Por: MIGUEL BLANDINO.
Hace medio siglo, cuando conocí a los líderes de la juventud comunista de mi país, Manuel Franco y su sempiterno palafrenero e inseparable telonero de cada discurso, Dagoberto Gutiérrez (el que hacía enormes esfuerzos para parecer cubano al hablar, igual que todavía se esfuerza el hoy exmilitante de aquella ahora senil juventud, el exalcalde Carlos “Diablito” Ruiz), todos andaban con un ejemplar del ¿Qué hacer?, apretado en el sobaco sudoroso.
Ante cada situación de la realidad nacional buscaban la palabra, la frase, el párrafo, que les parecía adecuada como cita oportuna y nos la escupían poniendo cara de inteligentes.
Por ese tiempo, a mediados de la década de los años setenta del siglo pasado, todavía eran minúsculos los grupos seducidos por las iglesias gringas, pero ya existían y andaban por ahí, pululando de puerta en puerta, sobre todo en las zonas más empobrecidas de las ciudades y, más todavía, en la zona rural.
Esos también andaban su libro sagrado absorbiendo en sus páginas el aroma de los sobacos.
Ambos grupos tenían en común aletargar al proletariado, entretener al estudiantado atiborrandolo con lecturas sin ton ni son, y en el caso de los evangelistas, convirtiendo a sus víctimas en miembros de los escuadrones de la muerte, en especial a los campesinos, inscribiéndolos en la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN).
Entre los estudiantes las autoridades del Ministerio de Educación también promovían la organización juvenil a través del Movimiento Nacional de Servicio Juvenil (MNSJ), que reclutaba muchachos y muchachas para prepararlos como espías e infiltrarlos en el movimiento revolucionario o, de plano, a los más dispuestos, les ofrecían “sólo como diversión y sin compromiso” cursos de paracaidismo o de artes marciales que impartían los asesores militares surcoreanos, para después reclutarlos para las fuerzas especiales.
Andaban bien emocionados los jóvenes porque, a los que les gustaba el relajo, en esas organización les daban un carné que les daba paso franco a las discotecas, libre uso de mariguana y portación de armas.
En el MNSJ se llevaba a los jóvenes a los hospitales y a la Cruz Roja para sensibilizarlos y luego esos grupos de jóvenes que se hicieron voluntarios se alejaron de la tentación de ingresar a organizaciones subversivas.
En la juventud comunista se vacunaban para prevenirlos del izquierdismo.
En las iglesias evangélicas se les enseñaba a sentir pánico ante las ideas de liberación y a obedecer a la autoridad porque “a César lo que es el César y adiós que te vaya bien.”
Tan picados de la curiosidad nos dejaban los jóvenes comunistas con sus recetarios para cocinar revoluciones a fuego lento, lentísimo, bajo, bajísimo, que no nos quedó más remedio que buscar y leer, además de los boletines de la organización, algunos textos de Marx, Engels y Lenin, más del contexto de una situación revolucionaria y menos filosóficos o menos “teóricos” como les decíamos.
Y hubo uno -había otros muchos, pero yo no sabía- que me llamó más la atención porque era una propuesta concreta para el momento concreto que se vivía en la sociedad rusa de 1917.
Eran las Tesis de Abril.
En ellas, Lenin hace un recuento de la situación rusa tras el derrocamiento del absolutismo zarista. Las tareas inmediatas y el reconocimiento de los elementos del universo de organizaciones e ideas prevalecientes, con nombres y apellidos. Hace una clasificación y coloca a cada una en su lugar en el espectro. Incluso se refiere a esos que actúan “de buena fe” y que, “sin querer”, están del lado del enemigo del proletariado.
Y, aunque dentro del POSDR los bolcheviques eran la mayoría (como literalmente su nombre lo indica), Lenin reconoce que los militantes de su partido son una minoría en la suma de la sociedad rusa y también frente a todos los demás partidos y agrupaciones no revolucionarios y contrrevolucionarios.
Pero lo que importa no es esa calidad de minoría sino la potencia movilizadora, si las ideas y las propuestas reflejan los ideales de la verdadera mayoría que es la población, esa que no pertenece a ningún partido ni a ninguna organización.
Son las ideas las que mueven montañas, no el dinero para reclutar militantes y pagar salarios de dirigentes o enormes aparatos de propaganda.
Después de la caída de los Romanov (los mismos de siempre, les dicen en El Salvador) la realidad rusa se abría a una situación revolucionaria que le daba la pauta al pueblo para la toma del poder.
La cuestión después de tomar el poder, entonces, era optar por fortalecer a la Duma y con ella establecer la democracia burguesa en donde la mayoría de partidos eran de derecha, financiados por el capital empresarial y de la nobleza o, por el contrarío, tirar del timón y dar un giro radical hacia la izquierda para poner en primer y exclusivo lugar los intereses del proletariado.
