Un día de estos estaban conversando en Radicales los periodistas Fabrizio Mejía, Héctor Alejandro Quintanar, Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela acerca de los gobernantes populistas que ahora pululan por todo el mundo.
Por: Miguel Blandino
Como acostumbran, lanzan sus opiniones alejados de prejuicios morales hipócritas o dejando caer opiniones nacidas de sus propias posiciones ideológicas claramente de izquierda. Todos ellos saben que todo lo que hacen, dicen y piensan está atravesado por la ideología, pero reconociendo eso tratan de contener sus tendencias y preferencias para ser pulcros hasta donde se puede en periodismo de izquierda.
Para nada manipuladores, saben que son educadores populares desde los medios no propagandistas. Ponen los temas sobre el tapete, tan solo dejando constancia de una cosa que es así, para luego buscarle el origen, el por qué, la razón de que esto sea así y no de otra manera, y hacia donde se debe llevar para que sea mejor para la sociedad.
Y en esa oportunidad señalaban con claridad que hay tantos populistas en la izquierda como en la derecha.
Y comenzaban definiendo el concepto “populista”. Y decían que se trata de políticos y gobernantes que ponen en primer lugar y se esfuerzan en mantener de su lado a grandes sectores sociales, por medio de hacer ofertas espectaculares, la mayoría de veces de manera irresponsable, solo por conseguir los votos y ya después quien sabe. Solo hasta que llegan al poder se les conoce en su esencia verdadera.
Muchos de ellos utilizan el lenguaje de un modo atrevido, a veces soez y violento, por su propia naturaleza vulgar, como Donald Trump, o fingiendo, solo por parecerse a la gente común que anda por la calle.
Pretenden hacernos creer que son supuestamente anti elitistas, anti intelectualistas y absurdamente anti políticos, aún a sabiendas de que eso es una contradicción obvia, pues precisamente han venido siendo conocidos por ejercer la política de modo profesional y ocupar cargos de dirección política. Saben bien y no pueden pensar que vamos a creerles cuando hablan en contra de la política y de los políticos siendo ellos mismos unos políticos de profesión y que ejercen la política como la principal actividad de sus vidas.
En su discurso es común escucharles decir que son solo ejecutores de la voluntad del pueblo y, por lo tanto, no son ellos los que hablan y actúan sino que son el medio por el que se expresa el pueblo. Naturalmente que si hay alguien que no está de acuerdo con ellos es porque es un enemigo del pueblo.
Y aclaraban los Radicales que si bien es cierto esos rasgos son comunes entre los políticos izquierdistas lo mismo que en los derechistas, lo que diferencia a unos de otros es el núcleo de los verdaderos intereses que representan y hacia donde orientan las principales políticas públicas cuando ejercen el poder.
De nuevo la vieja historia “por sus obras o por sus frutos los conoceréis”.
En esa idea central se encuentra la diferencia entre un populista de izquierda y otro de derecha. Y en realidad ni siquiera importa si el populista nace en la izquierda o en la derecha, sino lo que hace cuando llega a tener poder.
López Obrador es clasificado como populista. Y dirigió la 4a Transformación para la generación e impulso de condiciones materiales que permitieron elevar la economía nacional mexicana mediante la inversión pública directa en infraestructuras básicas para la producción, a fin de afianzar la inversión privada directa, tanto nacional como extranjera, es decir, creó la plataforma para el despegue de la economía y para impulsar su crecimiento.
Aprovechó la gran diferencia entre el precio del petróleo en el presupuesto y el precio verdadero en las economía real. El diferencial positivo lo inyectó para su política social, ni más ni menos que como un populista clásico peronista.
Pero fue más lejos: Realizó una drástica reducción del oneroso gasto gubernamental suntuario. Esa fue una medida para apuntalar la inversión social en áreas clave como salud, educación, agricultura y seguridad ciudadana.
Eliminando o reduciendo significativamente el gasto en publicidad y rindiendo cuentas diarias de manera directa a la población total a través de los periodistas, en conferencias de prensa diarias en vivo, abriendo al mismo tiempo la ventana de la transparencia y la lucha contra la corrupción.
Las ayudas monetarias directamente entregadas a población de escasos recursos, discapacitada, vulnerable o sin posibilidades de generarse ingresos -como todos los estudiantes y aprendices-, unido al incremento del salario mínimo, dinamizaron la economía en la base y, con ello, aumentaron los volúmenes de producción e importación de bienes y artículos de consumo popular.
La decisión política de mantener el salario mínimo siempre por encima del nivel de la tasa de inflación anual, evitó la devaluación y el desmesurado incremento de precios al consumidor.
