Origen es el nombre de una novela de Dan Brown que leí hace como siete años, cuando todavía el actual tiranito salvadoreño no asomaba sus diabólicas orejas lobunas puntiagudas.
Por: Miguel Blandino
E ste Dan Brown, por cierto, es el mismo autor de El Código Da Vinci, que fue la primera novela que leí de él y que, en su momento causó mucho revuelo por la temática del papel ultra reaccionario del Opus Dei y la presunta vida sexual de Jesús y la dirección del movimiento cristiano en manos de su esposa y madre de su hija, María Magdalena.
Hace como veinte años lo descubrí y desde entonces renació en mí una viejísima propensión a buscar su nombre en las librerías, como cuando era niño o adolescente e iba en busca de los libros que firmaban Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Edgar Alan Poe.
La novela policiaca, de espías, de conspiraciones y de misterio, eran como la miel y yo la mosca.
Robert Langdon es el protagonista de estas novelas de Dan Brown, y no es investigador privado o espía ni policía, sino un profesor universitario que por sus conocimientos y amplia cultura siempre resuelve los problemas, por muy complejos que sean.
Pues bien, en una parte de Origen, Langdon asiste a una conferencia de un ex alumno suyo, convertido ya en todo un científico y tecnólogo cibernético que se ha vuelto un magnate multimillonario que dio con la clave del origen de la vida.
La conferencia va a ser transmitida en vivo a todo el mundo por Internet y retransmitida, millones de veces, después.
Consciente de lo grave del asunto para toda la humanidad, como consecuencia del impacto que va a tener su revelación en todas las culturas, decide buscar a los líderes católicos, islámicos y judíos para explicarles todo y advertirles, para que estén preparados ante las reacciones previsibles. A ellos les dice vagamente que la divulgación de su descubrimiento será realizada en un futuro cercano, pero la verdad es que la conferencia la ha organizado para un par de días después del encuentro con esos tres religiosos.
El propósito de no decirles la fecha exacta es el de evitar filtraciones o indiscreciones que pueden poner en riesgo su propia vida o por lo menos boicotear la conferencia.
A los invitados los cita en un centro cultural en Barcelona, que dirige la novia del Príncipe de Asturias, pero sin mencionar el motivo del evento ni dar pistas.
Les envía los boletos de avión y las reservaciones de hotel, junto con la tarjeta para el acceso al evento, y confía en que asistan tan solo por el prestigio del anfitrión. Nada más.
Uno de los invitados especiales es Robert, su antiguo maestro.
A su llegada al sitio, Langdon es recibido por un guía virtual que se comunica con él por medio de unos audífonos y que lo condujo a un elevador que llegaba a una galería de arte moderno.
En esa galería estaban expuestas unas obras muy sugerentes, y espectaculares por lo enorme de sus dimensiones. Entre todas ellas Robert vio una que le llamó bastante la atención.
Era una larga fila de lobos (99 en total) que de un salto se lanzaban contra una pantalla de vidrio transparente y al estrellarse y caer se levantaban y volvían a colocarse al final de la columna para volver a intentarlo y estrellarse otra vez. Uno por uno, no en bloque.
Esa imagen de los lobos en fila india me hace evocar otras varias imágenes que a lo largo de la vida he ido percibiendo por la calle y por la lectura y que me han hecho reflexionar acerca de nosotros, los seres humanos.
Representaciones muy antiguas, todas descriptivas del común de la gente.
Unas, muy académicas, otras, muy corrientes.
Por ejemplo, la famosa de Thomas Hobbes, recuperada de una antigua locución latina, o la de mi mamá, aprendida quizás de boca de mi abuelita Fide. Y aquella leída en tercero de la primaria cuando de niños estudiamos al príncipe de las letras, Rubén Darío. O la referencia escuchada de la boca desdentada de la anciana de espaldas recias, la Juliana-la india Julia de las manos de un color blanco espantoso de tanto lavar con lejía las sábanas del Hospedaje Central, de mi abuelito Toño- que por las noches, mientras se deshacía la larguísima trenza de su pelo sin una sola cana, negrísimo y grueso, fumando un puro apestoso después de cenar, nos contaba el cuento de La Caperucita Roja o las historias de los cadejos de ojos rojos de allá por Rosario de Mora y Panchimalco, por donde ella vivió hasta que los indios huyeron de sus aldeas para vestirse y hablar “como la gente”, en los tiempos del genocidio que fue ordenado por los honorables señores cafetaleros al General Maximiliano Hernández Martínez.
