Dispersémonos todos

Los comunistas nunca hemos sido una gran mayoría. En algunos países y épocas, el agrupamiento comunista, bajo nombres diferentes, apenas ha sido un grupo marginal.


Por: Toño Nerio


D e hecho, en aquel tiempo cuando existía el llamado campo socialista, en realidad, después de despejar de la ecuación a las masas que no se interesan por “esas cosas de la política”, a las burocracias que le dicen que sí al gobierno de turno, a los arribistas, oportunistas, vividores, lambeagujetas con carnet del partido -que igual hubieran hecho en otro régimen de signo opuesto, fascista, socialcristiano, etc.- al final los comunistas quedaríamos reducidos a un grupo estadísticamente minoritario, tal y como han sido, son y serán por siempre, los heroicos que sacan la casta por defender los valores humanistas, a sabiendas de estar remando contra todas las inercias.

Las mayorías nos dan la espalda con desprecio y ríen satisfechos de su “inteligencia”. Si acaso nos tienen algún aprecio, nos recomiendan ya “dejar eso” porque nadie agradece, mientras que quienes no nos quieren simplemente gritan burlándose “tontos útiles”, “nadie es profeta en su tierra” y “el que anda de redentor muere crucificado”.

¡Pero qué bonito se siente cuando cantamos La Internacional! El ideal de hermandad entre todos los pueblos sometidos por la bota del invasor, de unidad de todos los oprimidos por las oligarquías, de solidaridad entre todos los marginados y expulsados de los espacios donde se toman las decisiones. “¡Agrupémonos todos, en la lucha final, y se alcen los pueblos por La Internacional!”… aun a sabiendas de que los todos realmente somos solo estos pocos.

Sin embargo, sentimentalismos aparte, tenemos que plantar los pies bien firmes sobre la tierra y no dejarnos seducir por el autoengaño, la ensoñación ni por los cantos de sirena venenosos de alianzas oportunistas sin una base granítica sustentada en los principios. El crecimiento no es sinónimo de buena salud. El tejido canceroso crece al punto de que mata. No por sentirnos cobijados en mares de gente cantando y alzando banderas debemos aliarnos con el diablo o meternos un alacrán en la camisa.

Ser pequeños no puede ser el pretexto para buscar la unidad a toda costa, solo por tener un crecimiento rápido, una acumulación de fuerzas artificial y aparente, y simular una unidad en la que los comunistas terminamos siendo, si acaso, cola de león.

Es preferible ser cabeza de ratón y tener pensamiento propio, clasista, que seguir ideas ajenas e incluso contrarias a los intereses de los oprimidos y contribuir ingenua e incautamente a la realización de las consignas de un enemigo embozado bajo letanías que únicamente empujan la estrategia del enemigo de toda la humanidad.

Cómo reconocer a los amigos y a los aliados de los enemigos y de los oportunistas que pretenden utilitariamente llevar agua hacia molinos ajenos a nuestra clase, la clase trabajadora de la ciudad y del campo. Obviamente, no puede ser a partir de sus discursos. Tenemos que observar su trayectoria y conocer las ideas que les han movido en el pasado y los mueven en el presente pero, por sobre todas las cosas, cual  ha sido su comportamiento y sus inclinaciones en las diferentes coyunturas políticas. Por sus obras los conoceréis, dice una antigua frase, prueba infalible de la verdad.

Entonces, la clave está en el estudio de la historia de los sujetos políticos a lo largo de su trayectoria a la par de la observación de las dinámicas locales, nacionales e internacionales, y el comportamiento de aquellos respecto de estas. Los traidores y las veletas no pueden ser aliados.

Una coyuntura puede ser propicia para la formación de un frente común, de un bloque, de una alianza. Por ejemplo, para defender al pueblo, sus derechos y libertades contra el abuso y la opresión de un régimen represivo. Pero en el entendido de que es una unidad temporal, con objetivos limitados a la supresión del régimen de terror, la formación del gobierno de salvación nacional y restablecimiento de la vida republicana.

Sin embargo, esa no es la meta que deben proponerse los comunistas; la eliminación de una tiranía tiene que ser solamente el inicio de un camino desde el que se debe partir para continuar la lucha contra la explotación del hombre por el hombre y la toma del poder para el establecimiento de una sociedad justa, equitativa e igualitaria, en la que no tenga cabida ninguna forma de discriminación, como no sea contra los explotadores y los acaparadores de la riqueza social.

Pretender el retorno a la democracia burguesa, sin más, como meta y no como catapulta, equivale a la castración. Dejar el poder en manos de partidos representantes de los oligarcas o de sus sirvientes, es continuar en el pantano de cambiarlo todo para que nada cambie.