Una economía fortalecida posibilitó que el segundo piso de la 4a Transformación pudiera subir un peldaño en la calidad de los satisfactores de necesidades sociales. La apuesta es, por ejemplo, la vivienda popular. Congelamiento de los créditos hipotecarios, nuevas líneas de crédito blando para viviendas de trabajadores y jóvenes, construcción masiva de viviendas por parte del propio estado a través de las instituciones especialmente creadas para esa misión y reorientación de las preexistentes y, una novedad radicalmente revolucionaria: créditos revolventes para que todos los recursos financieros recuperados sirvan para financiar la construcción de más viviendas.
Sacar de la pobreza a nueve millones de mexicanos en seis años y fortalecer una clase media son dos logros claramente populistas porque hacen crecer el respaldo popular y el respeto al gobernante desde la más amplia base de la sociedad.
Y si, encima, con la dinamización de la economía social se incrementan las ganancias del sector empresarial, la oposición al gobierno se reduce.
Eso es populismo, según los periodistas de Radicales. A eso no hay que temerle, ni por los pobres ni por los ricos.
Si, además, las medidas de redistribución de la riqueza se hacen con pleno respeto del Estado constitucional de derecho y sin graves violaciones a los derechos fundamentales, la tranquilidad social está garantizada.
Con Claudia Sheimbaun, que arrasó en las elecciones gracias a la popularidad de López Obrador, la 4a Transformación va a escalar a un nivel superior porque la apuesta por la educación, la salud, la protección ambiental y la seguridad ciudadana van a continuar: cultura y educación, ciencia, tecnología e investigación, con austeridad, combate a la corrupción y lucha contra la impunidad son los ejes de la política gubernamental.
En Filipinas, por el contrario, un derechista llamado Rodrigo Duterte prometió acabar con la delincuencia y con la corrupción. La población lo aplaudió por su voluntad de acabar con el peor de los males sociales. Como avance curricular para sustentar sus palabras solía contar como a los dieciséis añitos ya había cometido su primer homicidio. De esa manera declaraba ser un hombre de firmes convicciones y determinación hasta las últimas consecuencias. Y, efectivamente arrasó con delincuentes de las bandas rivales que atacaban a la suya y, obviamente, de paso también arrasó con la oposición política. Violó todas las leyes, destruyó las garantías fundamentales y acabó con la vigencia de los derechos humanos. Ejerció el poder con mano dura, provocó mucho dolor y sufrimiento entre sus víctimas y las familias de los inocentes asesinados. La población sigue tan pobre como siempre porque los populistas cuando son de derecha siembran tragedia y pobreza. El del filipino es un perfecto ejemplo de populismo de derecha.
Aunque llegó a la presidencia montado en un partido de “izquierda”, Duterte siempre ha tenido una conducta típicamente de ultraderecha. Durante mucho tiempo fue alcalde de su ciudad natal y personalmente solía patrullar con los escuadrones de la muerte para perseguir “criminales”, cazarlos, torturarlos y matarlos. Esa brutalidad hizo crecer su popularidad entre sus simpatizantes al mismo tiempo que paralizó a sus opositores. Ya en la presidencia llevó su “método” a nivel nacional. El resultado fue que en pocos más de tres años sumaban ya 27 mil sus víctimas mortales, además de los encarcelados y torturados, y un número desconocido de desaparecidos a los que la policía reporta como personas que han emigrado clandestinamente. Duterte afirma que no es verdad, porque las ejecuciones extrajudiciales que ha realizado “solo” son unos cuatro mil.
La riqueza de la clase dominante ha crecido y Filipinas está entre las primeras cuarenta naciones con mejor economía del mundo en el ranking que la mide a partir del PIB. Sin embargo, otro modo de medir la economía tiene que ver con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y desde esta perspectiva Filipinas es tan pobre como El Salvador bajo el gobierno actual: más de la cuarta parte de la población está sumida en la miseria. Pero no se parecen solo en que sus presidentes provengan de la “izquierda”. Tanto en El Salvador como en Filipinas las aventuras de cacería de “delincuentes” se realizan solo en los barrios donde viven los pobres. En las cárceles ni hay ningún rico, ni un corrupto, ni un especulador del mercado de los alimentos, ni mucho menos un tan solo dueño de lavandería de los dólares sangrientos del crimen organizado. Todos los jueces tienen miedo de ser asesinados, encarcelados o desaparecidos y obedecen la consigna de condenar a cualquiera que les pongan en sus cortes. La prensa amedrentada se auto censura al igual que las organizaciones no gubernamentales.
¡Ah!, Sara, la hija de Duterte heredó la alcaldía que era de su papá y Paolo, el otro hijo es congresista. Duterte todavía goza de un 70% de popularidad aunque ya se retiró por su avanzada edad. Aunque siempre puede regresar. El “método” Duterte continúa porque es una cultura en un pueblo sumido en la ignorancia y el terror.