Oportunidad. Por Manuel Alcántara Sáez.

Por Manuel Alcántara Sáez.

Las palabras no tienen la culpa del uso que hacen de ellas quienes las manejan. Un término tan escueto y de una rotundidad total como es el adverbio no ha llegado a necesitar de una explicación cabal desarrollada normativamente en los tiempos recientes por la expresión “no es no”. El doble sentido configurado a lo largo del tiempo se ha cebado en la mayoría de las palabras de manera que es difícil encontrar términos libres de ello. Paralizadas en los textos escritos con el lenguaje adquieren una dimensión diferente que, además de la voz, reciben nuevas formas de vida por medio de la entonación, de la separación forzada de las sílabas, pero también del lenguaje corporal al agitar las manos, gesticular con los labios, la barbilla, los ojos.

El oportunismo es una palabra más que es buen ejemplo de ambivalencia. Es vicio y es virtud, avance y retroceso, esperanza y fracaso. Quizá sea así porque toda oportunidad es una puerta. Tras pasar su umbral se abre un manojo muy diverso de posibilidades que, al configurar un cariz concreto, dan sentido al término inclinándolo a un costado o a su opuesto. Se dice que toda crisis es una oportunidad y también que a la oportunidad la pintan calva, pues según parece en la mitología griega la diosa Ocasión era representada sin pelo. Son expresiones habituales que refuerzan la visión dual por la que quienes usan la palabra pueden llegar a camuflar sus verdaderas intenciones o, simplemente, ganar tiempo cuando no se tiene mucho que decir.

¿Es la oportunidad un mecanismo o una finalidad en si misma? ¿Quién y en qué condiciones define que existe una oportunidad? Como muchas veces ocurre, las palabras se asientan en un contexto que viene definido no solo por su propietario, como ya lo señaló el sonriente gato de Cheshire a Alicia, sino igualmente por el medio en que se inscriben. La oportunidad del inversor es de una naturaleza bien diferente a la del hambriento, la oportunidad del náufrago que avizora un salvavidas a la deriva no tiene nada que ver con la del amante quien clama por una segunda vez. Las oportunidades como sinónimos de rebajas, como expectativas que siguen ensoñaciones, como la confrontación entre el mundo del optimismo y el del pesimismo.

Escucho el término una y otra vez en el seno de un Foro internacional de postín al que asisto. La temática está referida a asuntos principalmente económicos. Muchos hablan de oportunidades perdidas en un pasado que unos no quieren recordar y otros vislumbran como un asunto que debe quedar relegado a los libros de Historia. Sin embargo, las voces dominantes le confieren un carácter demiurgo porque por encima de todo supone dar paso a un momento fundacional a partir del cual las cosas van a ir mejor. La desigualdad es una oportunidad para dejar atrás las viejas recetas estatistas. La desinformación lo es también para que la gente sea más responsable con los contenidos que consume y más cauta con respecto a las fuentes de las que emanan. La pobreza es una oportunidad para la innovación. Hay una nueva minería responsable que facilitará un extractivismo que no tendrá nada que ver con el del pasado. La elección del nuevo presidente de Estados Unidos servirá para que cada país e incluso cada individuo se ocupe de sus problemas. Se trata de oportunidades que no deben dejarse pasar pues la solución de los problemas candentes no admite demora.

Solo te pido una oportunidad, le dijo sin apenas posar su mirada en aquellos ojos que siempre aparecían deslumbrantes mientras volvía a coger su mano. Se trata de que tengas confianza en mí, añadió. Aunque de sobra sabía que era precisamente esa falta de certeza la que dinamitaba cualquier posibilidad. Por ello, mientras un silencio denso se apoderaba de la escena, echó mano a su mochila y depositó encima de la mesa aquello que creía saber que a ciencia cierta movilizaría su voluntad. No es ningún chantaje, prosiguió. Solo tú me conoces tan bien y sabes que una actitud así es impropia de mi manera de ser. Tómalo como un regalo que siempre quise hacerte. Además, es un recordatorio de que cuando la pediste tuviste una oportunidad que nadie te negó ni por la que se te exigió nada a cambio.

Sentado en la mesa de al lado involuntariamente he sido testigo de la escena. De inmediato soy consciente de que es mi oportunidad para entender la tortuosa relación que mantienen desde hace años. Una historia que he acompañado buena parte del tiempo por la amistosa relación que mantengo con ambos. De pronto, una cita amable, como tantas otras veces para compartir el atardecer, genera una ocasión inesperada tras la cual todo va a cambiar. No querría haberlo visto, sumar a mis problemas habituales lo que sin duda será la ratificación de un fracaso. Deseo ignorarlo todo envuelto en una amargura inesperada. Desdeñar aquel famoso don de la oportunidad que escuché por primera vez en mi temprana juventud. Me negaba a tenerlo una vez más a pesar de que en otras situaciones me había sido favorable. Repudiar el hecho de poder dar testimonio en el futuro de aquella pequeña tragedia. Construir un relato que diera sentido a la sinrazón de la oportunidad desahuciada; a la desesperanza del terrible abandono que se suscitaba ante mí; de la estupidez de un equívoco fortuito; del sueño errático del que ahora despierto.

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