En medio de la masacre diaria de las guerras abiertas en el mundo, más que nunca Europa y Occidente deben corregir inercias impuestas desde hace siglos. Durante esta semana conmovía leer la entrevista a un ingeniero judío, Tamir Gross, que vive en un kibutz fronterizo al Líbano.
E n ella decía que para él solo hay un principio que no es otro que el de construir. Su desconcierto y su dolor es el nuestro, porque, a poco que se observe silenciosamente la vida, se aprecia que es el principio sagrado al que nos debemos. Construir que es sinónimo de amar.
Lo más trascendente a lo que podemos consagrarnos. Sin embargo, requiere de una fuerza desarmada, la de un corazón indiviso, capaz de abrazar indistintamente a los unos y a los otros, el cielo y la tierra, que nada tiene que defender, sino compartir compasivamente, amar de manera sostenida en la calidez del silencio. Una fuerza invisible porque está segura de sí, firme en el desierto del desapego. De lo que explica Gross me resultó especialmente revelador que recuerde que los kibutz fueron establecidos hace un siglo, cuando Francia y el Reino Unido se disputaban esas tierras después de la derrota del imperio otomano.
De aquella disputa colonial nació la guerra que no cesa. Los franceses se sirvieron de los palestinos para llevar la frontera más al sur y los británicos de los judíos para llevarla más al norte. El 1 de marzo de 1920, un disparo al aire causó un malentendido que desató el primer enfrentamiento entre judíos y palestinos.
El hecho de que siga habiendo guerras (unas 60 activas en el plantea) dice de la facilidad con la que abrazamos el absurdo del rumbo político o, mejor dicho, teopolítico, y de lo mucho que nos queda por hacer. Además de inquietarnos, debería hacernos pensar en aquello ahogado por la complaciente hipocresía de nuestras sociedades. Quien esto escribe tiene la convicción de que la espiritualidad es el camino que lleva a la paz, pero para ello deberíamos darle más importancia a los fundamentos que nos adentran en nuestra irreductible humanidad tan cuestionada.
Aprender a hacerlo no resulta fácil sin la guía de un magisterio fuera de toda duda como es el de Juan José Tamayo. Desde hace casi cincuenta años, ininterrumpidamente, escribe ensayos a favor de una espiritualidad liberadora con el compromiso de abordarla desde todos los enfoques que la vida del espíritu requiere.
Labor, de por sí, compleja por la incomodidad que despierta y que exige, porque mueve nuestros puntos de vista y pide que nos zafemos de conceptos y credos que, por miedos o por costumbre, nos mantienen en una visión de lo humano reducida y empobrecedora. Tarea, como decía, compleja, pero al tratarse, además, de un pensador y teólogo español, cabe añadir que infrecuente y valerosa en todas y cada una de sus acepciones.
Juan José Tamayo, teólogo, profesor y director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones «Ignacio Ellacuría» de la Universidad Carlos III de 2002 a 2020, publicó en 2017 Teologías del sur. El giro descolonizador, un libro que cuenta ya con la traducción al italiano y al alemán (algo excepcional en libros de teología españoles) en las prestigiosas editoriales Queriniana y Herder respectivamente, y del que acaba de aparecer la segunda edición actualizada en la prestigiosa editorial Trotta.
Entre sus páginas, asistimos a las generosas explicaciones de una pluralidad de doctrinas espirituales y sapienciales que tienen en común ser, precisamente, teologías del Sur. Con una sincera curiosidad y desprendimiento, el pensador entabla un diálogo interreligioso e intercultural para que aprendamos cuánto tienen que enseñarnos las variadas disciplinas que, a lo largo de los tiempos, distintas etnias han recogido en su literatura sagrada y en sus creencias.
Las teologías africanas, negra estadounidense, latinoamericanas, asiáticas y la indígena se nos descubren como el contrapunto necesario para la crítica de nuestra supuesta hegemonía y, algo no menor, para contemplar nuevas actitudes ante los problemas creados por la vieja Europa, bien sea el referido por Gross, el colonialismo letal con el que hemos asolado y enemistado a pueblos durante siglos, o el racismo subsiguiente, el capitalismo, la devastación del planeta; este paradigma patriarcalizante que excluye a la mujer de un protagonismo necesario y activo en la Iglesia, la intransigencia ante la diversidad de pensamiento y los males derivados de una supuesta modernidad que, en cambio, debería primero descolonizar su política y la proyección de una primogenitura histórica fundamentada en la violencia.
Se trata de un ensayo en el que Tamayo ha escrito páginas memorables por las que no se puede menos que sentir admiración ante la imponente sabiduría, por ejemplo, del Sumak Kawsay, el modo de sentir, estar, pensar y hacer felicidad en todos y cada uno de los órdenes esenciales de la existencia personal, colectiva y cósmica.
Una cosmovisión que, sin pretenderlo, reduce a la más burda ignorancia perniciosa la deriva de Europa y Occidente. Otro capítulo imprescindible es el detallado análisis de la grandeza de las teologías de la liberación que todos los pueblos tienen y que tan poco se les deja oír. Desde la teología india dalit a la coreana minjung, la filipina de la lucha, la islámica, la hindú, la budista, la judía, la palestina, la confuciana, hermanadas todas ellas por idénticas preocupaciones, propósitos y el mismo amor a la dignidad de cualquier persona o pueblo que los poderes imperantes sistemáticamente impiden e invalidan. Teologías revolucionarias, como la de nuestros místicos europeos, perseguidos y denostados en vida, santificados una vez muertos.
Conforme se suceden los años, este libro se vuelve más imprescindible, estando como estamos pendientes de los medios de comunicación y de las amenazas, diariamente intensificadas, respecto a la matanza de los supuestos enemigos. En nosotros está el poder cambiar las perspectivas, el despertar de cada una de nuestras consciencias a otro paradigma en el que la guerra sea inviable. Este ensayo de Tamayo es uno de los más lúcidos y documentados trabajos que se han escrito al respecto, en el que se exponen los motivos por los cuales debemos aprender que la paz no solo se hace con el enemigo, sino desandando los fatigados pasos de una Europa violenta y poco sabia.