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Diciembres en El Salvador: cuajados de luceros y dolores

Alfredo Espino (1900-1928) en el apogeo de su corta vida, cuando escribía su poesía ingenua, dijo en uno de sus poemas que en nuestro terruño tenemos “diciembres cuajados de luceros” dándole a la palabra cuajado la acepción de poblado.  Eso es cierto; pero en diciembre también tenemos recuerdos de eventos con dolores populares.


Por: Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa


E n 1922 sucedió la “navidad sangrienta”, cuando el 25 de diciembre una manifestación de mujeres fue cruelmente reprimida, en las calles de San Salvador, por agentes del Estado, pues las mujeres apoyaban al candidato opositor Miguel Tomás Molina contra el candidato oficial de la “dinastía Meléndez-Quiñónez”, Alfonso Quiñonez Molina, el último eslabón de dicha “dinastía”, que tuvo el poder político por 14 años.

En 1931, el 2 de diciembre, una asonada militar depuso al presidente Arturo Araujo, elegido democráticamente, que había tomado posesión nueve meses antes, el 1 de marzo. El alzamiento militar cedió el poder político, casi inmediatamente, a Maximiliano Hernández Martínez que, de manera artera y taimada, había estado detrás del movimiento para derrocar un gobierno del cual él era vicepresidente. Martínez atrapó el poder por 13 años que mantuvo a sangre y fuego, desde la masacre de 1932 contra, principalmente, obreros y campesinos indígenas, hasta los fusilamientos de civiles y militares sublevados contra su tiranía, el 2 de abril de 1944. Por todo eso el 2 de diciembre debe ser recordado con un día de siembra de dolores en el pueblo.

El 12 de diciembre de 1944 hubo acciones heroicas y sacrificios de estudiantes universitarios y otros luchadores populares. Fue el culmen de una invasión de patriotas salvadoreños, desde Guatemala, para derrocar la tiranía del coronel martinista Osmín Aguirre y Salinas que llegó a la presidencia por golpe de estado del 21 de octubre de ese año. Osmín derribó al débil gobierno del general Andrés Ignacio Menéndez que administraba la transición después de la huida del dictador Martínez el 9 de mayo de ese año.

La invasión desde Guatemala de luchadores salvadoreños contó con el pleno apoyo del gobierno revolucionario de Guatemala que se había instalado el 20 de octubre cuando un movimiento popular provocó la caída dictador Jorge Ubico y sus colaboradores que quisieron continuar.

Algunos errores y falta de preparación causaron el descalabro de la operación y muchos salvadoreños murieron en Ahuachapán. Hay un trabajo de Jorge Arias Gómez, (1923-2002) destacado intelectual de izquierda, que contiene un testimonio directo de esa fecha, por cuanto el autor, a sus 21 años, fue uno de los patriotas combatientes. El trabajo se titula “La jornada de Ahuachapán: 12 de diciembre de 1944” y es muy revelador de hechos, actuaciones personales y circunstancias.

El 12 de diciembre fue establecido, en 1957, por el II Congreso Latinoamericano de Estudiantes, realizado en Argentina, como el Día del Estudiante Latinoamericano, en homenaje a la acción heroica y mártir de estudiantes universitarios salvadoreños caídos esa fecha en 1944. Cuando ingresamos a la UES en 1959 aún se conmemoraba ese día; pero muy pronto la conmemoración se fue evaporando hasta caer en el olvido.

El 2 de diciembre de 1980 fueron interceptadas en una carretera de El Salvador cuatro religiosas de Estados Unidos, que hacían labores solidarias y caritativas en comunidades humildes. Fueron violadas y asesinadas por efectivos de la Guardia Nacional. El hecho sucedió ese año fatídico que el país fue escenario de una cruel represión gubernamental, a cargo de una Junta de Gobierno constituida con base en un pacto del Partido Demócrata Cristiano y altos jefes militares al servicio de la derecha, con el patrocinio del Gobierno de Estados Unidos presidido por Carter y que en esos días ya había sido derrotado por Ronald Reagan en las elecciones de noviembre.

Entre el 11 y el 12 diciembre de 1981, tuvo lugar un acto de suma barbarie, que se conoce como La Matanza de El Mozote. Esos días, el Batallón Atlacatl, organizado en 1980 en la Escuela de las Américas, cuando aún estaba en Panamá, y entrenado en Fort Bragg del ejército de Estados Unidos, perpetró la matanza de casi mil personas, civiles inocentes, la mayoría niños, en un área rural de El Salvador, como parte de la contrainsurgencia que buscaba contener y derrotar las guerrillas izquierdistas agrupadas en FMLN insurgente. La matanza es un hecho muy documentado y condenado universalmente.

Para ilustrar la naturaleza de esa barbarie, basta reseñar lo siguiente. Thomas Buergenthal (1934-2023), destacado jurista internacional ya fallecido, fue miembro de la Comisión de la Verdad, establecida por los Acuerdos de Paz en El Salvador y, en tal función, hizo verificaciones en torno a masacres en la guerra civil de El Salvador. El Dr. Buergenthal fue sobreviviente del holocausto hitleriano pues, como niño, sufrió en campos de concentración nazis. En un conmovedor párrafo de su autobiografía “Un Niño Afortunado” dice:

“Hasta que trabajé en la Comisión de la Verdad (de El Salvador), siempre había creído que mi experiencia en el Holocausto me había formado una coraza que me protegía a la hora de contemplar las más espantosas violaciones a los derechos humanos. En El Salvador descubrí que no era así. Por ejemplo, contemplar el esqueleto de un bebé aún en el vientre de su madre asesinada durante la masacre de El Mozote fue más de lo que supe soportar sin sentirme profundamente afectado ante la brutal depravación de quienes habían cometido ése y otros crímenes similares”.

Ciertamente, en El Salvador tenemos “diciembres cuajados de luceros” y esperanzas; pero también tenemos diciembres cundidos de dolores para los sectores populares y personas que luchan por mejorar la vida de los de abajo. Todas las fechas recordadas tienen ese denominador común. Por eso es bueno recordarlas en la esperanza que un día El Salvador sea un país donde todos vivan en libertad y con dignidad.

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