Democracias fatigadas al borde de la astenia.

La fatiga de la democracia en Latinoamérica se ha agudizado y corre peligro de derivar en astenia, que es el paso previo a una situación de deterioro crónico

Por: MANUEL ALCÁNTARA SÁEZ*

El panorama político latinoamericano parece no dejar duda alguna: los partidos
políticos se han fragmentado, la gente ha dejado de identificarse con ellos y los
múltiples candidatos surgidos los utilizan como meras maquinarias electorales.
Además, la oferta política se ha particularizado en torno a personas con escasa
experiencia pública que construyen sus propuestas individuales con el apoyo
de expertos en comunicación ajenos a visión programática alguna. En sendos
asuntos el presidencialismo no es ajeno. Todo ello se ha evidenciado en los
últimos años en diferentes estudios de la opinión pública latinoamericana que
reflejan un claro deterioro en las valoraciones ciudadanas de las instituciones y
de la propia democracia que es cada vez menos percibida como el régimen
político más deseable.
Por otra parte, la sociedad líquida, en los términos definidos por Zygmunt
Bauman, mostró cada vez signos más evidentes de cansancio ante la
exponencial revolución digital.  Byung Chul Han se ha referido a ello hace más
de una década. Los canales de representación se diluyeron completamente en
un escenario dominado por la inmediatez, la reflexividad, el anonimato y una
falsa sensación de empoderamiento gestado por la expansión irrestricta del
mundo digital. Las redes sociales configuraron la nueva estructuración del
demos y facilitaron la monetarización del tiempo invertido en ellas. Un nuevo
complejo industrial tecnológico se alzó enseguida.
En este marco la política en América Latina mantuvo ciertas pautas
tradicionales en lo atinente a la elección de las autoridades, dando paso a la
alternancia, algo que ha sucedido con gran frecuencia, con tasas de
participación electoral razonables. De esta suerte, en la última década se ha
producido la alternancia en todos los países con elecciones competitivas —no
es el caso de Cuba, Nicaragua ni Venezuela—, y solo se han mantenido en el
poder de manera continuada en Paraguay el Partido Colorado y el MAS en
Bolivia, con el paréntesis habido en 2019-2020.
Pero también, en lo relativo al papel de la justicia, esta actuó por primera vez
como un contrapoder, ya que nunca tantos expresidentes(as) se vieron
sometidos a su imperio, con independencia de lo que se denunció de práctica
de lawfare. Desde Álvaro Uribe hasta Cristina Fernández, ambos procesados,
hasta los condenados Lula da Silva, Rafael Correa, Alejandro Toledo, Ollanta
Humala, Orlando Hernández, Tony Saca, Mauricio Funes y Ricardo Martinelli,
por citar los casos de mayor impacto.
El resultado supuso una expresión de la democracia con visos de pérdida de
vigor o, si se prefiere, de fatiga. Hoy este escenario se ha agudizado y corre
peligro de derivar en astenia, que es el paso previo a una situación de deterioro
crónico.
La reflexión sobre la caída, quiebra o muerte de la democracia está muy
documentada en la literatura académica. Sin embargo, frente al legado teórico
conocido, la situación actual presenta una mezcla de factores de ámbito global
con otros de carácter regional. Dentro de los primeros debe considerarse el
impacto ya señalado de los profundos cambios registrados en el seno de
la sociedad digital. Se trata de los progresivos efectos del hundimiento de la
representación, del individualismo rampante, de la desinformación masiva
descontrolada, y de la economía de la atención. Aspectos novedosos ante los
que las instituciones acuñadas en un formato funcional para otros tiempos
navegan sin rumbo.
El segundo factor proviene del efecto demostración negativo que llega a la
región del vecino del norte. El carácter atrabiliario del presidente
norteamericano, la improvisación caprichosa acotada en una lógica infantil
amigo-enemigo, la elevación al máximo nivel de la pulsión egotista ilimitada y la
alianza con la nueva plutocracia de Silicon Valley son notas definitorias del
momento actual. A ello se suma la extensión de la kakistocracia, entendida
como el gobierno de los peores, que alienta a un comportamiento similar de
aprendices, ya en la más alta instancia del poder, como Javier Milei, Daniel
Noboa, Rodrigo Chaves y Nayib Bukele, así como anima a delfines que se
miran en ese espejo para avanzar en su carrera política con el consiguiente
deterioro de la democracia desde la oferta.
Los factores de carácter regional inciden en el alejamiento de la gente de la
democracia, teniendo que ver con las expectativas frustradas de la gente. La
resolución de sus demandas, que no son solo de los últimos tiempos, pues
pueden encontrarse en las agendas de reformas estructurales establecidas
desde la década de 1980, es un asunto pendiente. Aunque resulte algo añejo,
esos factores giran sobre todo en torno a una institución que sigue siendo el
centro del quehacer político y que tanto atrae al obseso de la motosierra:
el Estado.
Buena parte de la explicación sobre la frustración de las expectativas recae en
algo tan esencial para el orden político, como ya expusiera Thomas Hobbes,
que es el miedo. Su versión latinoamericana se traduce en clave de
inseguridad, pero no solo en el ámbito callejero, también en el orden sanitario y
de la seguridad social, en el fracaso escolar, en la precariedad del empleo, con
tasas de informalidad promedio del 50%. No es cuestión de estatalizar todo y
de cruzar el río que lleva al Leviatán, se trata de urdir el Estado social
democrático de derecho, una fórmula tan conocida que ha generado el
bienestar de millones de personas y que ahora requiere una reacomodación al
presente.
La astenia es el riesgo al que se abocan las democracias fatigadas actuales,
pero la propia democracia tiene sus mecanismos para confrontar sus retos. El
sometimiento a reglas aceptadas por la colectividad, la elección de las
autoridades, el equilibrio de poderes son principios para regir la convivencia.
Hay también posibilidades de que la revolución digital sea una vía para facilitar
el funcionamiento de todo ello y que la inteligencia artificial sea utilizada, en
tanto que bien público, alejándola del imperio de las corporaciones.

*Manuel Alcántara Sáez es director del CIEPS-Panamá, autor de Huellas de la
democracia fatigada (2024).
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