PERVERSOS

Por: MIGUEL BLANDINO.
Muchas veces, la mayoría de las veces, usamos adjetivos como insultos y eso bajo ciertas circunstancias puede ser muy legítimo y hasta perfectamente comprensible; pero, a decir verdad, usando adjetivos calificativos no se avanza ni un milímetro en el conocimiento de algo ni, mucho menos en la solución de un conflicto.
Por ejemplo, si decimos que un libro o un discurso es muy bonito, manifestamos nuestro agrado, pero eso no explica nada. O si decimos que es un jefe horrible, tampoco avanzamos nada en términos de conocimiento de esa realidad.
En política los adjetivos la mayoría de las veces no son más que calificativos atizadores de las contradicciones; únicamente sirven como armas arrojadizas entre rivales que terminan por enconar aún más las heridas. Ni ayudan a sanarlas y como resultado de esos insultos pueden empeorar la situación.
Los adjetivos calificativos se usan para embellecer o con la pretensión de dañar la imagen, la dignidad y la moral del otro. Simplemente porque los adjetivos no sirven para mucho más.
Un adjetivo usado así no explica nada, solo obnubila porque ataca las emociones y nubla la razón.
Sin embargo, usados como descriptores son términos o símbolos muy útiles para representar de una manera exacta, precisa y sin equívocos posibles, lo que se quiere señalar. En este caso, si los utilizamos con esa intención, son sustantivos, se convierten en conceptos.
Y como en política la estrategia no puede basarse en emociones ni en deseos, sino en el conocimiento exacto -o lo más exacto que sea posible- para definir los elementos esenciales de la realidad, los analistas y estrategas deben usar los sustantivos, los conceptos, sin perderse en una maraña de calificativos bondadosos o deleznables.
De lo que se trata es que el conocimiento sirva para la acción.
El epitafio en la tumba de Karl Marx, el padre del proletariado mundial, es decir la undécima y última de las tesis sobre Feuerbach, nos indica con claridad que de lo que se trata es de transformar la realidad, o sea que el conocimiento debe servir para la práctica y, para que la práctica sea eficaz debe basarse en la razón no en la emoción.
De hecho, los adjetivos calificativos que usa uno de los contrarios es exactamente los mismos que usa su rival.
Creo no equivocarme si digo que fue en Psicología social de la guerra donde Ignacio Martín Baró SJ explica minuciosamente esto que él denominó el fenómeno especular. Era en plena guerra civil salvadoreña cuando el destacado psicólogo jesuita se refirió al uso de los calificativos por parte de los dos bandos del conflicto. Y decía que es como cuando un sujeto que está parado frente al espejo señala con acritud los defectos de su propia imagen reflejada y al mismo tiempo se atribuye a sí mismo solamente un dechado de puras virtudes. Irónicamente, su contrario, el que está parado del otro lado hace exactamente lo mismo. Se acreditan simultáneamente virtudes al tiempo que desacreditan al otro.
No obstante, los adjetivos pueden ayudar a la comprensión si en lugar de agarrarlos como calificativos los usamos como sustantivos, es decir, para ir a lo que sí es esencial, a la sustancia del otro, a lo que es verdadero.
Cuando decimos que alguien es culto pero irascible, usamos dos adjetivos que sirven como calificativos, pero que como descriptores ayudan a definir al sujeto en cuestión explicando que es oscilante entre la razón y la emoción. Que es un sujeto difícil de tratar, pero con el cual, si los asuntos de interés se despersonalizan, abordándolo con decoro, tacto y diplomacia, se puede llegar a puntos de coincidencia y de acuerdo que, en función de un bien superior, pueden solucionar el más grave conflicto.
O, por el contrario, cuando definimos la personalidad de un ser perverso, entonces no hay nada que hacer.
Porque un ser perverso es esencialmente nocivo. Nada bueno puede emanar de la perversión. Ni tiene remedio alguno.
Es el caso de los que hacen daño con la intención de demostrar que pueden hacerlo sin sufrir las consecuencias.
Es el caso de los que, encumbrados en la cima del poder, hacen daño con la finalidad de que los demás escarmienten antes de enfrentársele o tan solo osar atreverse a cuestionarlo.
Para caricaturizarlo, a efectos de hacer más comprensible mi intento de explicación, suelo poner el ejemplo del ladrón que se sube a un bus y ya adentro saca una pistola o una navaja para amenazar con hacer un daño mayor a quien se le resista. Va dispuesto a matar. Es un ser perverso al que ningún llamado al diálogo y a la razón puede hacer que modifique o modere su conducta. Es un ser sustancialmente maligno porque es perverso.
Los sicarios son ejemplo de perversión porque matan por el lucro. Y los que pagan al sicario son aún más perversos, además de cobardes. Esas esencias son los calificativos que debemos tener en cuenta al tiempo de analizarlos con vistas a la elaboración estratégica.
El objetivo estratégico no es igual cuando lo que se tiene enfrente es alguien equivocado, terco, aunque sea intratable, que cuando se trata de un individuo o grupo perverso.
Perverso es aquel que causa daño de manera intencional y es totalmente desaprensivo y actúa sin miramiento alguno.
Son, por ejemplo, los que arrebatan las escuelas por la fuerza de la amenaza de prisión y tortura, igual que los que se roban el presupuesto de las medicinas y suprimen las plazas de docentes y de personal de salud.
Los que matan el cuerpo y el alma de una sociedad no por error sino de manera fría y premeditada. Ellos son seres perversos porque persisten en su acción nociva a sabiendas del grave daño que le causan a la Nación.
Son seres que causan daño siendo perfectamente conscientes del mal que producen, y lo hacen con el exclusivo propósito de conseguir ganancias en sus negocios.
Con alguien perverso es inútil tratar de dialogar o de llamarle a la razón y al cambio de una conducta inmoral por otra que vea por el bien y la felicidad del colectivo.
Un individuo perverso o un grupo perverso ni atiende razones ni se interesa por la colectividad.
El perverso está en las antípodas de la decencia. Con un ser perverso la sociedad tiene una contradicción que es mortalmente, fatalmente, irreconciliable.
La contradicción irreconciliable entre la sociedad y la perversión solo se resuelve mediante la aniquilación de una de las partes.
En El Salvador se ha impuesto por la fuerza de las armas de las instituciones represivas la perversión, pero la sociedad aún vive, todavía no ha sido aniquilada. La sociedad está acogotada, pero ya comienza a zafarse de las garras de su enemigo porque a este ya se le está agotando la fuerza de la propaganda, que es su única verdadera arma de dominación.
El ataque principal debe dirigirse a la propaganda porque ese que es su fuerte es también su talón de Aquiles.
Pero la contra propaganda no debe basarse en adjetivos calificativos del individuo sino en la revelación de su esencia perversa, que son sus acciones para apoderarse de todo y anular al resto de la sociedad. Por sus actos los conoceréis no por su propaganda.
La felicidad está en hacer el bien, le dice Aristóteles a su hijo Nicómaco. La tristeza es hija de lo perverso.

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