Por: Elio Masferrer Kan. *
Los problemas de salud de Francisco han llevado a que se inicien las apuestas sobre la sucesión papal. En este contexto es habitual que surjan “expertos” que lanzan nombres con suma alegría. Mi experiencia en observar varias sucesiones papales me ha llevado a la conclusión de que habitualmente los “expertos” fracasan en sus predicciones. En esta posible sucesión es aún más fácil volver a fracasar en las predicciones.
Existen “analistas” que pecan de soberbia y en vez de decir que no lo saben, prefieren aventurar nombres, que fueron en su momento mencionados por los “vaticanistas italianos” de moda. El asunto está en entender que, en este caso, no lo sabe Francisco, ni los cardenales electores y menos la burocracia vaticana. Debemos entender que Francisco cambió radicalmente las reglas de juego en el Vaticano y esta vez es más difícil de prever quien quedará en la probable y en su momento necesaria sucesión.
Recordemos que hasta Juan Pablo I los papas fueron cardenales italianos, el pontificado de Juan Pablo I fue muy breve, 33 días y su muerte en los Departamentos Vaticanos nunca fue muy clara, hay quienes sospechan que fue envenenado, para aumentar el misterio (y la desconfianza) nunca se le hizo una autopsia. El siguiente papa no fue italiano, sino polaco, un cuadro eclesiástico digno de la Guerra Fría dispuesto a romper el diálogo establecido por sus antecesores de “entente” con el bloque soviético. Karol Wojtyla sería implacable y metódico para romper el bloque comunista de Europa Oriental, firmemente respaldado por Estados Unidos y los europeos de la OTAN.
La designación de Juan Pablo II fue una alianza donde los cardenales conservadores de los Estados Unidos, junto con los jerarcas europeos tuvieron un papel protagónico. Esto implicó la ruptura del bloque italiano de cardenales que eran más del 25% del Conclave. Con Juan Pablo II se inició un proceso de designación de cardenales mas heterogéneo, donde se incorporarían cuadros de otros países de Europa que surgían tras el derrumbe del bloque soviético.
En este contexto, el equipo que controlaba el Vaticano con la larga agonía de Juan Pablo II pudo imponer a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. La alta burocracia vaticana se había consolidado con un papel importante de cardenales del Primer Mundo que comenzaban a preocuparse por la profunda crisis que aquejaba al catolicismo a nivel mundial, especialmente en Europa y América. Teóricamente Ratzinger tenía la encomienda de renovar la institución, pero allí se confrontó con los aparatos burocráticos que veían peligrar sus privilegios y no aceptaban de ninguna manera ceder el control que esto implicaba, por ejemplo, el manejo de más de 10,000 inmuebles sólo en Italia que les permitía hacer
múltiples tráficos de influencia, el IOR (banco vaticano) que participaba activamente del lavado de activos y terminó colocando al banco en la lista negra del sistema financiero europeo.
En este contexto Benedicto XVI renunció por la impotencia para contener a las mafias internas y convocaron a Francisco, quien recibió el mandato expreso de limpiar las mafias y renovar la Iglesia.
Francisco reestructuró el Vaticano, destituyo a pederastas, encarceló a especuladores de los bienes de la Iglesia, puso a mujeres religiosas en puestos claves del Vaticano: la designación de nuevos obispos, el control de la vida religiosa y la ahora Gobernadora de la Ciudad del Vaticano, además de innumerables posiciones de confianza donde designa mujeres.
El Colegio de Cardenales, con 138 electores es su obra maestra, se acabó el monopolio de los jerarcas italianos, europeos y norteamericanos. La mayoría de los designados vienen del mundo misionero católico, donde están las nuevas fronteras del catolicismo. En lo particular sus designaciones apuntan a quienes rompieron con los grupos de poder tradicional y en esta perspectiva pueden ser europeos y norteamericanos, pero no son conformistas. Africanos, asiáticos, polinésicos renuevan y configuran un Cónclave multiétnico y pluricultural. Pero además Francisco los reúne en los consistorios cuando designa nuevos cardenales electores, quitándole así cualquier posibilidad de influir en la designación del nuevo papa a los aparatos burocráticos tradicionales; los cardenales tienen ahora la oportunidad de interactuar formal e informalmente e ir conociéndose.
Este nuevo Colegio de Cardenales, inédito en la historia de la Iglesia, por su diversidad y multiculturalidad hace que sea aún más difícil predecir quien sucederá a Francisco, para decirlo en pocas palabras, eso “ni Dios lo sabe”. Le deseo a Jorge Mario Bergoglio una pronta recuperación, pues Francisco es un personaje inédito e insustituible.
*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH.