CAMALEONES HIPÓCRITAS.

Por: MIGUEL BLANDINO.
A propósito de la situación actual de Siria me surgen un montón de ideas, temas, emociones, memorias.
Es que de nuevo los terroristas más infames hoy son enaltecidos como libertadores por los medios principales de la prensa mundial que son dirigidos desde los centros de poder económico y político mundial.
Los líderes sanguinarios dirigen las mismas agrupaciones humanas especializadas en el terror que al pasar los años solo cambian de nombre.
La sucesión de denominaciones son solo pieles de la misma víbora venenosa. Jabhat Al Nusra, después también conocido como Estado Islamico o DAESH, y que hace más de dos décadas saltó a la fama bajo el nombre de Al Qaeda, es la misma mica solo que revolcada.
Al Qaeda, el grupo terrorista al que se acusó del atentado del 11 de septiembre en las Torres Gemelas era el grupo dirigido por un amigo y socio de la familia Bush-
Esa organización creada por los servicios de inteligencia de las principales potencias anglosajonas, Estados Unidos e Inglaterra es la misma que anduvo cometiendo atentados en Europa, Oriente Medio y África.
Sus mutaciones y cambios de nombre no significan en ningún caso que hayan hecho un viraje hacia nuevas ideas, son los mismos de siempre: cipayos, traidores, secuaces al servicio del extranjero invasor.
Poco antes del último round de la pelea mundial que conocimos como Guerra Fría (1980-1990), esas organizaciones ya operaban en Afganistán, Pakistán y otros estados, y se les conocía desde los tiempos de James Carter en 1978 como los mujaidines. Son los que después fueron bautizados como los “luchadores por la libertad”, ahijados de Ronald Reagan y su vicepresidente George H. W. Bush, el que era director de la CIA cuando fueron concebidos en el Headquarter de Virginia.
Los analistas de los servicios de inteligencia que operan desde la “embassy” recomiendan el preciso momento en el que sus agentes desestabilizadores ya han atizado a la sociedad, para que los “luchadores por la libertad” inicien su intervención.
A los especialistas en promover divisiones les basta con analizar las contradicciones normales que existen en toda sociedad para estimularlas hasta generar crispaciones irreconciliables. Siempre comienzan financiando desde la embajada mediante programas de ayuda para el desarrollo a todas las partes para que luchen entre sí por las migajas, luego las llevan a confrontar entre sí y contra el gobierno hasta terminar presentando una imagen de lucha intestina cuando en realidad hay una mano que mece la cuna.
Bajo disfraces seudo religiosos, los enemigos de un estado libre e independiente infectan gravemente la unidad nacional construida sobre la base del contrato social que es la ley constituyente que impera para toda la población que habita un territorio.
Así pues, no es de este siglo la idea de crear, financiar, entrenar, pertrechar, proporcionar información de inteligencia, dirigir operaciones en el terreno, mantener en los medios periodísticos -promocionándolos o denostándolos, según el interés coyuntural- y darle reconocimiento diplomático y político cuando cumple los objetivos asignados.
Hace un siglo, en el tiempo que el mundo estaba atravesando la primera entre guerra, ya los británicos habían inventado los grupos terroristas con los que finalmente forzaron la creación del estado invasor y expansionista de Israel en el suelo milenario de Palestina. Los ingleses primero inventaron desde el siglo XIX el sustento ideológico basado en una pretendida existencia de un territorio en algún lugar impreciso del planeta -en África o en Argentina, por ejemplo- cedido por un extraño dios a un “pueblo de Israel”, disperso en toda Europa.
En el fondo, el propósito de aquellos europeos poderosos impulsores del sionismo era expulsar del continente a los judíos.
Aunque el antisemitismo contra musulmanes y judíos no era nada novedoso, se remontaba a los siglos de dominación morisca sobre la península ibérica y ya lo encontramos en tiempos de los reyes católicos, y más tarde en la Rusia de los zares.
Es un hecho que en el otoño de 1843 Karl Marx escribió su obra titulada Acerca de la cuestión judía, en la que comienza exponiendo la posición de disgusto que mantiene Bruno Bauer en torno a la pretendida emancipación de los judíos alemanes.
En ese libro, el joven Marx aborda el tema del sectarismo religioso como un asunto central del poder. La posición de los judíos -según el judío Marx- era un torpedo dirigido al corazón del Estado y de la unidad nacional alemana.
