LES ROBAN MUCHO (Parte I)

POR: TOÑO NERIO.

“A los pobres les roban mucho. Los pobres se roban entre sí”, le comentaba como al paso al destinatario de su carta la protagonista de la historia de Elena Poniatowska, mi querida Elena, en El Recado, ese relato intimista tan intenso como solo de ella puede nacer.

Cuando miro a los policías municipales bukelistas destruyendo y tirando al pavimento de las calles de las ciudades de mi país el escaso producto que los vendedores ambulantes llevan en carretones, me rebrotan esas palabras: “A los pobres les roban mucho. Los pobres se roban entre sí”.

Cuando veo esas máquinas poderosas rompiendo los edificios del centro histórico de San Salvador, como si fueran las páginas del álbum de nuestras vidas comunes, para hacerle espacio a las franquicias gringas o chinas, viene a mi memoria El inventario, en el que la escritora parisino-mexicana –que es a la vez cronista, narradora, articulista, columnista, periodista- donde relata como los acarreadores se van llevando hasta un camión todos los objetos de la casa de la abuela, muebles, manteles, retratos, que eran esenciales, indisolubles, de la historia de la familia, los recuerdos tan queridos, entrañables, de tiempos irrepetibles, que nos hicieron ser lo que somos, y en el estómago se queda la desolación. Objetos de toda una vida, que tenían nombre propio y edad, que tenían su sitio en la vieja casa, que eran útiles, amables, añorables, de un inestimable valor no solo económico, sino, en el caso de mi ciudad, sobre todo, cultural, histórico, psico social, parte de nuestra personalidad, que se va diluyendo, como el recuerdo de los muertos cuando solo queda el amor.

Cuenta como Ausencia, la vieja trabajadora de la casa, se va y con ella se lleva para San Martin Texmelucan los perros que le encargó en su postrer deseo la abuelita: “Ausencia, le encargo a mis perros, a la Violeta, a la Blanquita, al Seco, a todos mis buenos perros callejeros, a todos mis pobres animalitos. ¡Que no se vayan a meter en la basura! ¡Que no les vuelva a dar roña!”

Se va la vieja Ausencia para San Martin, dejando en su lugar a la otra ausencia, la ausencia del ser, la ausencia del alma.

Inevitablemente pienso en los ocho mercados que en menos de cinco años se han quemado en incendios misteriosos, situados temporalmente en la inmediatez de las crisis de imagen del tirano, y no se han reconstruido. Sin ironías, incendios que son verdaderas cortinas de humo para esconder las crisis que la tiranía quiere esconder.

Ese es precisamente el vacío que deja la nada -la nada de Michael Ende- al ir tragándose al todo de nuestro ser histórico, nuestra esencia.

La mano criminal de bukele es la estremecedora, la terrorífica nada del libro de La historia interminable, la nada que se roba el tiempo esencial que definió nuestra identidad, nuestra peculiar idiosincracia.

Se está robando nuestra alma, nuestro espíritu, hasta el amor, y para hacerlo está utilizando a los más pobres -los lumpenproletarios-, esos que de tan pobres ni siquiera saben que pertenecen a la misma clase a la que atacan por orden del tirano.

A Elena Poniatowska la conocí muy joven, cuando empezaba mi vida universitaria, y desde entonces la sentí tan mía, tan cercana a mí, a la vida de mi gente, de mi tierra, en su crónica de La noche de Tlatelolco –ese su testimonio terrible del terrorismo de estado que por décadas vivió México, para permitir que se hartaran los oligarcas-, que ya no pude abstraerme de la lectura de sus trabajos periodísticos, que ciertamente hablaban de su entorno, pero que al mismo tiempo eran perfectos retratos de mi propia sociedad, o de la guatemalteca, hondureña, nicaragüense, brasileña o colombiana, que al leerla sentía que hablaba de América Latina entera.

