Tal para cual

Peor que un tirano es la multitud que lo aclama. Son tal para cual, ciertamente, pero en el primero la motivación de su comportamiento es exactamente la contraria de la del segundo. Complementarios de manera fatal, se necesitan de modo vital e indisoluble.


Por: Toño Nerio


S on como una cerradura que está moldeada para que en ella encaje perfectamente la llave que la abre. Al primero lo mueven pulsiones irrefrenables como la ambición desmedida y patológica por el poder, el dinero o la fama; al segundo, la necia búsqueda de un padre que lo lleve de la mano -también enfermiza masa castrada-, infantil e incapaz de asumir responsabilidades del ser humano adulto y del ciudadano maduro, necesita de un guía, maestro, dios o merolico.

El tirano necesita como al aire la legitimación de la masa para poder existir. A la masa le hace falta la savia que de forma trascendente le insufla el líder. Como un Drácula, el primero se nutre del segundo y al matar a su víctima le inocula poderes perniciosos que, a su vez, ya desarrollado el contagio, va a tratar de transmitir al resto de la sociedad. El tirano reclama ser la encarnación y el alma de sus seguidores y la masa se satisface con la sensación de un poder ficticio que solo es real en el círculo íntimo del tirano, la camarilla de sus familiares, socios y secuaces utilitarios que vehiculan el aseguramiento de sus intereses.

Al líder no le interesa que las masas conozcan la verdad de sus intenciones y “las masas nunca han sentido sed por la verdad”, afirmaba hace más de un siglo categórica, tajante e inclemente el sociólogo y físico galo Gustave Le Bon en su reconocida Psicología de las masas (1895).

Hijo de su tiempo y de la ideología dominante de cada nación europea, Le Bon era un convencido de que el desarrollo y la riqueza de un pueblo estaba determinado por el color de su piel: raza y nacionalidad eran según él los factores decisivos.

Fundador de las ideas de raza superior y nación escogida por los dioses, aportaba junto a otros teóricos el sustrato ideológico del fascismo y del nacional socialismo que predominó como base del eurocentrismo en todas y cada una de las casas reales del decrépito continente de fines del siglo XIX y primera mitad de la centuria pasada.

No obstante esas monstruosas convicciones, vale la pena reflexionar, ciertamente, en torno a la actualidad del concepto científico de masa del pensador francés cuando hace la siguiente descripción: “la masa está formada por un conjunto de individuos de características diferentes, y esta transforma al individuo aislado en una especie de célula de un espíritu colectivo; este espíritu no solo reduce la autonomía de los individuos sino que también hay una reducción de la personalidad consciente y prima el dominio de los sentimientos…”

Le Bon dice que la masa es una agrupación humana pensante con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo.

El carácter científico del concepto de masa que Le Bon nos propone se asienta en que es aplicable a otras sociedades humanas de modo general, sin distinción de lo temporal, espacial, cultural, etc.

¡Sorprendente en verdad!, pareciera que tal descripción hubiese sido aplicada a la masa salvadoreña que a ciento treinta años de distancia calza perfectamente en los párrafos del sociólogo francés. Pelo tras pelo, si el francés dice que esa mula es su mula, es porque tiene bien agarrados los pelos de la mula en su mano.

En un resumen de la obra de Le Bon, Alan Plata dice que al analizar el tipo de raciocinio de las masas estos “se basan en analogías, que es una de las racionalidades básicas del ser humano, muy semejantes a las de un niño o de un salvaje.” Tal cual, la masa salvadoreña atrapada en el influjo hipnótico del tirano de turno, como un niño engañado con mitos y leyendas o una horda de asustados salvajes pre homínidos, o mujeres y hombres primitivos que por primera vez se enfrentan a la magia de una linterna de baterías, enaltecen la barbarie medieval que se ha instalado en el lugar que ocupaba una república.