O aquellas historias del hombre lobo sanguinario de las divertidas películas mexicanas de Santo El Enmascarado de Plata o las similares de Hollywood, pero nada divertidas, con el cadavérico Vincent Price.
En todas partes el lobo.
El lobo malo, el hombre lobo a secas, el hombre lobo del hombre, el lobo bueno víctima de la maldad humana.
Pero en la de Origen, la imagen no es la de un lobo bueno o malo, sino la de un lobo estúpido. Un lobo que se estrella contra el cristal al igual que todos los que saltaban adelante y que después de experimentar un fracaso vuelven a formarse a esperar su turno y solo para volver a romperse la crisma.
Es ahí justamente cuando recuerdo aquella frase de filósofo callejero, cotidiano, que escuchaba cuando niño: “¿Adónde vas, Vicente?”, y la estúpida respuesta del famoso Vicente: “A donde va toda la gente”.
Parece mentira como centenares de analistas se devanan los sesos tratando de entender cómo es posible el triunfo de Trump.
Hace unos treinta años el entonces ministro argentino de Economía, Domingo Cavallo, preguntaba ¿cuánto peso de pobreza podrá soportar las alas de la libertad? Eran los albores del neoliberalismo.
Hoy estamos en el umbral del hiperneoliberalismo, con bolsonaros, bukeles, noboas, mileis y trumps.
Contra toda la lógica los pobres y las clases medias, los negros y las mujeres, los que lo han perdido todo a manos de los ultra ricos -dueños de unas decenas de corporaciones globales-, siguen dando toda su confianza a sus opresores.
Contraintuitivo, dicen los expertos en Ciencia Política. Síndrome de Estocolmo, dicen los genios de la Psicología.
¿Contraintuitivo o resultado de un trabajo sistemático? El triunfo de un proceso de educación mundial que comenzó hace cincuenta años, al orientar todas las baterías del sistema para dinamitar los cimientos que cohesionaban al proletariado.
Cuando crearon los grupúsculos “progres” atacando la consigna principal de los comunistas ¡Proletarios del mundo, uníos!, facilitaron no solo la victoria del imperialismo contra el campo socialista.
En aquellos años, a mediados de los setenta del siglo pasado, advertíamos la amenaza y le llamamos con la expresión “diversionismo ideológico”. Entonces nos dijeron machistas, y nos acusaron de querer invisibilizar a las mujeres. Se negaron a reconocer que en el máximo nivel de dirección del Comando Central de nuestra organización estaba Melida Anaya Montes, la Compañera Ana María, y en cada nivel y espacio muchas mujeres eran las responsables.
Andaban afligidos defendiendo ballenas mientras al otro lado de la calle morían sin atención médica los desamparados que vivían sin seguro social y sin empleo.
Nos rompieron en miles de iglesitas de garaje para acabar con la influencia de la teología de liberación.
Nos dispersaron. Y lograron vencer en la Guerra Fría. Después dijeron que con el campo socialista también habían muerto las ideologías. Claro, todas las ideologías, menos la ideología individualista del capitalismo.
A la dispersión y la inyección del individualismo siguió el abandono de la huelga y las acciones de calle como métodos de lucha popular.
Luego vino la tecnología para meterle el tiro de gracia a la organización revolucionaria. El nihilismo y la búsqueda de la satisfacción individual hicieron presa de toda la niñez y la juventud.
Mientras tanto, los poderosos se mantuvieron bien unidos, los del mundo visible y los del crimen organizado. Juntos apretándole el cuello al proletariado.
Hoy, los analistas de pacotilla dicen que bukele es bruto porque reduce el presupuesto de Educación y elimina escuelas enteras. No son capaces esos sesudos opinadores de entender que ese es precisamente el nivel actual de la lucha de la burguesía contra el proletariado.
Hoy, los lobos van solitos a estrellarse de cabeza contra el espejismo. Los mejores y más inteligentes están luchando aislados unos de otros. Se rompen el hocico mientras bukele los mira divertido desde Costa Rica a la que ha comenzado a militarizar metiendo en la cabeza de los ticos que los soldados son buenos, regalan comida y medicinas como Santa Claus armados. Los pobres ticos no se enteran de que con la militarización se pretende recrear el frente sur de la Contra para atacar a Nicaragua como hace cuarenta años.
El lobo, el símbolo de la astucia y la persistencia, tiene que dejar de ir en fila india y formarse hombro a hombro y agarrarse fuertemente de las manos entrelazando los dedos.
El camino es la unidad.
Unidad en la lucha hasta la victoria final.
Todos los males tienen un mismo origen. El enemigo está en el origen.