Por ella entendí el concepto comunista de internacionalismo proletario. El dolor de la madre boliviana no era distinto del de la madre paraguaya al ver languidecer hasta la muerte, por el hambre, a la criatura que parió. No era necesario que me lo explicara algún académico en una cátedra tediosa y aburrida, llena de citas pedantes y nombres de autoridades de la ciencia que se dicen solo para darle veracidad al discurso. La sola descripción de los hechos tan comunes era la mejor explicación acerca de las clases sociales y de la comunidad de intereses entre los hombres y las mujeres de toda nuestra América pobre y desigual, aquella del pasado y esta del presente.

Hoy, cuando en el proyecto “nacional” específico de Milei, de Bolsonaro o de Noboa, agentes serviles del estado sionista de Israel e instrumentos del imperio angloparlante, encuentro los mismos rasgos comunes, veo un plan, y sé que no es un caso de improvisación, la ocurrencia de la mente perversa de un gobernante enloquecido.

Y cualquiera pensaría que ese es el mismo plan de bukele. Se parece mucho: basado en discursos fermentados en una fe religiosa cultivada por pastores de iglesias gringas y financiadas por Israel; abonados por la prédica anti política de supuestos líderes “sin partido”, falsos outsiders, que vienen desde el cielo para liberar a los pueblos de la opresión partidocrática; dirigentes cuyas imágenes han sido cuidadosamente cultivadas en agencias de publicidad y de la televisión y propaladas por las llamadas “redes sociales”, contratadas ex profeso; impúdicos analfabetas de verborrea incendiaria, plagada de insultos, denostaciones y acusaciones contra todo ciudadano que osa criticar sus despropósitos e ilegalidades. Pero no, no es lo mismo.

No son lo mismo. Brasil, Ecuador y Argentina son países con territorios enormes, repletos de todas las riquezas: extensos campos de cultivo, bosques, agua, minerales, hidrocarburos, pesca, ganadería ¿Y El Salvador? Todo lo contrario, carente de todo.

¿Y entonces?

A aquellos países ricos en todo e inmensos por su extensión territorial, unos pocos megamultimillonarios –los dueños del mundo- quieren destazarlos para entregar cada fracción del territorio a las corporaciones que los van a explotar.

Los verdaderos dueños de los capitales que gobiernan el mundo capitalista son los que sostienen a los consorcios de los Bernard Arnault, de los Elon Musk, de los Jeff Bezos, de los Mark Zuckerberg, de los Larry Elison, de los Warren Buffet, de los Bill Gates, de los Steve Ballmer, de los Mukesh Ambani o de los Larry Page, que son las diez caras visibles de Forbes que van a devorar al planeta por encargo de los verdaderos amos.

Cada uno de esos administradores en jefe o Chief Executive Officer (CEO) son los responsables de ejecutar el plan que les ha sido asignado por los que están en la sombra, para la explotación de los recursos de los países descuartizados.

Los CEO tienen muchísimo dinero, sí, indiscutiblemente; es el premio por ser rapaces. Pero no son los dueños. Ellos solo son los que encabezan el consejo de administración, los que de ser necesario pueden ser prescindibles, las cabezas de turco que pueden rodar si hace falta sacrificar a alguien.

Por eso no los vemos en El Salvador. Apenas sí en un tuit de bukele que es replicado millones de veces por sus cajas de resonancia, sus yutuberos.

¿Y entonces?

El Salvador es ahora el centro del tráfico aéreo continental. Esa es su principal función, en vista de la insignificancia de su extensión territorial, de la inexistencia de riquezas naturales, carente de agua y escasa agricultura, pero, sobre todo, con una enorme población en relación con el territorio, mínimamente preparada para trabajar en algo más complicado que la industria textil. El pequeño país es solo un puente-lavandería.

Desde la segunda mitad de la década de 1970 ya era sencillo el papel que se le había asignado: ser tierra de maquila. Por eso se construyó el Aeropuerto Internacional en Comalapa. No para atender las necesidades del turismo, que siempre ha sido pírrico, sino como puente para recibir materias primas y exportar productos terminados. Pero se atravesó un conflicto armado que tuvo una duración de más de diez años.

Al final de la guerra, las maquilas se habían comenzado a marchar hacia tierras en las que la mano de obra era todavía más barata, como los países asiáticos. (Continuará)

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