Cultura

Relato: Luciérnagas.

Por: Manuel Alcántara Sáez.

 

Cae la tarde del domingo sobre el parque. No ha llovido a pesar de que los negros nubarrones amenazaron arruinar el final de la jornada. Grandes y menores se arraciman debajo de la ceiba majestuosa. El grupo es nutrido. Hablan, cantan, preparan comida, juegan, alguien mayor dormita. Extrañamente, en ese instante no hay ni un solo celular presente. La armonía desborda la escena festiva. La suave brisa atempera el calor del estío. En el poniente hay un bello fulgor que es un afligido preludio de la llegada de la noche. Son todas mujeres. Apenas unos metros al otro lado del camino los hombres juegan un partido de fútbol. Sus edades son diversas, las voces se mezclan en un afán colectivo que parece no dar tregua. Pronto no se verá nada y tendrán que concluir la liza. La breve unión del colectivo, despedidas por medio, significará el aplazamiento del encuentro una semana.

El silencio se va imponiendo en el vasto recinto. Los últimos perros que arrastran a sus amos durante el paseo cotidiano desaparecen en un suspiro. Los pájaros se han replegado y además callan. Todo parece quieto. El parque es un recinto oscuro en el que apenas navegan sombras. Sin embargo, súbitamente puntos tintineantes se suspenden a un par de palmadas del suelo. La discontinuidad de unas débiles luces poco a poco se va extendiendo, gestando un escenario insólito. Es una danza entrecortada que resulta difícil de interpretar mediante el bagaje cultural que el observador acumula. ¿Son guiños que anticipan una invitación en términos desconocidos? ¿Es un alarde frustrado de una potencia incapaz de perdurar y que se extingue rápidamente? ¿Es un alegato en favor de la vida? ¿Es la evidencia del estertor de la muerte? ¿Es la demostración de la plausibilidad de que los proyectos continúen aun con altibajos? ¿Es un aviso de que a fin de cuentas la inconstancia triunfa?

Las luciérnagas se han adueñado del espacio. Se dice que su actividad lumínica es puramente sexual. La búsqueda del apareamiento mediante el guiño al otro, a través del encuentro que sigue a la llamada. Hay cerca de dos mil especies, pero están en peligro de extinción por los pesticidas que tan gozosamente se desparraman por el parque para dejarlo libre “de bichos”, así como por la contaminación lumínica que produce el efecto civilizatorio de llevar la electricidad al último rincón. La presencia de las luciérnagas se da en todas las culturas y sus significados son distintos y contradictorios como la infancia, la cosecha, la fatalidad, los duendes, el miedo, el cambio de hábitat, el idilio, el amor, la suerte, la mortalidad, la prostitución, el solsticio, las estrellas y la fugacidad de las palabras. En Japón, la aparición de las luciérnagas, allí denominadas hotaru, supone el cambio anticipado de las estaciones.

La reunión académica va a concluir. Han transcurrido dos horas y el ponente desea sintetizar una de las ideas fuerza que ha querido transmitir al resto de asistentes. Está buscando en su memoria un término lo suficientemente consistente para reforzar el hilo conductor de su exposición, que también lo es de su vida. Es entonces cuando con notable énfasis subraya la necesidad de que en la investigación se deje de tener un comportamiento de luciérnaga. De lo que se trata, añade, es de lograr que la luz que se emita abandone su carácter intermitente y que en su lugar sea un foco permanente donde las sombras, si las hubiere, tuvieran un perfil meramente marginal. Todo es consecuencia, prosigue, de que cada uno actúa como una isla en el marco de un comportamiento ríspido que solo piensa en el salario y no en la calidad de lo que se hace. El silencio selló sus palabras, pero a diferencia del parque no hubo luciérnagas que llenaran el espacio dejando que la desolación se apoderara de la concurrencia.

Es de noche y está acostado en una cama del colegio donde pasa la quincena de vacaciones. No pude dormir. Mantiene sus ojos fijos en la pared que tiene enfrente iluminada intermitentemente por un fugaz rayo de luz. La cadencia es irregular y le cuesta establecer la pauta en lo predecible de aquella fuente de entretenimiento. Es el faro cercano que alumbra parcial y misteriosamente aquella sala en la que duermen un par de docenas de compañeros. La noche anterior estuvo en un bosque cercano donde por primera vez vio luciérnagas y escuchó al profesor la explicación acerca de su condición. En el duermevela juega a comparar la intermitencia de la luz del faro con la de aquellos animales invisibles. No tiene claro qué prefiere ni qué le llama más la atención. La previsibilidad y regularidad de uno frente a la sorpresa e improvisación de las otras. El carácter racional y obediente a la mano humana que lo construyó en contraste con la forma espontánea y errática de un animal invertebrado. Años más tarde sabrá que mientras dudaba entre el faro y las luciérnagas, tiempo atrás Karl Popper había establecido la metáfora de las nubes y los relojes.

Ella tiene unos ojos brillantes cuyo pestañeo acentúa su belleza. Sentada a su vera ha estado escuchándolo en silencio durante un buen rato. Siempre prefiere callar a hablar, pero además esa noche él está especialmente locuaz. Tiene muchas cosas que contarla, le ha advertido. Sus palabras acompasan el sentir de un momento que entonces no es consciente de su gravedad. Un jalón inesperado en su vida que cambiará todo. Escucha y mira a sus ojos sin incontinencia, mientras imagina el futuro y contrasta lo promisorio con lo que ha dejado atrás con todas sus miserias, trampas e ignominia. Piensa hasta qué grado desconoce todo de él, pero valora el poder de la intuición. Tampoco sabe que más tarde él va a susurrarla una breve historia de luciérnagas al comparar a esos pequeños bichitos que nunca ha visto y de los que nada sabe salvo su inquieto parpadeo nocturno con sus ojos.

 

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