierno joven. Es la misma momia putrefacta con nuevos vendajes.
Cayo Julio César, al igual que bukele, no era rico, era un patricio clasemediero de Roma del último siglo como República. Julio Cesar duró muchísimo más tiempo en el cariño de su pueblo. Desde los dieciséis años anduvo en la política y se ganó su prestigio en el campo de batalla como soldado en la Provincia de Asia, mucho antes de ser promovido como Cuestor en la provincia de Hispania Ulterior. Allí, precisamente, fue donde se labró una imagen que iba a hacerlo una “celebrity”: organizó los eventos lúdicos más espectaculares de la historia provincial. De ese modo saltó al estrellato como político que lo encumbró hasta la cúspide. Tan alto llegó que quiso hacer regresar cuatro siglos a la República y restablecer la monarquia. Craso error. Sus mismos pares lo emboscaron en la Curia y, uno por uno, lo atravesaron con sus espadas. No le valieron para nada la victoria tras siete años de guerra por las Galias, con lo que extendió sus dominios desde el Mediterráneo hasta el canal de La Mancha, ni haber conservado bajo la férula Romana a Egipto, tras la muerte de Cleopatra.
La propaganda o, como le llaman ahora, el relato, nunca dura para siempre ni sirve para encubrirlo o justificarlo todo. La ambición de ser un rey condujo a la perdición al pobre clase mediero convertido en poderoso y multimillonario.
El que nunca ha tenido y llega a tener, loco se puede volver, dicen por mi casa. Y es verdad. Y también dicen que el que mucho abarca, poco aprieta.
Sin embargo, buenas personas, revestidas de buenas intenciones y queriendo ser políticamente correctos -como buenos aprendices de los torcidos gringos-, pueden ayudar a apuntalar al gobierno que comienza a inclinarse perdiendo su verticalidad.
Existen unos llamados yutuberes (César Fuentes y un tal Miguel, el de las guitarras)que insisten un día y el otro también en que tooodos los políticos son malos, provocando que sea inviable la lucha política organizada contra el tirano. Otros, como Franklin Martínez y, sobre todo, Roberto Dubon, que insisten en repetir cada día que es una lástima que por unos malos se manche la imagen de Nayib -así le dicen, con cariño- al tirano. Y otros, oportunistas descarados, haciendo su labor de zapa, como Julio Villagran, que desde diciembre pasado, anda como “buen samaritano”haciéndose propaganda, regalando comida y otras cosas que le pide a su audiencia, negando en los hechos lo que du boca pronuncia cuando menciona a su Dios a cada rato. Se olvida de Mateo 6, 1-6, “cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.”
Esta vida se puede vivir en completa ingenuidad si se quiere ser feliz.
Pero si se quiere estar en la política, que es la otra forma de la guerra, hay que andar con los ojos bien abiertos para descubrir a los amigos, a los enemigos y desnudar a los traidores.
Detrás de la tecnología solo existen personas que luchan por los intereses de la clase social a la que sirven.
MCLUHAN Y EL MEDIO.
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