Editorial UCA | Para un futuro menos ominoso

Las experiencias negativas, al igual que las positivas, enseñan a vivir. Cuando se analizan críticamente, se toma conciencia de sus causas, y ello sirve para cambiar de rumbo. De la misma manera, frente a los desastres —sean climáticos, sísmicos o volcánicos— se vuelve imprescindible una reflexión crítica y una planificación de la vida social y natural que al menos minimice sus impactos.

R ecientemente, el país sufrió las inclemencias de la tormenta tropical Sara. La tormenta anegó más de cien viviendas y causó graves daños en otras. En algunas zonas, los pobladores tuvieron que abandonar sus casas y refugiarse en albergues estatales. Organizaciones que trabajan el agro calculan que se perdió el 16% del frijol y el 11% del maíz sembrados. Esto significará un nuevo aumento en los precios de alimentos básicos y hambre para quienes no puedan pagar ese incremento. Nayib Bukele prometió alimentos y asignaciones económicas para paliar las pérdidas. La medida es buena, pero se queda corta frente a la magnitud de los problemas que causan los desastres.

En efecto, antes que nada, resulta indispensable prevenir el desastre dada la tendencia prácticamente irreversible, al menos durante un largo tiempo, del calentamiento global. No se están cumpliendo las metas globales que se fijaron para evitar un calentamiento peligroso para todos. Además, el consenso científico dice que los efectos nocivos del calentamiento global se sentirán con más fuerza en los trópicos.

Por supuesto, el peso de El Salvador en el escenario mundial es muy pequeño. Más allá de mantener una posición crítica frente a la irresponsabilidad de los Estados ricos, que debieran frenar las emisiones de carbono, lo que le queda al país es prepararse para lo que viene.

Las tormentas y las lluvias serán más copiosas y agresivas, y se alternarán con tiempos de sequía más largos y calientes. Proteger las viviendas frente a la posibilidad de deslaves, construirlas con estándares de sismorresistencia y en zonas seguras, y utilizar materiales aislantes contra el calor son hoy medidas básicas para cuidar la salud pública y evitar catástrofes. Reforestar sistemáticamente el país también ayudaría a resistir mejor el exceso de calor que sobrevendrá. Cuidar del agua evitando la contaminación y defendiendo los reservorios, tomar medidas contra la contaminación del aire y asegurar la soberanía alimentaria son otras medidas a implementar para caminar hacia un futuro menos ominoso.

El gobierno central, las alcaldías y los vecindarios urbanos y rurales tienen una importante responsabilidad en la tarea de prevenir y contrarrestar los efectos del calentamiento global. Incluso en tanto individuos estamos en la obligación no solo de ser plenamente conscientes de lo que nos acecha, sino también de acrecentar la conciencia de vecinos y amigos respecto al escenario que se avizora para los próximos años. El calentamiento global está en marcha y sus efectos serán, a medida que pasa el tiempo, más dañinos y peligrosos, especialmente en las zonas geográficas comprendidas entre los trópicos.

El papa Francisco decía hace algunos años que “tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”. Luchar sistemáticamente contra la pobreza y prepararse para los difíciles tiempos que vienen es el único camino de futuro razonable, justo y humano.

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