La incapacidad a la hora de superar la angustia de la separación está en el origen de todo resentimiento, leí alguna vez que escribió Cynthia Fleury, una filósofa, especializada en política, y psicoanalista nacida en Paris hace 50 años.
Por: Manuel Alcántara Sáez*
L o recuerdo mientras camino en una ciudad más en la que la segregación es la nota dominante. Si bien los muros son apenas metáforas y su existencia física no se da, la disgregación de la población es el principio dominante.
Las multitudes se segmentan por numerosos criterios que auguran un sinfín de confrontaciones. Ciudades asentadas a lo largo de décadas, si no de siglos, nutridas de poblaciones desarraigadas de sus lugares originarios que encaraman los chamizos en los que viven en los barrios periféricos suponen desde hace tiempo el desgarro más evidente de la desigualdad que nos desborda. A la evidencia de tratarse de una circunstancia no solo no resuelta sino agravada hoy se une la llegada de centenares de miles de personas de países vecinos.
Los transportes colectivos desvencijados, repletos de caras soñolientas que recorren cada día trayectos de dos horas cuando todavía no ha amanecido y que vuelven a hacerlos al anochecer cargadas de efímeras ilusiones son escenarios de la frustrante segregación lacerante. Mientras son el espacio cotidiano de la movilidad de la gran mayoría otros jamás los utilizarán ajenos a su significado y a su utilidad. La aspiración voraz para lograr un vehículo del que sean propietarios para sumarse al tráfico alienante constituye una vía de salida donde el resentimiento difícilmente será canalizado.
El miedo proyectado en las verjas que protegen los edificios es la respuesta de quienes contemplan la violación de un manifiesto privilegio, pero son también la constatación del clima de inseguridad preponderante. Constituyen un ejército de agraviados que no entiende la llegada de los que en una época fueron menesterosos, luego descamisados y hoy son chusma. T
ambién se trata de gente atemorizada no solo ante el que no es igual por el tono de su piel, el acento que masculla o el dinero en su bolsillo sino frente al que porta un arma con actitud desafiante, a la pandilla vocinglera amenazante. Un resentimiento gestado día a día sin apenas tener conciencia de ello.
En otro orden, el desamor es la exacerbación del origen o del resultado de la separación y por ende la fuente primigenia del resentimiento que quedará como una ascua pendiente de apagarse. Constituye un estado de desaliento animado por la humillación que siente la persona abandonada o simplemente cancelada por parte de quien la ignora. Pero supone algo más: el fin de las ilusiones y de los sueños comunes, la culminación de la capacidad de imaginar mundos compartidos, de integrar sentimientos y emociones gestadas al amparo de soledades que una vez y por un tiempo acotado dejaron de ser tales.
Sin embargo, sin dejar de existir esos contextos de oprobio, hoy pareciera que las cosas hubieran tomado además otros derroteros que no dejan de alentar la inquina. Fleury comenzó a interesarse por los avatares del individualismo y, aunque cuando inició su trabajo intelectual las redes sociales no tenían tanta presencia como ahora, abordó el histrionismo en tanto que una deriva del individualismo. Un aspecto que como es bien sabido cobra un espacio notorio en el mundo de los políticos que tanta influencia ejercen en las sociedades por su función de imitación ejemplarizante.
Desde Silvio Berlusconi a Donald Trump, pasando por Jair Bolsonaro, por citar a los más universales en nuestra época. Pero también Andrés Manuel López Obrador, Nayib Bukele, Gustavo Petro, Rodrigo Chaves y Javier Milei conjugan una pléyade de personajes dignos de estudio en los que se percibe una clara correlación entre su notoria falta de capacidad y su comportamiento egoísta y narcisista. Su proyección frente a la gente, por otra parte, es escuela de una forma de comportarse a veces pedante. Su modo de dirigirse como predicadores locuaces comporta consecuencias relevantes para el aprendizaje social donde no es ajena la lógica amigo-enemigo en la que se mueven por el propio juego de la política.
La sociedad en general no solo participa del exhibicionismo de gran parte de la clase política como masa silente, pues los individuos activan en su vida cotidiana patrones de comportamiento similares, sino que se suma al exhibicionismo rampante. En las redes sociales, que son el paradigma de la información, a la vez que de la intervención pública, se encuentran evidencias notorias de hipervisibilidad, de histeria y de hipernarcisismo interno, pero al mismo tiempo sobrellevan una fragilidad enorme, señala Fleury.
Todo eso ha explotado en esta era de espectáculo endémico en la que vivimos. El nuevo gran teatro del mundo es un panóptico construido por la inteligencia artificial y por la ingenuidad de quienes sienten que el activismo digital que no pueden interrumpir es trascendente.
El fruto por excelencia más patente de todo ello es el resentimiento que nutre la polarización afectiva tan presente hoy en la arena pública. El cultivo del odio, de la negación del otro, de la ausencia de compasión son los motores del rencor en el presente aventado con mayor rapidez y extensión que antes. La evidencia en el plano político es manifiesta. El circo electoral norteamericano es la muestra más palmaria por su dimensión y por lo mucho que no solo el país sino también la humanidad se juega en ello.
El resultado palpable es el estancamiento y la esterilidad que conduce a una depresión colectiva. Como advierte Fleury, añadiendo complejidad al asunto, “el resentimiento no es la traducción exacta de la desigualdad socioeconómica, es una disfunción psíquica, una alienación, una gangrena que pone en peligro las democracias”, así como a las relaciones humanas tan profundamente heridas.
*Politólogo español. Director del CIEPS (Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales)