La vivencia y expresión de la religiosidad guarda una carga enorme de subjetividad, que escapan de las objetivaciones que pretenden -en ocasiones- las instituciones religiosas. Hace unos meses, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó el 17 de mayo de 2024 las Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales.
Por: Jesús Arturo Navarro Ramos, ITESO – México
C on este documento la Iglesia pretendía establecer una serie de criterios para tratar de dar orden al caos que significa la variedad de experiencias de revelaciones en el catolicismo, tal como lo señalé en el texto “Fenómenos sobrenaturales: más allá de apariciones y mensajes”.
En distintos momentos Elio Masferrer, ha ofrecido una clave de interpretación a mi parecer válida para entender estas cuestiones: la cultura religiosa está referida al mundo ideal que debe coincidir con el real[1]. En este sentido, un sector de creyentes que toma como perspectiva ideal la comunicación con Dios o sus santos, tiene mayor propensión a dar orden y significado a la vida tomando como eje los mensajes atribuidos a santos, dioses y vírgenes.
A estos planteamientos se opone un sector crítico que, a fuerza de tratar de interpretar los sucesos religiosos en claves más cercanas a los hechos mismos, acaba por desarticular los mensajes de la divinidad para presentarlos con la crudeza que implica la referencia a lo inmanente. Estas dos perspectivas están presentes en el documento para discernir los fenómenos sobrenaturales, a los que inicialmente les denomina “presuntos fenómenos sobrenaturales”.
En el fondo, se encuentran de nuevo en confrontación dos perspectivas: la interpretación tradicional de la fe vinculada a un sector de la burocracia religiosa que incentiva esta práctica pastoral a partir de reconocer las devociones que surgen en torno a estas apariciones; y la interpretación más analítica y que toma en cuenta la dinámica sociocultural que da origen a las devociones y apariciones.
El caso de Medjugorje, tiene una serie de características que hacen inviable su reconocimiento como revelación, las más notables son la continuidad de la misma y las contradicciones. Inicia en 1981 en el territorio de Bosnia y Herzegovina, en el contexto de tensiones previo a la disolución de Yugoslavia. En este contexto confluyen problemas políticos, pero también otros relevantes como las diferencias étnicas y religiosas importantes.
En esta situación en la Parroquia de Santiago Apóstol de Medjugorje suceden las apariciones, primero a dos mujeres y, posteriormente, a un grupo de seis personas. La Virgen se identifica como Reina de la Paz con lo que se alinea como esperanza vital al contexto de tensiones que se viven en Yugoslavia. La localidad se convierte en un elemento que refuerza la identidad católica frente al gobierno comunista y ofrece una salida a la disolución del país. Los obispos reacios a aceptar inicialmente las apariciones, aceptan que Medjugorje es un lugar de oración al que sin pronunciarse sobre la sobrenaturalidad de las mismas, reconocen su valor pastoral.
Medjugorje se convirtió en el papado de Juan Pablo II en un referente de la religiosidad edulcorada que presenta la lucha entre el bien y el mal, como el establecimiento del reinado de Dios en clave espiritual alejada de connotaciones políticas. Se realizaron varias investigaciones sobre estas apariciones recurrentes -1991, 1996, 2010, 2014, 2017, 2018, 2019-, y en todas ellas se reconoce el carácter pastoral pero nunca la autenticidad de las apariciones.
La declaración “La Reina de la Paz” Nota sobre la experiencia espiritual vinculada a Medjugorje, del 19 de septiembre, no hace sino oficializar lo que ya se sabía: el problema de las revelaciones continuas es que los mensajes “«a veces aparecen relacionados con experiencias humanas confusas, expresiones teológicamente imprecisas o intereses no del todo legítimos». Esto no excluye la posibilidad de «algún error de orden natural no debido a una mala intención, sino a la percepción subjetiva del fenómeno»”.
El número 3 de este documento señala entonces lo que se reconoce: “abundantes conversiones; frecuente retorno a la práctica sacramental (Eucaristía y reconciliación); numerosas vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y matrimonial; profundización de la vida de fe; una práctica más intensa de la oración; numerosas reconciliaciones entre los esposos y la renovación de la vida matrimonial y familiar”.
Y el número 4 continúa “podemos observar cada día el rezo de varias partes del Rosario, la Santa Misa (con numerosas celebraciones incluso durante los días no festivos), la adoración del Santísimo Sacramento, numerosas confesiones. Fuera de la Iglesia parroquial se encuentran dos viacrucis, un gran salón para la catequesis y una capilla para la adoración”. Como puede observarse, en una Iglesia en crisis, por la pérdida de creyentes y alejamiento de las prácticas religiosas, Medjugorje se presenta como la alternativa pastoral de lo deseable al anclarse en la subjetividad aun sin reconocer la veracidad de dicho fenómeno. Medjugorje es un modelo de pastoral de una iglesia en crisis que exalta la fe del sujeto individual como mundo ideal que entra en confrontación con el mundo real.