La derecha y, especialmente, la ultraderecha tiene en las operaciones de falsa bandera una salida cuando están en una situación difícil o cuando buscan justificar una acción criminal que no pueden explicar de ninguna manera y necesitan con urgencia legitimar ante las masas incautas o estupidizadas.
Por: Miguel Blandino
S on acciones secretas coordinadas entre el empresariado, el gobierno y la prensa. Los objetivos de la operación de falsa bandera son fundamentalmente de tipo económico, poder político y militar.
Son acciones espectaculares que provocan la muerte de multitudes y su impacto es magnificado por una campaña de prensa. La fuerte campaña de propaganda es la que permite provocar a la ciudadanía para que exija a los políticos una respuesta rápida mediante la aprobación de decretos de emergencia que ponen al Estado en pie de guerra, ya sea en el orden interno, o en el campo internacional.
Por ejemplo, la explosión del USS Maine de la armada estadounidense en el puerto de La Habana, en la que murieron la mayoría (75%) de los soldados que estaban a bordo al amanecer del 15 de febrero de 1898. La prensa de mayor incidencia y cobertura en los Estados Unidos, tanto la que representa al Partido Republicano como al Demócrata, actuó bien sincronizada y con una perfecta coincidencia.
Las voces más potentes como Joe Pulitzer y William Hearst, superaron sus contradicciones y dijeron al unísono “¡fue España!” Ambos lanzaron la consigna “Remember the Maine, to Hell with Spain!” (Recuerden el Maine, ¡Al infierno con España!)
Como consecuencia de la presión social el Congreso autorizó la invasión militar de Cuba.
En esa hora Cuba estaba en medio de una guerra interna en la que los patriotas luchaban contra el ejército de la corona española para conseguir la independencia nacional.
A los Estados Unidos no les interesaba la independencia de Cuba, porque esa isla es la puerta de entrada al Mar Caribe. Querían lograr el control que había estado por siglos en las manos de España.
Mataron a sus soldados para que el pueblo horrorizado exigiera a los políticos la declaración de guerra contra España. El resultado de esa guerra fue la expulsión de los ibéricos y el control político militar de la isla.
Exactamente lo mismo hicieron los dueños del poder en los Estados Unidos cuando permitieron que Japón atacara las bases de la marina armada en Pearl Harbor y ese pretexto fue suficiente para declararle la guerra al imperio nipón y entrar a la Segunda Guerra Mundial.
Y, ni más ni menos, eso hicieron en el Puerto de Tonkin entre el 31 de julio y el 4 de agosto de 1964, cuando los Estados Unidos se involucraron en la guerra de Vietnam argumentando que tres lanchas de Vietnam del Norte habían atacado a los navíos estadounidenses. Eso fue suficiente para que el Congreso aprobara pasar de un pequeño número de asesores militares en Vietnam del Sur a 60 mil soldados y de ahí a más de medio millón en poco tiempo.
Todavía más, en Siria una organización no gubernamental -creada por la inteligencia británica-que se disfraza de personal médico voluntario, y que usan el nombre de “cascos blancos”, filmaron una dramatización en un hospital fingiendo estar dando atención a civiles que habían sido atacados con bombas de gases tóxicos.
La difusión del video en diarios, redes sociales y noticieros de radio y televisión tenía la finalidad de crear la imagen del presidente constitucional del país como criminal de guerra.
Exactamente igual que las armas de destrucción masiva que nunca se existieron en Irak, pero que facilitó la invasión militar gringa y el asesinato de los líderes.
Igual hicieron en Libia y en tantas otras partes.
En ningún caso se realizan investigaciones, solo se reacciona al acto y, después de logrado el objetivo, por ejemplo, apoderarse del petróleo o invadir el país para convertirlo en peón para amenazar a una potencia enemiga (URSS, China, etc.), tras los hechos consumados, pues, ya a nadie le importa hacer preguntas y la falsa bandera queda en el olvido.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y sus aliados británicos diseñaron un plan para ejecutar en toda Europa, tanto la que estaba bajo su control y, sobre todo, la que quedó bajo la influencia soviética. Consistía en crear y mantener el financiamiento de equipos secretos, constituidos por ex fascistas o exnazis, para realizar todo tipo de sabotajes, propaganda, contra propaganda, espionaje y otras acciones que redujeran o anularan el avance del comunismo. La secretividad tenía que ser total para evitar que la sociedad pudiera identificar los grupos y su actividad y relacionarlas con los servicios secretos occidentales.
Efectivamente, detrás de las fronteras de los países que formaron el campo socialista hubo grupos secretos de colaboradores de los nazis que se mantuvieron organizados y operando, y recibieron dinero a través de las embajadas estadounidense y británica.
Pero también en los países bajo influencia estadounidense los partidos nacional socialistas, aunque legalmente proscritos y suspendidos para participar electoralmente, seguían organizados y realizando sus misiones de propaganda o de terrorismo.
El 12 de diciembre de 1969 realizaron un atentado en el Banco Nacional de la Agricultura en Milán, Italia, el Atentado de Piazza Fontana, en el que sujetos desconocidos detonaron una carga de dinamita que mató a diecisiete inocentes e hirió a unos noventa. De inmediato el Estado italiano señaló a los anarquistas como culpables de la acción terrorista y capturaron por centenares a militantes de izquierda, anarquistas y comunistas, en especial. Otros atentados con bombas en Milán y Roma ocurrieron el mismo día y más artefactos explosivos fueron descubiertos por la policía en diferentes lugares.
El líder ferroviario anarquista, Giuseppe Pinelli, dirigente de los anarquistas fue uno de los primeros detenidos.
Poco después, durante los interrogatorios, y, obviamente bajo la custodia de agentes del Estado, Pinelli se escapó y se lanzó desde el cuarto piso del edificio de la policía, según el comunicado de prensa.
Comenzaron las décadas de plomo o años de plomo, desde 1970 hasta finales de los ochenta.
El objetivo era frenar y pulverizar el avance de los partidos y organizaciones de izquierda que a finales de la década de 1960 estaban muy cerca de alcanzar el poder.
Las investigaciones iniciadas en 1990 revelaron la verdad, pero los jerarcas occidentales que dieron las órdenes nunca fueron llevados a los tribunales.
Esos atentados en Italia eran la materialización del plan de las fuerzas armadas e inteligencia de la Organización de Defensa de la Unión Occidental, o Pacto de Bruselas (posteriormente OTAN), que se denominó Gladio. Está claro por qué nadie fue llevado ante los jueces.
Genéricamente se les dice operación gladio a todas esas acciones terroristas de falsa bandera en las que grupos criminales colaboradores del gobierno realizan atentados que siembran el terror y provocan reacciones de odio contra todo aquel que el gobierno señala como culpable. El objetivo siempre es político. El ganador siempre es el gobierno terrorista de los ricos. Los muertos siempre son los pobres. Y la meta invariable es la destrucción de la oposición política e impedir su reorganización y recuperación con el pretexto de que es una amenaza que obstaculiza el progreso y siembra el desorden.
¿Existe alguna similitud entre el concepto de la Operación Gladio con aquella matanza que dio origen al estado de excepción que rige desde hace dos años y medio en El Salvador?
¿Quién ganó con la matanza de ochenta inocentes pobres? ¿Quién perdió?