Recordemos que eran los tiempos en los que Alemania estaba en su peor debilidad después de la desaparición del Sacro Imperio Romano -al inicio del siglo XIX-, antes de los procesos revolucionarios de mediados de siglo y lejos de la reconstitución imperial surgida a partir de Bismark-.
Recordemos también que eran los tiempos en los que Francia había sufrido la peor caída desde las glorias del Emperador Napoleón I-. Recordemos que el Imperio Británico había conquistado China al doblegarla en las dos Guerras del Opio, financiada con las utilidades del narcotráfico y del crimen organizado de Su Majestad puritana Victoria I.
Mas de un siglo después seguimos viendo el mismo patrón, pero en los antiguos extensos dominios del extinto imperio otomano, que van desde la vieja Turquía hasta la milenaria India.
Francia e Inglaterra se lo hablan repartido todo trazando fronteras sin otro criterio que el de su poder específico y su capacidad de influir sobre los liderazgos tribales.
Entre 1936 y 1939 la “cooperación” era ya completamente franca y abierta entre los judíos sionistas y el gobierno de Londres a través del ejército inglés establecido en Jerusalem bajo el mando operacional del Capitán Charles Wingate.
Fuera o no verdad la presunta creencia de Wingate en la existencia de un Eretz Ysrael, una “tierra santa”, “territorio histórico”, o lo que quieran aducir, lo real son los hechos.
Y los hechos son claros: Gran Bretaña ayudó a organizarse, armarse, entrenarse, informarse y realizar las operaciones terroristas de los agrupamientos paramilitares judíos sionistas
contra las poblaciones árabes asentadas desde que el mundo es mundo en el territorio palestino.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, ni Inglaterra ni Francia tenían fuerzas suficientes para sostener sus posiciones y los Estados Unidos recogieron la cosecha, lanzaron a los sionistas contra las agrupaciones militares británicas y, finalmente, forzaron la creación del Estado de Israel y apretaron hasta que la corona británica se despojó de su perla más preciada: India.
O sea, utilizando el terror, Inglaterra y los Estados Unidos expulsaron a los árabes palestinos y crearon un territorio que al final de la Segunda Guerra Mundial sirvió como base material del estado militarizado desde el que los estadounidenses mantienen hasta el día de hoy su dominación y control sobre los ex dominios coloniales franceses y británicos ricos en petróleo.
Recordando todas esas experiencias, vienen a la mente otros facinerosos sanguinarios, como los corsarios que asaltaban, saqueaban y hundían embarcaciones españolas con toda su tripulación y pasajeros a bordo, para debilitar a la corona española y enriquecer a la rapaz Pérfida Albión. Inolvidable el cinismo mayúsculo de la Reina Isabel I, que elevó al grado honorífico de Caballero (Sir) a Francis Drake, el sanguinario pirata que dejó su profesión criminal para ocupar tres veces consecutivas una curul en el Parlamento Británico.
Hoy, cuando veo al 2o. Emir de Tahrir al Sham, Abu Mohamed al Golani, cuyo verdadero nombre es Ahmed Hussein al Charaa, el fundador y ex jefe del Frente al Nusra y comandante en jefe de Jabhat Fateh al-Sham, con su barba recortada y sus poses de hombre civilizado, vienen a mi mente las imágenes del que sádicamente obligaba a las poblaciones ocupadas por sus fuerzas a presenciar las decapitaciones de todos los denominados “infieles”, a los que se ejecutaba sumariamente en la plaza pública.
Ese hombre por el que el Departamento de Estado de los Estados Unidos ofrecía hace un tiempo diez millones de dólares de recompensa por considerarlo uno de los peores terroristas del planeta, hoy es aclamado como rebelde victorioso.
No cuentan ya de la misma manera las matanzas que se cometen en este mismo instante por órdenes suyas. Los acusados de ser infieles al imperio no cuentan.
En un país que hasta hace unos días todos podían vestir a su manera, profesar su fe o no tenerla, ser mujer soldada o ingeniera o simplemente estudiante, hoy todas salen a la calle tapadas hasta los tobillos para aplaudir a los verdugos y gritarle vivas a los yihadistas “radicales” asalariados del imperio. El miedo convierte en fans de su enemigo a los más bravos.
¡Cómo me recuerda aquel califato sirio al que se construye en mi tierra! Camaleones hipócritas mentirosos.

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