En buen amigo me dijo que son las claves fundamentales de todo placer y a la vez de todo penar. Constituyen pulsiones que construyen universos en los que se salta de lo real a lo figurado y al contrario hasta llegar a un estado en que todo se confunde. ¿Dónde empieza una? ¿Dónde termina la otra? ¿Dónde se esconden? Ambas poseen resortes poderosos para elaborar mundos que son seguidamente relatados para dar sentido a la vida y a su término.
Por: Manuel Alcántara Sáez*
El terreno de la neurología es su nicho más profundo aunque sea el universo de la lírica el que aquí me interesa. Integran sendas en las que caminar a veces resulta risueño y otras supone un tormento que nunca se siente que acabe. Pareciera que la primera se nutre de experiencias mientras que fueran los deseos los que alimentaran a la segunda, pero no siempre es así. Hay remembranzas interesadas que anhelan un propósito determinado y sueños que lo que pretenden es erigir lo que nunca se tuvo.
En el lenguaje cotidiano es frecuente oír que alguien comienza su perorata diciendo: “recuerdo que…”, o, en otro orden, “me imagino que…” Se trata de fórmulas habituales que no van a la raíz de su significado inmediato sino que apenas constituyen guiños que buscan reafirmar la posición de lo que se dirá a continuación. Son abrebocas. ¿Importa al interlocutor que sea imaginación o memoria el artificio verbal? Una situación bien diferente a la que se da cuando la memoria o la imaginación construyen un recuerdo o un retrato de tal intensidad y nitidez que las lágrimas o la sonrisa llegan a brotar sin que nada lo impida. Pensar, sentir. A la vez. Profundamente ¿Es posible? En cierta ocasión escuché un exabrupto acerca de alguien de quien se decía que tenía una gran memoria pero nula imaginación y me pregunté si era mejor ser fantasioso y desmemoriado.
Entretengo los pensamientos que brotan del pozo de los recuerdos con otros que emanan de las sombras que se proyectan sobre la pared del cuarto en el que estoy acostado esperando la llegada del sueño. Se mezclan. Estas sombras son las que ve un niño durante la noche en que todo está en calma y que vienen a la memoria muchos años después confundiéndose con otras en un país lejano donde los frondosos árboles inhiben las luces de los coches. Imagino escenas. Los abuelos charlando en la cocina. Ella escribiendo su novela, material para su curso de literatura creativa. Frases entrecortadas frente al silencio de la casa. Entonces no llovía, hoy sí. A pesar del aguacero es necesario salir a caminar para poner en orden las cosas porque yo no había leído lo que ella me dejó como tarea, a menudo ocurre algo de esa guisa. Un despiste, un olvido.
Recuerdo las veces que me quedé solo. Tantas que me habitué hasta tal nivel que me resulta difícil imaginar otra manera de vivir. Imagino mi vida acompañado, quebrando así mi propensión a la soledad y una sensación añeja me invade, de forma que enturbia cualquier atisbo de memoria. Siento el vacío cuando pienso en todo ello. Sopeso pros y contras y eludo las emociones que me desbordan. Allí hace el frío que aquí está ausente y cuya presencia no echo de menos. Olvido el contraste porque no soporto el fragor de la risa que surge de aquel lugar al que no regresé y sobre el que juré no mencionar jamás. Suspiro. Cierro los ojos para no ver su mirada, inquisidora. Extiendo las manos para rozar su mejilla, asir sus brazos. Besar sus cabellos. Oler su fragancia. Como aquella vez en la playa, al atardecer. La brisa de poniente avivaba el deseo que la tormenta podría apagar en cualquier momento. Como así fue.
Sentado en el quicio de la ventana veo pasar a la gente. La cadencia en el andar delata su porte de turistas. Configuran una hilera mañanera continua. Hace rato que amaneció. La muralla está detrás. Ella todavía duerme en la habitación del fondo. Hemos discutido amargamente. ¿No nos entendemos? ¿Quién es más egoísta? Cierro una vez más los ojos. Es mi pose más cobarde. La gata no deja de maullar. Sueño despierto acerca de la vez anterior en que nos tiramos los trastos a la cabeza. No recuerdo la razón, pero sí que después estuvimos sin vernos dos meses. ¿Por qué no me voy para siempre? ¿Por qué no se ha ido ella? Anoto en el cuaderno azul lo que ha ocurrido, edulcoro las escenas más ríspidas, pero no dejo sin referir el hilo conductor de la confrontación. Pienso que alguna vez me gustará releerlo ¿o será como algo introducido en un saco roto? Pura vanidad.
La conferencia va a empezar en menos de cinco minutos cuando terminen las presentaciones. No sé qué voy a decir. El auditorio está repleto de gente ya enmudecida y atenta que ni siquiera consulta sus teléfonos, aparentemente. Apenas acabo de enterarme del título que los organizadores dieron al acto. Retos de la política. No tengo ningún papel sobre la mesa, no hay prevista proyección alguna. Mi mente remolonea y trae a colación una situación similar que me sucedió hace veinte años en un país del sur. Busco la estrategia que seguí entre los repliegues del pasado y la encuentro. Pero no tengo el desparpajo de entonces para tal simulación. Se me ocurre que una solución intuitiva sería la de hablar del papel de la memoria y de la imaginación en las ciencias sociales. Puede resultar. ¿Qué tal si enlazo “la imaginación al poder” con “memorias de Adriano”?
*Politólogo español. Director del CIEPS (Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales)
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