De la claridad y precisión del análisis de la realidad –económica, política, nacional e internacional-, de la caracterización puntual de cada uno de los sujetos del entorno social y político, del estudio de las dinámicas dominantes y sus tendencias en todas y cada una de las muchas dimensiones de la vida de las personas –culturales, laborales, comunicacionales, seguritarias, religiosas, medioambientales, etc.- y del planteamiento también claro, preciso y conciso de las conclusiones del análisis, traducidas en programa de lucha y sus bases de principios y objetivos clasistas, va a depender que nuestra propuesta encuentre oídos receptivos –es decir, gente que crea en el discurso y lo haga suyo- y, sobre todo, de las mentes propositivas para que la educación comunista aterrice y se haga carne en los desposeídos. Ser gallo-gallina no es opción.

“No por madrugar amanece más temprano”, dice el viejo y muy sabio refrán. Aplicado al caso concreto de El Salvador, en donde la oligarquía ha recuperado por completo el control del aparato gubernamental y, por lo tanto, tiene de nuevo todo el poder sin que exista una fuerza que se le oponga, está más presente que nunca aquello de “vísteme despacio que tengo prisa.” Una organización que tenga claro su rumbo y su meta no se hace a la carrera ni pensando en las próximas elecciones.

Al haber recuperado la oligarquía todo el poder por medio de un gobernante mórbidamente ávido de fortuna –literalmente un cazafortunas- a costa de lo que sea, es decir, torturando, encarcelando y asesinando de la manera más brutal a todo el que se le oponga, la urgencia nos pone sobre la mesa otra vez el imperativo de la unidad popular. Y eso está bien. Ese es el camino.

No obstante, no es suficiente la unidad para quitar de en medio al tirano de turno que, hoy por hoy, es el instrumento que utiliza la oligarquía para escarmentar al pueblo y hacerle entender que esta es la consecuencia de haber optado por una fuerza de izquierda.

Esa es solo la tarea inmediata. Y no por cumplirla vamos a regresar a dar los pasos que nos condujeron al fracaso en procesos unitarios precedentes.

El regreso a la vida democrática burguesa, la recomposición de las instituciones de la República y el restablecimiento del imperio de la ley dentro del orden del Estado de Derecho burgués, tiene que ser visto como la etapa de organización popular para la educación, la concientización y la movilización de todos los desposeídos en pos de sus intereses de clase. Ni un minuto para el acomodamiento y la delegación de responsabilidades en una dirección partidaria sabelotodo, hácelotodo y mandamás prepotente. La reciente experiencia de la izquierda de la guerra y la posguerra denominada FMLN es el mejor ejemplo de lo que se debe rechazar.

El FMLN se enconchó, se aisló, hizo oídos sordos, se tapó los ojos y se encerró en su castillo, al mismo tiempo que dedicó todos sus esfuerzos a la disolución del potente movimiento popular que en la pre guerra civil le dio la vida.

Las llamadas “masas” o, peor aún, las “masitas”, fueron relegadas al papel de servidoras baratas, y hasta gratuitas, convocadas por el partido exclusivamente en momentos de campaña política preelectoral. Ni una sola huelga fue promovida -ni siquiera permitida- desde las instancias partidarias.

“Es que no hay que provocar a la oligarquía que espera que le demos un pretexto para torpedear la transición democrática”, decían. La lucha de clases fue suprimida de toda la práctica y, con ella, murió la solidaridad, al extremo que los sectores paulatinamente se fueron aislando, dispersándose cada cual a su lucha particular.

Los estudiantes universitarios y de secundaria desaparecieron y se convirtieron solo en animadores –el colorido, le llamaron a eso- que hacían bulla con las batucadas y los espectáculos de payasos en zancos durante alguna conmemoración reconocida oficialmente por la jefatura, claro. Los estudiantes y los maestros, los campesinos y los sindicatos obreros, que en el pasado fueron los primeros en salir a la calle, guardaron sus banderas y callaron sus cantos combativos, hasta nueva orden.

El FMLN era la unidad forzada, artificial, de las fuerzas de izquierda, que nació para emprender una guerra proxi, una guerra que había que emprender a toda prisa, en el marco de la Guerra Fría, y -a la pasada- en el río revuelto de esa guerra asesinó a los dirigentes proletarios que le habían puesto un jaque a la oligarquía. La mano que mueve la cuna puso en la dirección de la izquierda resultante a un grupo de pequeños burgueses solapados bajo la bandera roja y a unos timoratos proletarios serviles de la oligarquía. Al final de la guerra, mediante una reforma pactada, disolvieron al ejército de los pobres y se alejaron del pueblo.

Es que la izquierda son muchas izquierdas, pero solo hay una que es clasista, proletaria, que no pierde de vista los intereses de los desamparados de la tierra. Esa es la izquierda comunista.

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