“La masa psicológica –continúa Plata- se caracteriza porque tiene influencias emocionales violentas, hay un predominio de lo inconsciente, se borran las aptitudes intelectuales, desaparece el sentimiento de responsabilidad, hay un sentimiento de potencia invencible y hay una sugestión que genera el contagio.” Cabal. Cada día y a cualquier hora, científicamente podemos comprobar lo expresado por Le Bon, cuando a ojos cerrados escogemos cualquier seguidor y leemos sus fervorosas declaraciones de respaldo a todo lo que hace y dice su líder y constatamos la furia con la que atacan al que ponga en duda su origen e inspiración divina.

Como consecuencia de los estadios mentales expuestos en su obra por el sociólogo francés, Plata concluye que “esto genera que la masa ejecute actos violentos que pueden llegar hasta la crueldad en contra de sectores de la sociedad que están en contra de sus ideales políticos.”

Y toda esa violencia cruel es ejecutada sin que la masa sea consciente “ya que se deja llevar por los azares de la excitación, por lo que los impulsos son móviles, cambiantes.”

En los años recientes hemos podido verificar a diario el nivel de crueldad y la descarnada inhumanidad de que es capaz la masa salvadoreña que goza y aplaude cuando los agentes del gobierno atacan con saña a sus semejantes, también miserables, que caen bajo falsas acusaciones de haber cometido delitos que nunca son sustentados con prueba alguna.

La masa salvadoreña que sustenta al tirano y su despotismo cotidiano disfruta escarneciendo al prójimo cuando lo ve que llora abatido, en sus horas interminables de angustia y desesperación, preguntando de prisión en prisión, de oficina en oficina, por los que desde hace más dos años se llevaron arrastrados, entre patadas y culatazos de los fusiles de la abusiva y aberrada soldadesca, y nunca más desde entonces han vuelto a ser vistos con vida.

Entre otras características de la masa, en su obra el autor de Psicología de las masas la describe como autoritaria, intolerante y conservadora; no tolera las contradicciones ni la discusión, por lo que ante esas situaciones actúa de manera violenta. La opinión de la masa impide la opinión particular; la primera impone su opinión a la segunda. La masa es fácil de impresionar mediante imágenes; esta no sabe diferenciar lo real de lo irreal. La masa es sumisa, cree ciegamente en elementos sobrenaturales. La masa es conducida por un líder que arrastra a que esta lleve a cabo una acción”… literalmente como lo hace todo rebaño de borregos estúpidos.

Treinta y dos años después del trabajo de Le Bon, en pleno auge del fascismo y del nacional socialismo en las principales salas del poder en Europa, como las de Gran Bretaña de Eduardo VIII y la belga de Leopoldo III, nazis confesos, José Ortega y Gasset también escribió sus famosos artículos periodísticos sobre el hombre masa.

El hombre que se funde en la multitud, que se vuelve anónimo y se despoja de su personalidad en el seno de la muchedumbre, que el sabio español describió por entregas en la prensa de hace un siglo, hoy es necesario volver a analizarlo extrayéndolo de la aglomeración del ciberespacio en el que esconde su cobardía.

Sí. Hay que sacarlo de la multitud vocinglera, abstraerlo del mundo virtual y ponerlo de pie bajo el mismo microscopio de la ciencia, para comprenderlo como otro fenómeno digno de análisis.

Es imposible bajar de su sitio al tirano sin comprender de qué material están hechas las bases del pedestal que lo sostiene. El virus que se contagia a los individuos pensantes y que les convierte en masa idiotizada es lo que hay que aislar. Es imposible dialogar, discutir, argumentar, con el hombre masa, ya lo dijo Le Bon. Entonces, de su peso cae: hay que agarrarlos aislados, abordarlos uno a uno cada vez. Es un trabajo de hormiga; es lento y exige constancia y mucha fortaleza de ánimo. Pero el año apenas empieza. Hay tiempo, voluntad y un cachimbazo de rabia de alto octanaje. ¡Feliz año, Camarada!

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