Esa relación dialéctica habida entre los dueños de la propiedad y los desheredados, es una pugna histórica que establece la constancia de la lucha de clases.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
L a nuestra es una sociedad por completo desheredada, sobre todo del saber, en la que podemos encontrarnos sin asombrarnos, que los más jóvenes creen que, por ejemplo, el pasado conflicto no pasó, que es una suerte de cuento.
La memoria es así, se refrenda en su repaso, en un continuo examen de ella, y cuando no se hace, simplemente se pierde.
Somos entonces, un pueblo al que se lo ha desmemoriado, objeto de una revisión negativa de la misma, dejándolo sin pasado.
Y sin identidad.
¿Sin identidad?
Por supuesto que tenemos lo que se puede denominar, una identidad, pero es tan permeable, que, una vez expuestos a influencia externas, la mayoría la olvidamos abrazando a aquella para adaptarnos, lo que podemos apreciar en expresiones vocales tales como el consabido “Oh”, o la reproducción de conductas que rechazan lo propio en favor de aquello.
Entonces, ¿Por qué esa exposición?
Simplemente porque en nuestro medio no existen las condiciones para una vida digna, lo que ha promovido la expulsión de hasta la mitad de nuestra población que así puede forjarse mediante su trabajo, que acá le es negado, condiciones de vida cercanas a lo que denominamos dignas.
Entonces buscan y construyen afuera, lo que aquí no pueden construir.
La clave es su trabajo.
La población entonces, en un rango que supera el 99%, no puede acceder a fuentes de empleo que les permitan construir su proyecto de vida aquí, porque carecen de las conexiones para colocarse laboralmente, lo que les obliga a padecer el exilio mediando la migración ilegal en su mayoría, a otros países, EEUU principalmente, donde algunos finalmente pueden ubicarse laboralmente, para así poder financiar la construcción de una vida acá.
Y por extensión financiar al fracasado modelo económico que los expulsa, por intermedio de sus remesas.
Así, las carencias estructurales que lo expulsaron, de nuevo lo someten a otro expolio, dirigido a sustentar precisamente el esquema de desigualdades e inequidad que lo echaron de nuestro terruño, fuera de los suyo, para favorecer a aquellos que lo echaron, algo que no logra conectar.
Entonces, a la negación de su ser, le sigue la instrumentalización de ese ser, lo que tampoco logra comprender, asistiendo sin opción, pues no tiene más camino.
Alguien afirmó en un foro, “somos muchos”, legitimando lo descrito arriba, pero el hecho es que son pocos, muy pocos, los que se quedan con todo.
De ningún modo se trata de regalar nada, sino de construir las condiciones que admitan que las personas, indistintamente su origen, puedan acceder mediante su trabajo, a cosas tan simples como lo son un hogar, educación, salud, seguridad, que por ahora solo son para la élite.
Al apropiarse del todo, esa élite agudiza las condiciones de desigualdad que más temprano que tarde, los echará.
Entonces será posible construir un estado de todos y para todos.
*Educador salvadoreño