EL ETERNO RETORNO. ¿Has leído la novela Pedro Páramo?

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández.

Es un relato costumbrista engalanado en el realismo mágico, que conduce al lector por un viaje en el que descubre el infierno al que descendió todo un pueblo, por ser a su vez víctima y victimario.

Quién nos lleva es el hijo de Pedro, que regresa a Comala, a donde espera, urgido por su madre recién fallecida, reclamar al patriarca su heredad.

Encuentra en vez del hermoso pueblo de montaña descrito por su madre, un erial baldío y maldito.

En él tropieza con los espectros del pasado, que acompañaron a su padre en los delitos que cometió, condenados en un bucle sin fin, repitiendo el papel que les tocó ejecutar.

Aquel viaje no solo enloquece al hijo reclamante, lo conduce a su muerte en la pequeña plaza de aquel pueblo abandonado, donde se une a todos los que lo antecedieron, junto a la última de los sobrevivientes, matricida y facilitadora de los estupros que se cometieron.

La obra, descrita con crudeza, nos descubre el papel de la pobreza reinante que acompaña a todos fuera de la casona patriarcal, el de la iglesia, las relaciones incestuosas, el reclamo de justicia generalizado, pero sobre todo el del silencio y complicidad pactada entre todos para con el cacique y su familia.

El abandono en el que cae Comala es entonces una consecuencia, y la destrucción del entorno natural esa suerte de infierno en el que el costumbrismo latinoamericano encasilla a los que son cómplices de su propia perdición, con un cierre en el que, a Juan Preciado se le une Dorotea, en aquella plaza vacía que alguna vez vibró con la vida de todos, falleciendo ambos.

Magnífica.

Este tropo genialmente descrito, en el que el hijo regresa en busca de su padre reclamando su heredad, también en cumpliendo de la promesa hecha a su madre muerta, es a su vez el gesto que inicia y también cierra el ciclo, provocando que su descubrimiento lo conduzca indefectiblemente a una conclusión perfecta de esta obra, provocando entre los lectores las profundas reflexiones filosóficas y éticas pretendidas por el autor.

Así, aquella lectura obligatoria en otras épocas supuso también una consecuente reflexión que orillo a nuestra generación, ahora coronada en canas, a realizar la debida delación constructiva comparativa que implicó anteponer las condiciones socio económicas, culturales y políticas habidas entre nuestra sociedad y la de la imaginaria Comala.

Por supuesto y superando los relativos, sobrevienen desde un primer momento, la resignación de los más al expolio de los pudientes, que responden refugiándose entre las paredes de iglesias que observan y reclaman a todos paciencia, como el papel de los que se alzan, tomándose la justicia en sus manos, pero que también se pierden porque son huérfanos de convicciones, apenas vengadores.

La destrucción de Comala así, no es entonces un castigo, sino la consecuencia de la desidia, de esperar que alguien más resuelva, de ser apenas observadores cómodos.

Son, los fantasmas del pasado advirtiéndonos en que derivará nuestra anuencia.

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