Los BRICS, en el camino del multilateralismo

Una parte importante del mundo se apresta a vivir (con algunos de sus hijos -que quizá todavía no lo saben- y sus socios) el final del predominio de negocios de EEUU y la intervención del dólar en el comercio internacional: la era occidental toca a su fin.


Por: Ruben Montedonico Rodríguez


E uropa -sometida por la anterior y controlada por el sistema financiero mundial (FMI, consorcios financieros, Banco de Inglaterra, BIRF, etc.) y los organismos que dictan políticas generales (G-7, brazo financiero de la OTAN, y los que dirigió el Consenso de Washington) dan paso al dominio oriental, capitaneado por el nuevo imperio de China Popular.

Unos meses atrás, el estudioso e inteligente exembajador argentino en Beijing, Sabino Vaca Narvaja, declaraba en una disertación: “La política exterior de Estados Unidos se basa hoy en exportar conflictos y eso hace que todo se encarezca. Resulta que ahora Europa empieza a tener inflación; al final el bienestar de Europa depende de los países emergentes”.

Vaca Narvaja resaltó que “las corporaciones están por encima de la política” según EEUU. “En cambio en China, el Estado está por encima de las corporaciones y se subordinan a la planificación estatal”. En tal sentido sostuvo que “dado el rol que ha adquirido esta nación asiática en el concierto internacional, debería tener un lugar más preponderante en los organismos internacionales”.

El fenecimiento de Occidente dejará al dominio anglosajón -en el cual prevalece el interés de EEUU- sólo con su poderío militar, que únicamente impediría con su accionar el corrimiento hacia el Pacífico asiático a costa de la desaparición de la civilización, lo que supone e implica la del propio ejecutor.

No se tratará de una desaparición rápida ni sin incidentes (incluidos los armados): habrán guerras; intentos de extender el poder “otánico” a cada vez mayores geografías; a presiones sobre lo que entiende el imperio como “sus patios” y lugares de influencia (proveedores de materias primas sustanciales, en particular). Sin embargo, la creencia de ser el ámbito elegido para imponer criterios productivos, modelos económicos y erigirse en símbolos culturales, chocará con la independencia de áreas y países que buscarán sus propios destinos en el multilateralismo frente al unilateralismo que se le intenta imponer y mantener tras siglos de colonización y soberanías dependientes.

Habrán quienes estén pensando que hago el panegírico de un tiempo mejor; quizá sea menos malo que el actual, pero no estará exento de las revueltas de quienes organizadamente pretendan el derrocamiento de modelos (residuales o no) de explotación de unos sectores por otros, de dueños del capital sobre los asalariados.

El cambio de relaciones y de muchos valores y culturas no asegura por sí el trocar estructuras de dominio y dependencias: tal vez, en ciertos casos, estos se vuelvan más agudos. La liberación total de los alineamientos automáticos puede resultar en un beneficio parcial al que le hará falta complementarlo con la desalienación de clase y de la sociedad toda, para constituir una verdadera comunidad libertaria, socialista, democrática, solidaria, sin patrones (ni privados ni estatales), sin burocracias dominantes.

Para quienes nacimos en la actual postguerra, apenas ahondamos en Europa -tenida como un faro cultural- la encontramos llena de debilidades -junto con la pérdida de sus posesiones coloniales (donde ejercieron las peores prácticas de explotación), sobre todo en los años 60 y 70 del pasado siglo. La conquista de sus economías por empresas de asiento gringo; la supuesta reconstrucción de su espacio, desde los acuerdos iniciales de Alemania y Francia hasta la UE (todo vigilado por la teledirigida OTAN), hasta la instalación de una guerra (Rusia-Ucrania) y el corte de sus vínculos con Moscú (por ejemplo, los atentados a los Nord Stream) y su apoyo desmedido a Kiev (favorable al sector armamentístico de EEUU), van perfilando el panorama de sus flaquezas.

Lo que llamamos “eurocentrismo” -lo que critiqué ampliamente en otras notas- es un fenómeno notorio a ambos lados del Atlántico que supone la afirmación de que el capitalismo es la mayor y mejor de las evoluciones sociales y pretende constituirse en la matriz sobre la cual erigir toda la institucionalidad, conteniendo la presunción de ser así dada una continuidad histórica, aunque esto último no resista comprobación alguna. Europa sabe hoy (comprobable por quien lo quiera hacer) que ha perdido junto con el imperio su influencia en el suroriente asiático y está en franco retroceso en África, con flancos débiles y evidentes en Sudamérica y al norte del istmo (ver, como ejemplo, proyecto ferroviario Lima-São Paulo).

Lo que transcurre de siglo XXI ha visto abrirse un nuevo camino hacia el multilateralismo: los BRICS. La sola mención de una eventual pertenencia a este agrupamiento nos invita a separar nuestra afiliación a la tradición que ata a la región a la declinación mediante la imposición general de Occidente, su nación directriz y sus asociados europeos. Al mismo tiempo, nos obliga a pensar en eludir quedar atrapados en la telaraña de las disputas EEUU- China.

La ilusión de romper con el pasado dominante nos indica que evitemos reproducir un patrón de comercio sustentado en exportaciones de materias primas de la región y la importación de productos manufacturados chinos, continuando conocidas fórmulas dominantes del pasado y del presente: de lo que se trata es de quebrar una relación económica sin pasar a aceptar otra similar.

Al aprovechar la renovada visión comercial emergente, debe asociarse con la idea de mover recursos colectivos a través del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. De manera directa, en el comercio, se expande la idea que la libertad de los intercambios puede aplicarse como medio para el desarrollo en tanto coexistan los intereses nacionales básicos. Mediante estas bases -sustentos elementales de un nuevo orden internacional- se estará alentando y sosteniendo un ordenamiento multipolar en detrimento de la imperial imposición del unipolarismo.

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