Todos a cerrar filas por la defensa de la dignidad y los migrantes
Roberto Morejón
En su segundo mandato, el presidente estadounidense, Donald Trump, no inició acertadamente la alusión a América Latina, al afirmar que la potencia del Norte no la necesita.
La intención desdeñosa se inserta en su trayectoria agresiva durante la campaña electoral, luego en su primer discurso tras tomar posesión y al firmar decretos con tintes aislacionistas y a favor del expansionismo.
Con apoyos internos renovados, al ejercer control del Congreso y Suprema Corte y aliarse a multimillonarios y grandes magnates de la tecnología, el cuadragésimo séptimo primer mandatario no ha hablado mucho sobre América Latina, pero generó inquietud.
Trump menospreció a los pueblos migrantes, quienes ya son objeto de arrestos, antes de las anunciadas deportaciones masivas de indocumentados.
La utilización de las fuerzas armadas en las expulsiones y la militarización de la frontera sur ponen de relieve la xenofobia bajo el manto de la alarma acerca de la seguridad limítrofe.
La Unión Americana de Libertades Civiles y 18 procuradores estatales presentaron demandas legales para bloquear el intento del nuevo gobierno de anular la ciudadanía a niños nacidos en Estados Unidos de padres sin papeles.
Con particularidad, la narrativa incendiaria del inquilino actual de la Casa Blanca se enfila hacia México.
Ese país sería blanco del aumento de aranceles y destino de los deportados, además de declarar a los carteles del narcotráfico como organizaciones terroristas.
Panamá ha sido otro de los propósitos predilectos de la verborrea del republicano, al advertirle con retomar el control del Canal, ante lo que define como presencia de China, perspectiva negada por el gobierno istmeño.
Venezuela, con la sugerencia de frenar las compras de petróleo, y Cuba, al reingresarla a la lista de países que según la óptica de Washington patrocinan el terrorismo, no podían quedar fuera de las imprecaciones inaugurales de Trump.
No escapa al inventario un atentado a la geografía, historia y política al proponerse cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América.
Es posible que algunos de los planes del magnate devenido en presidente no avancen legalmente a pesar de su poderío, pero desde ahora ha vislumbrado una parte de su turbadora agenda hacia América Latina.
El subcontinente no escapa de las pretensiones de Trump de afianzar el dominio estadounidense, al compás de la Doctrina Monroe, la cual perfila que cualquier intrusión en la región de otros países, sería vista como un acto de agresión y demandaría la intervención de Washington.
Para entender el alcance de los desenfrenados decretos firmados por el presidente Donald Trump, basta ver sus poses y miradas, así como valorar que su frase al uso “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”, contempla una concepción amenazante.
En el manojo de decretos, para pulverizar lo que considera la gestión nefasta de su antecesor Joseph Biden, no podía faltar Cuba, al devolverla a la arbitraria lista de los que en Washington llaman patrocinadores del terrorismo.
No se sabe si por inspiración propia o atendiendo a las recomendaciones de sus colaboradores de alegada raíz cubana, Trump apenas dejó seis días en vigor una determinación de Biden de excluir a la mayor de las Antillas de la citada enumeración.
Para Trump y su séquito de nada vale que el saliente primer mandatario estadounidense certificara que las agencias gubernamentales reafirmaron lo que el mundo sabe, o sea, no hay indicios de amparo cubano al terrorismo.
Pero en el mismo discurso de toma de posesión se evidenció que el Presidente parece no escuchar, de ahí que caiga en lagunas tan llamativas como afirmar que España pertenece al grupo de los BRICS.
De manera que el regreso de Cuba a la lista de patrocinadores del terrorismo, cuando en realidad es víctima de ese flagelo, vuelve a tener la autoría de Donald Trump.
Anteriormente lo había hecho para deshacer una medida de Barack Obama en 2015.
Trump también aplicó en su primer mandato 243 sanciones al archipiélago caribeño para recrudecer el bloqueo, razón esencial de las actuales graves carencias materiales por las que atraviesan los cubanos.
¿Y quién es el firmante del decreto que ahora regresa a Cuba al absurdo inventario? Pues el mismo que emitió un indulto para la mayoría de las personas acusadas penalmente por su participación en el asalto violento al Capitolio el 6 de enero de 2021, considerado un atentado a la democracia.
Para los cubanos era previsible que el republicano revirtiera el paso dado por Biden, aunque algunos no previeron que lo hiciera tan rápido.
Quien se manifiesta impulsado por la venganza y el odio, amenaza con retomar el canal de Panamá, renombra el Golfo de México con el petulante rótulo de Golfo de América, augura altos aranceles a sus vecinos y saca a su país del Acuerdo de París sobre el clima, no podía permanecer inalterable si reducían el acoso financiero a Cuba.
Trump, a quien le obsesiona que Estados Unidos sea envidiado, ve el mundo con una óptica extraviada y por lo tanto los cubanos no pueden esperar buenas nuevas de quien no se inmuta ante una previsible crisis humanitaria por sus medidas contra la inmigración.