No solamente era una barrera física, representaba la visión de dos mundos; otros muros dividen hoy a los ciudadanos: Miguel Armando López Leyva, coordinador de Humanidades
T imothy Garton Ash narra en uno de sus libros: “La atmósfera es horrible. Pero por lo que respecta al poder, camarada ministro, tenemos las cosas firmemente atadas”. Estas fueron las palabras del teniente general de Leipzig el 31 de agosto de 1989, pronunciadas en una reunión que convocó Erich Mielke, ministro para la Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana –en esos momentos–, con sus jefes regionales para hablar del creciente descontento en el país. Casi dos meses después, la noche del 9 de noviembre, caería uno de los principales símbolos de la Guerra Fría: el Muro de Berlín.
Éste medía aproximadamente 3.6 metros de altura y 43 kilómetros de largo. Tenía 302 torres de vigilancia y 55 mil minas terrestres. Al menos 140 personas murieron intentando cruzarlo.
El 10 de noviembre de 1989 The New York Times, en un texto de Robert D. McFadden, publicaba que el Muro de Berlín evocaba lo siguiente: monumento al control político, escenario de tiroteos, drama, tragedia, asunto de novela de espías, barreras físicas y psíquicas, principal símbolo de la guerra fría y confrontación Oriente-Occidente.
El diario El País, en testimonio de su reportero José M. Martí Font, describía el ambiente tras el anuncio de la caída: los berlineses orientales “paseaban sus miradas por los escaparates, llevaban sus ojos ilusionados hacia todos los rincones. Muchos de ellos llevaban en sus manos mapas de su propia ciudad en la que intentaban reconocer el dibujo ideal que había mantenido oculto en algún recóndito lugar de su imaginación”.
El mismo diario precisaba que la cadena de televisión estadunidense NBC había “derribado” el muro: “La NBC cubrió en directo la noticia porque desde hacía 48 horas había desplazado a todo su equipo del programa NBC Nightly News a Berlín”.
La reportera de El País, Vivianne Schnitzer contaba lo siguiente: “En ambos lados de la zona limítrofe hay un ambiente festivo de sonrisa y bocinazos. Las formalidades y papeleos fueron olvidados como si nunca hubieran existido las torres de observación, los alambres, los guardias que disparan y las dobles vallas”.
Y Maruja Torres, enviada especial de El País, escribió: “A lo largo de todo el muro, jóvenes del Oeste se arrodillaban y golpeaban la pared con sus martillos. Esa fue la música, esta sigue siendo la música que acompaña la aventura de los alemanes que se encuentran. Miles de martillos golpeando el muro que separa a las dos partes del corazón de Alemania”.
Era el fin de un muro que se empezó a construir el 13 de agosto de 1961.
Trincheras
El Muro de Berlín no solamente era una barrera física, representaba la visión de dos mundos. Empezaron a definirse dos trincheras: la democracia liberal y, del otro lado, la del autoritarismo y del totalitarismo. Dos modos o dos ideologías para ver al mundo, afirma Miguel Armando López Leyva, coordinador de Humanidades.
Una de ellas es la que, de distintas maneras y con diferentes alcances, es el capitalismo, y que en muchas ocasiones con poca precisión se ha hecho sinónimo de la democracia liberal, aunque no necesariamente son lo mismo. “Se han podido conjugar a veces de manera virtuosa, y otras de forma viciosa, pero han coexistido durante muchos años. Y por el otro lado está el mundo del socialismo, vinculado con gobiernos autoritarios o totalitarios”.
Cuando el muro cae todos esos significados colapsan y se tiene que redimensionar cómo se piensan, tanto los regímenes como la democracia misma, señala en entrevista el doctor en Ciencias Sociales con especialización en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México.
Autoritarismos
Precisa que en el contexto de la Guerra Fría (enfrentamiento entre las que eran las potencias más importantes de la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos y la ex-Unión Soviética) se fueron integrando los distintos gobiernos que se autodenominaron los del otro lado del muro, del este, que se clasificaron de corte –en una expresión generalizadora– autocrático. “En algunos casos, como a la Unión Soviética, se le podía considerar un régimen totalitario; y en otros, como Polonia, un poco más flexibles, aunque no llegaban a ser democráticos”.
Hay criterios para definir por qué un gobierno es totalitario, lo cual esencialmente tiene que ver con la instauración de un partido único y la inexistencia de la oposición. “Y cuando hay regímenes autoritarios que son flexibles, es porque puede haber un partido único, pero también algunos espacios de la oposición, más o menos reconocidos por éste”, agrega.
Como metáfora
Miguel Armando López Leyva afirma que “ahora no hay un muro físico, pero sí se está construyendo, y quisiera recuperarlo como metáfora, un muro de polarización. Así como el Muro de Berlín separaba dos realidades, dos mundos, dos ideologías, la polarización que tenemos es una pared, porque de una manera muy similar divide a los ciudadanos”.
La caída del Muro logró integrar las diferencias, con pluralidad, porque la democracia siempre es así, abunda. “Y lo que hace un muro de polarización es que también disgrega, separa, y pone a unos en el lado correcto de la historia, y a otros en el incorrecto por no estar a favor de ciertos proyectos de largo alcance o de ciertas ideas de cómo deben ser los países”.
La gente se ancla en eso porque le seduce una idea, y desde luego cuando hay un político, un personaje muy particular, que la convence también. “El dilema más bien está en cómo desestructuramos la polarización política, que algunos autores llaman perniciosa o tóxica. Es un adjetivo que indica que la polarización existe, pero centrada en una disputa de identidades sociales, no sólo políticas, y en la medida que ésta no se desactive, no la trascendamos, los países vivirán procesos electorales como una disputa permanente de proyectos”.
Nueva ola de autocratización
Hay que recordar el episodio del Muro de Berlín, más en estos tiempos cuando estamos en una nueva ola de autocratización, porque ese pasado refleja lo que en teoría no debería estar ocurriendo. “Es decir, fue un momento autocrático muy importante en el mundo y después de eso hubo un periodo de bonanza democrática”.
Recuerda que es muy conocida la famosa frase de Francis Fukuyama del fin de la historia, “pero en realidad Fukuyama no quería decir que la historia en sí misma se acabara, sino que esa disputa ideológica se había terminado. Giovanni Sartori, por ejemplo, hablaba del fin de las ideologías y el triunfo de la democracia liberal. Entonces se interpretó como una gran bonanza democrática después de la caída del Muro. Ahí vino toda una discusión tanto política como teórica y académica, sobre lo importante que era tener democracia, democracia electoral, liberal”.
El proyecto fallido
Lo que tenía de atractivo el proyecto socialista, por el cual muchos países se perfilaron, es que postulaba una idea de sociedad totalizada, es decir, que la sociedad debería apuntar hacia la eliminación de los medios de producción, un gobierno donde todos participan y todos deciden, apunta.
Cuando cae el muro se desestructura esa idea de sociedad donde ella misma está incluida, desde luego, pero también la economía y la política. “Y se pierde un gran referente, porque eso era el socialismo, y no nos queda propiamente un proyecto de sociedad como tal, tan amplio y totalizador como era éste”.
El profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales considera que nos queda la virtud de la democracia, pero probablemente también este es el motivo del desencanto.
“La democracia no es un proyecto utópico de una sociedad ideal, si acaso es uno político para que la gente se gobierne respetando la pluralidad. No es una definición, es un propósito. En ese sentido la democracia como mecanismo integrador, o método de resolución de conflictos, como marco para que las sociedades convivan, no tiene un proyecto como tal, sino que mediante ella se pueden disputar otros distintos”.
Fuente: www.gaceta.unam.mx