Por: Miguel Blandino.
¡Qué bochornoso papel! Trump y Vance piensan seguramente que le han dado un escarmiento a Zelenski y un ejemplo a todos los jefes de Estado del mundo.
En su prepotencia infinita y ciega se imaginan vencedores, como el cazador que pone su bota sobre el cuerpo del elefante que sin otras armas que sus colmillos mueren abatido por las balas disparadas desde la distancia cobarde.
Yo los veo como a algunas señoras abusivas que maltratan a la muchacha que trabaja para ellas en la casa. Se sienten en la cima del mundo humillando a la indefensa.
La promesa de ingresar Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea les sirvió a los estadounidenses para amenazar a Rusia con el asentamiento de bases militares occidentales en su frontera.
El peligro inminente de una agresión occidental era claro para los rusos, que vieron cómo se violaban los Acuerdos de Minsk de 2014/2015 y no esperaron a que se concretara la maniobra. A los rusos nunca se les iba a olvidar que en 1938 firmaron con Hitler los Acuerdos de Múnich y poco después fueron sometidos a una cruel y devastadora invasión.
Tomaron la iniciativa y hoy, cuando Ucrania está por derrumbarse definitivamente, Trump y Vance quieren un poco de sus despojos.
Para eso llamaron a Zelenski a la Casa Blanca: para restregarle que le debe entregar a los Estados Unidos las riquezas naturales de su suelo.
Pero el chantaje y la humillación no dieron los resultados que esperaban los prepotentes.
Zelenski se defendió como gato panza arriba y se fue de Washington sin firmarle el permiso de saqueo a los voraces plutócratas.
Furiosos, descompuestos, a grito partido, insultaron al débil y lo expusieron al mundo, pero en esa salida sin firmar ninguna de las exigencias imperiales estuvo la clave de la victoria temporal de Zelenski.
Es que el pequeño actor ucraniano no está luchando por cosas trascendentales ni grandiosas, como puede ser la Patria o el Pueblo, o cosas más abstractas, sino por su simple y limitada vida. Cualquiera que no sea un cobarde resignado hace lo mismo, no por “honor” ni “dignidad”, sino por el más primitivo instinto, el de supervivencia.
Eso no lo entienden los muy estúpidos gobernantes cuando se sientan en sus tronos del Olimpo.