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En El Salvador ¿Y los intelectuales qué? El rol que debe jugar la academia en tiempos cruciales.

Del palco a la acción.

El rol que debe jugar la academia en tiempos cruciales.

Por: Miguel A. Saavedra.

La historia no se escribe desde los palcos, con plumas finas y discursos pulidos. Se hace en la cancha, entre tropiezos y gritos roncos o desabridos, donde los menos letrados desafían a los sabios y los inexpertos enfrentan a las máquinas del poder. Mientras unos alaban desde la nómina y otros predicen con ecuaciones rotas, la lucha social camina, torpe pero viva. ¿Y la intelectualidad qué? Que baje al ruedo o se aparte porque el futuro, no espera aplausos desde las gradas.

En un pasaje bíblico (Marcos 9:38-40, para ser precisos), los apóstoles se acercan a Jesús con una mezcla de celo y desconcierto. Le cuentan que hay otro personaje (Juan El Bautista), alguien fuera de su círculo, que realiza milagros y sana en nombre de Dios, atrayendo seguidores con un mensaje convincente. Esperan, quizás, una reprimenda divina contra el intruso. Pero Jesús responde con una sencillez desarmante: “No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está con nosotros”. La lección es clara: la obra trasciende los protagonistas, y el bien no necesita un carné de exclusividad, ni certificación de PhD.

Saltemos al presente, a un escenario distinto, pero con resonancias de aquella lección bíblica donde Jesús celebró a los intrusos que hacían el bien sin pedir permiso. En un programa de entrevistas y opiniones en El Salvador, un escritor invitado —uno más de esos “analistas” que infestan los medios— se subió al escenario. Algunos llegan por vocación imparcial, dicen; otros, con el cheque de Capres «bajo de agua»; y los más descarados, a hacer méritos, a caer bien, y a mendigar migajas del poder.

Este, en particular, dedicó su rato en las cámaras a despellejar al movimiento social que resiste al régimen de Nayib Bukele. Con la lengua afilada y el ego inflado, lo llamó de todo: contestatario, fanático, un eco perdido en plazas vacías, liderado por cabezas huecas sin rumbo ni estrategia. Mientras tanto, al régimen lo pintó como un ajedrez magistral, una mente maquiavélica que juega diez jugadas adelante.

Con una mezcla de desprecio y superioridad, dijo, que los voceros y sus discursos, que no tienen cabezas visibles de dirección y carecen de la fineza oratoria y la capacidad académica que él, y desde su pedestal intelectual, considera indispensables.

En cambio, elevó al presidente reelecto inconstitucional a la categoría de genio maquiavélico, un alumno aventajado de El Príncipe, alguien que domina el tablero político, anticipa jugadas y aplasta a cualquier oposición con una destreza impecable.

La otra cara: el terreno, allí donde se juega la historia

Pero hay otra perspectiva, la de quienes están en la cancha, no en las gradas. Ese movimiento social, débil e incipiente, se enfrenta a una maquinaria colosal: medios comprados, recursos descomunales, un aparato represivo brutal y el respaldo del imperio del norte. Es un David contra Goliat, una lucha desigual donde la resistencia parece más un acto de fe que una estrategia calculada.

Sin embargo, al poeta se le olvida un detalle que la historia grita en cada esquina: no son las lumbreras académicas las que mueven a las masas. En El Salvador, desde los campesinos que se alzaron en 1932 hasta las voces silenciadas de la guerra civil, las luchas agrarias de los años 80s, o del mismo proceso armado que le siguió; el cambio nunca llegó de manos de quienes hablan bonito o citan a Maquiavelo en tertulias de televisión. Llegó de los que pusieron el cuerpo, no del que se quedó con el discurso sin publicar.

¿Quién dicta las reglas de la lucha? ¿Los que tienen bibliotecas o los que tienen hambre?  

– Bukele no es Maquiavelo, es el Tuitero del autoritarismo: domina el algoritmo del miedo, no el arte de la guerra.

David vs. Goliat en lo político.

El movimiento social y popular salvadoreño nuevamente es un «David sin honda», peleando contra un Goliat con drones, «ejército de Trolls» y el visto bueno de Washington. «Bukele no gobierna: viraliza y manipula». Su poder no está en las leyes, sino en los «likes». Mientras, la resistencia es un meme de bajo presupuesto: incómodo, pixelado, pero imparable.

Los procesos sociales no son ecuaciones lineales ni reacciones químicas predecibles. No se resuelven en un pizarrón ni se ajustan a las tendencias que los intelectuales de salón suelen y quieren imponer. Cada lucha tiene sus propias variables, sus accidentes, sus articulaciones únicas. Y en esta era de redes sociales, marketing político, Tics e inteligencia artificial, las reglas del juego han mutado aún más. Hace 20 años, un fenómeno político podía predecirse con cierta lógica histórica; hoy, las narrativas y el neuromarketing han dinamitado esos esquemas.

Recordemos, por ejemplo, la reciente elección en Estados Unidos: un científico de una universidad prestigiosa, entrevistado en CNN, aseguraba la victoria demócrata basándose en datos históricos y modelos estadísticos. Los números, impecables. El resultado, otro. Las mentes ya no se mueven por lógica pura; se mueven por historias, por percepciones moldeadas en tiempo real.

¿Qué necesitamos de la intelectualidad en estos tiempos cruciales?

Es evidente que falta claridad en cómo estos movimientos pueden articularse frente a la sofisticación del poder actual del régimen y su aparato de poder (redes, IA, propaganda, asesores internacionales y sobre todo de la potencia que le guio y catapultó estratégicamente años atrás y hasta hoy apoya o avala).

No se trata de seguir descalificando a los nuevos movimientos sociales por no encajar en los viejos manuales de teoría política. Sino de ayudar y dar luz donde hay un vacío en la intelectualidad: ¿cómo pasar de la crítica estéril al apoyo constructivo sin perder rigor?

No se les puede exigir a quienes apenas emergen, aunque inexpertos —sin el lastre de pasados corruptos o gestiones fallidas— que lleguen con un doctorado en estrategia o un discurso pulido por asesores de imagen.

Lo que se necesita de la intelectualidad y la academia no es desprecio ni aplausos al poder, sino lucidez para ordenar el caos, visión para proyectar caminos y humildad para acompañar sin pretender liderar desde la comodidad del graderío.

Para analizar e interpretar los nuevos procesos sociales y políticos una parte de la intelectualidad tradicional está obsoleta con nuevas formas de auscultación de las realidades y sus procesos. Sus modelos predictivos fallan más que el horóscopo en año bisiesto (ejemplo: el científico de CNN que predijo lo impredecible que ganarían los demócratas).

Propuestas para la academia:

La academia y los intelectuales en El Salvador tienen una deuda con la lucha el nuevo momento no necesita gurúes de palco que nos expliquen por qué vamos a perder, sino cómplices en la cancha que se ensucien las manos y nos ayuden a inventar cómo ganar estas nuevas batallas.

  1. Hay momentos de guardar los libros y darse un baño de realidad: Estudien cómo un tuit de 280 caracteres puede tumbar poco a poco estrategias maquiavélicas y dictadores.
  2. Conviertan las tesis en trincheras: En lugar de citar a Foucault, entrevisten al vendedor ambulante que resiste el desalojo y la represión.
  3. Y mientras los “sabios” siguen predicando desde sus púlpitos analógicos, las redes sociales ya están reescribiendo las reglas. Aprendan de ellas: si el algoritmo de Instagram puede venderte unos zapatos que no necesitas, ¿por qué no podría atizar el proceso para derrocar a un dictador? Ahí está el caso: una actividad anti minera frente al Binaes —Biblioteca Nacional de El Salvador— da la vuelta al mundo en un post que se viraliza, alcanzando 30 o 50 veces más vistas que el programa de televisión donde el escritor entrevistado se deshace en alabanzas al régimen de Bukele.

Ese es el arco y la flecha comunicacional en acción: el medio es el mensaje, y las plazas digitales pesan más que los estudios de grabación. La relevancia no está en los monólogos bien peinados del canal oficial y de los demás que siguen su agenda, sino en la fuerza bruta de una narrativa que se multiplica sola, sin pedir permiso a los guardianes del micrófono y cámara.

Si la intelectualidad no suma como actor, que observe desde el graderío cómo camina la historia

¿Por qué molestan tanto? los movimientos emergentes.

– Porque su lucha no cabe en un gráfico de excel. o en cálculo de estadístico de correlaciones. Ni en un largo mamotreto de 30 páginas para explicar un concepto en la introducción.

– No necesitan tener un directorio con cabeza visible para que sirvan de blanco fácil de la maquinaria represiva.

– Porque su «falta de estrategia» es, en realidad, «flexibilidad caótica»: el único modo de sobrevivir en un mundo donde Bukele cambia las reglas cada mañana dependiendo de su estado de ánimo y aptitud mental.

Pero esto no es nuevo. Una vez se le preguntaba después de los Acuerdos de paz al comandante Shafick ¿cuál era la mejor estrategia para resistir al enemigo durante la guerra? Se quedó callado unos segundos, se sonrió, y mientras se acariciaba la barba dijo: “La estrategia era no tener estrategia. Ajustábamos los planes en el camino, pero nunca perdíamos el rumbo; ese estaba clarísimo siempre”.

Ahí está la clave, donde no se trata de manuales rígidos ni de predicciones de escritorio, sino de adaptarse al terreno sin soltar el norte. Hoy, ese espíritu vive en los movimientos que navegan el caos digital, mientras algunos intelectuales del graderío pretenden seguir buscando fórmulas en libros polvorientos.

Porque ya hay jugadores en la cancha. Inexpertos, sí. Tropezando a cada rato, por supuesto. Pero están ahí, corriendo una carrera ineludible entre aciertos y errores, mientras la historia no espera a nadie. Si la intelectualidad no quiere echar una mano, que al menos no se atraviese —lo decimos sin arrogancia, solo con los pies en la tierra—. Nos vendría bien que nos miren, agradeceremos que nos aporten críticas con sustancia y peso, pero que dejen de juzgar con reglas caducas y medir con varas desgastadas lo que apenas está brotando. Estos movimientos están construyendo sus propios instrumentos y herramientas de lucha, tomando lo que encuentran a su paso, y eso es auténtico. De este esfuerzo y sacrificio va a salir algo bueno, algo sólido, aunque por ahora no lo vean.

Reflexión y llamado a la acción.

La historia no la escriben los que se quedan mirando, sino los que se atreven a caminarla. A esos movimientos incipientes, un mensaje: no necesitan la bendición de los sabios autoproclamados para legitimarse. Su fuerza está en el terreno, en la gente, en las grietas que abren con cada paso. Y a los intelectuales, un desafío: bajen del palco, ensúciese las manos, «aporten su luz sin apagar la de otros».

El cambio no espera por citas eruditas; se hace en la marcha. Y «Cuando los intelectuales se tardan en ponerse corbata, los pueblos ya tienen las botas puestas» — (un grafiti anónimo en San Salvador).

A los intelectuales que prefieren criticar desde las butacas y graderíos: 

– Si no van a sumar, no resten. Su silencio incómodo vale más que sus discursos vacíos.

– ¿Temen que los «inexpertos» les roben el protagonismo?»La historia no se escribe con ego, sino con pies en el asfalto. »

A los movimientos sociales:  

– Sigan siendo impertinentes. La perfección es enemiga de lo urgente.

– Hackeen el sistema: Usen las TIC para convertir un «hashtag» en barricada y un «live» en prueba de la represión y denuncia.

El régimen de Bukele, con su maquinaria y su narrativa, parece imbatible, pero la historia demuestra que el poder nunca es eterno. Los movimientos sociales y populares, aunque caminen quizá torpes hoy, son semillas de algo que puede crecer si encuentran dirección y arraigo.

Porque resistir es como hacer una pupusa y un atole: mezclas la experiencia del pueblo —la masa curtida de las luchas pasadas—, el conocimiento actualizado —las Tics como comal caliente—, y los ingredientes vivos de la gente, con disposición para lo que venga. No hay receta fija, pero sí un sabor claro: el de ganar, aunque sea improvisando.

Pues recordemos que las revoluciones no las ganan los que mejor hablan, sino los que ya no aguantan y echan el cuero al agua.

Los movimientos sociales y populares, aunque imperfectos, son síntomas de un sistema roto. Su fuerza no está en la retórica académica, sino en su capacidad para canalizar el descontento. Como dijo Eduardo Galeano: «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».

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