Ese es el momento que Lenin llamó “situación revolucionaria”.
Desde febrero, cuando cae el zar y terminan los tres siglos de dominio de la oligarquía feudal, hasta septiembre, cuando el General Kornilov hace el intento de golpe de Estado, durante esos siete meses la burguesía buscó por todos sus medios hacerse con todo el poder, pero los bolcheviques habían tomado la vanguardia de la guerra ideológica hablando de frente a los contingentes de los soldados, los obreros y los campesinos, avanzando en la toma de conciencia acerca de que el azote de la Primera Guerra Mundial -la primera guerra Inter imperialista- descargaba toda la cuota de sacrificio sobre los desposeídos y que esa guerra oligárquica la pagaban los pobres, mientras tanto, los ricos se hacían más ricos gracias al negocio de la guerra.
Lenin decía en las Tesis de Abril que había que desmentir toda la propaganda burguesa, que hablaba de nacionalismo cuando en realidad era clasismo que excluía y despreciaba a los pobres.
La defensa de Rusia en la guerra donde sólo morían los pobres era en realidad la defensa de los intereses de la nobleza y la burguesía.
La única redención de los humildes consistiría en que esas inmensas mayorías de soldados, obreros y campesinos y sus familias aislaran al poder burgués y contrarrevolucionario y tomaran en sus manos todo el control.
La consigna que Lenin lanzó para ese periodo fue, entonces: “todo el poder a los soviets de soldados, obreros y campesinos.”
Eso fue lo que inclinó la balanza en favor de la revolución bolchevique.
En septiembre la burguesía ya no podía mantener su poder, pero el proletariado todavía no tenía la fuerza para asumirlo. La situación revolucionaria estaba planteada, pero faltaba el factor subjetivo.
El contexto económico para el pueblo era un desastre, la hambruna mataba millones de personas en el campo y la ciudad; la guerra se llevaba a los hombres que cultivaban la tierra y morían como soldados en una guerra que les era completamente ajena.
Las condiciones objetivas estaban dadas. Faltaba crear y perfeccionar las condiciones subjetivas.
El Partido Obrero Social Demócrata Ruso estaba dividido en dos facciones que confundían a las masas con dos discursos contradictorios: el de Iskra, el periódico menchevique, y el de Pravda, el periódico bolchevique.
Lenin entonces planteó el cambio de nombre por el de Partido Comunista al de la facción bolchevique.
Y no solo había que cambiar al partido sino a la Internacional. Tenía que llamarse Comunista también, para no seguir confundiéndola con la organización que estaba en favor de la guerra.
La primera condición subjetiva, la organización clasista estaba lista. Faltaba incidir en la conciencia llevándoles a clarificar sus intereses y diferenciarlos de los de su enemigo de clase.
Las Tesis que Lenin planteó en aquel Informe de abril al pleno del partido se adelantaron a los acontecimientos. Frenaron a los golpistas. Depuraron al partido y lo definieron. Pusieron a cada partido y dirigente en su lugar. Trazó con claridad la posición clasista del partido y del movimiento.
De ese modo dio paso a que la situación revolucionaria de equilibrio se rompiera en favor del proletariado.
Las Tesis de Abril no es la biblia ni un tratado de filosofía política: es un conjunto de ideas de Lenin para el periodo post zarista.
El día que Lenin lo leyó en el Palacio Tauride de Petrogrado, hubo un gran jelengue, los bolcheviques aplaudieron la propuesta de definirse por fin y separarse definitivamente de los vacilantes y oscilantes menchecheviques. Estos se pusieron furiosos y nunca perdonaron que Lenin los hubiera arrojado del tren del congreso del Partido.
Eso ya pasó en El Salvador también. Y también en el contexto de una guerra Inter burguesa (1969).
Carpio, el obrero secretario general del partido comunista se definió en favor del proletariado y trazó la estrategia general para el periodo hacia la toma del poder. Construyó la organización clasista más poderosa, pero los que se quedaron con el nombre de comunistas le pusieron una emboscada y lo mataron para cobrarse la venganza de su clase y convertir al país en la monarquia de la mafia judía que es hoy por hoy.
Habrá que clasificar con nombre y apellido a todos los elementos del espectro político, ponerlos a cada uno en su casilla y a partir de allí escoger a los aliados.
Mientras tanto, seguir denunciando las políticas contra los pobres de la mafia judía y a su gobierno representante del crimen organizado internacional y desmintiendo toda su propaganda falaz.
Construir la organización clasista, sin importar que tan pequeñita sea, pero que tenga un discurso y un ideario que cale en la conciencia del pueblo.
Esas son las enseñanzas leninistas aplicables a El Salvador… y jamás, nunca, confiar en la derecha, aunque se llame Comunista.
OPINIÓN: SOBACOS SABIOS.
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