Las efemérides son un buen acicate para alumbrar un texto. También lo es el marco en el que transcurre una historia que hace famoso el título. No lo es menos la experiencia personal por la que alguien se identifica con la narración de una vida imaginada y trasladada a un libro de éxito universal.
E n fin, las épocas en las que se aceleran los cambios son asimismo momentos de ensoñación donde la ficción se confunde con la realidad y viceversa. Todo ello se une en una mañana de invierno cuando el azar ordena la secuencia para hacer posible el relato que al final resulta enmarañado e intrascendente como buena parte de la existencia.
Hace un siglo Thomas Mann publicó su, quizás, más famosa novela que escribió durante una docena de años pues lo que en principio iba a ser una obra corta tras culminar Muerte en Venecia terminó adquiriendo las dimensiones voluminosas conocidas. El significado global de La Montaña Mágica supone ser la novela de aprendizaje por excelencia no solo para el lector sino para un autor al que le moldearán los sucesos ocurridos a lo largo del proceso creativo en la larga década que siguió a 1912 cuando escribió las primeras líneas.
Mann entreteje los muy variados asuntos abordados con personajes complejos diseñados en el contexto de un sanatorio en medio de los Alpes y del entorno de un continente convulso. La política se confronta con la filosofía y la enfermedad es el puente entre la vida y la muerte. La cotidianeidad de la existencia en un lugar acotado conjuga con la trascendencia y la monotonía con la originalidad de la creación literaria en una larga sucesión de instantes donde pareciera que el tiempo no existe.
La reclusión para evitar el contagio, el control de la medicación y de la dieta, el clima favorable, la concentración de personal especializado, incluso la toma de conciencia de la gravedad del asunto y de la responsabilidad social a la hora de confrontarlo constituían poderosos argumentos para que el modelo que había popularizado la novela en dos volúmenes inspirara proyectos similares en una época en la que la tuberculosis hacía estragos. De esta forma, diez años después de publicada, la imagen del sanatorio de Davos cobró forma en un plan que se auspició para construir uno a ocho kms de Salamanca y cuya culminación tendría lugar ya en la década de 1950.
El nuevo siglo avanza. La estudiante ha llegado a Salamanca para llevar a cabo sus estudios de especialización superior. Tiene una enorme ilusión en ampliar su conocimiento en un ámbito poco desarrollado en su país. Sin duda sus posibilidades de promoción en el cuerpo diplomático serán una realidad. El nivel de su español es adecuado gracias al aprendizaje realizado durante diez años en su ciudad natal de una república de Asia central. Ahora agradece la insistencia en ello de su madre. Las primeras sesiones de los diferentes cursos superan sus expectativas. En lugar de una residencia ha preferido alojarse compartiendo un piso con otras estudiantes con las que sale varias noches a tomar algo. Serán ellas las que noten que su tos, que empezó a los pocos días de llegar, no ha parado. Incluso sangra de vez en cuando. También observan que come muy poco porque dice que no tiene apetito. Una noche en que se encontraba desvalida la sugirieron que se pusiera el termómetro y tenía fiebre. La acompañaron al hospital. La decisión fue rápida y determinante: debía ingresar en la clínica antituberculosa de Los Montalvo.
Sus días son onerosos. Ha pasado dos semanas en régimen de aislamiento riguroso. Después, las visitas de sus colegas y de los profesores fueron puntuales, luego se espaciaron. Ya lleva varias semanas recluida. La vista que tiene desde la terraza de la habitación con la sierra al fondo es espléndida, también entiende que recibe un trato profesional y amable. Sin embargo, ello no mitiga que haya perdido todo el interés que le imbuyó su decisión de llevar a cabo el gran proyecto de su vida. Un compañero le trajo la novela de Mann, pero le resulta cansada su lectura en español. Además solo encuentra un parecido muy remoto de su situación con relación a la vivida por Hans Castorp. Las disquisiciones le desbordan y su extrañamiento tiene connotaciones bien diferentes a las que expresan los personajes cuando miran a los Alpes. Las encinas que pueblan su paisaje tienen una belleza que no termina de asimilar, pues tampoco le generan recuerdo alguno de su tierra. No hay nieve ni siquiera se avizora en las cumbres lejanas.
Es un tiempo miserable, pero ¿cuándo no lo fue? La guerra que se inició en 1914 dio paso a la mayor matanza registrada en la historia de la humanidad. No obstante, en Davos las pulsiones del momento eran otras, aunque se tratara de distracciones galantes. Un siglo después el lugar es el epítome de la convocatoria anual cortesana empresarial y política por excelencia. Ella ahora tiene su espacio particular en Los Montalvo y está al corriente del derribo reciente de un avión en el Cáucaso en el que podría haber viajado. Sabe de las implicaciones para su país de la caída del régimen sirio y de las transformaciones registradas en Irán. Las derivaciones acontecidas en Afganistán en lo relativo al papel de las mujeres pueden tener efectos que retrotraigan la situación a décadas pasadas. Pero sobre todo conoce del empoderamiento avasallador de Putin. Está sola. No cuenta con nadie parecido a Settembrini, Naphta, Ziemssen, Peeperkorn, ni a Clawdia Chauchat. Hoy es el primer día que ha podido salir y ha caminado por el exterior del sanatorio. El frío le recordó al de su casa. Posiblemente le darán el alta la semana próxima. No quiere volver a su país ni reiniciar los estudios interrumpidos los últimos meses. Una pregunta no deja de acuciarla, ¿qué tiene de mágica aquella montaña que no puede transferirse?
*Politólogo español. Director del CIEPS (Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales)