EL SOBERANO ES EL PUEBLO (¿O UN TAL BUKELE?)

Por: TOÑO NERIO.

¡Asco! Anoche me preguntó un paisano salvadoreño “¿Estás orgulloso de ser salvadoreño?”
La pregunta fue un mazazo en la adormecida mente que, lúcida por el aguijonazo de la pregunta, de repente, despertó a la conciencia.
Es que hasta puede ser un asunto de simple lógica responder con una afirmación espontánea, como cuando a cualquiera le preguntan por la honorabilidad de su familia o la decencia de su padre. Pero eso de responder automáticamente es una cosa y la verdad, la sinceridad al responder, necesitan de un examen detenido, mesurado, prudente, y no solo del impulso de los sentimientos más inmediatos.
Una nochebuena oí a un empleado del AID llamarle “guanabito”, refiriéndose en son de burla a alguien, de seguro a un compañero suyo, también empleado de la Agencia para el Desarrollo Internacional del gobierno estadounidense (USAID), que ponía ojos de ensoñación cuando expresaba sus deseos de ser algo, de alcanzar algo, pero sin poner ningún empeño para conseguirlo.
“Guanabito”, me dije entonces, expresa el ser de muchos que se proclaman ciudadanos porque son mayores de dieciocho años y ya tienen un documento que les permite decidir como mayores de edad y, sin embargo, deciden darle a otro el poder de decidir sobre sus vidas y haciendas.
Guanabito es el que quisiera ser libre pero decide ser esclavo.
Ni más ni menos que el que siendo salvadoreño es capaz de agarrarse a pescozadas por la burla del que se ríe porque la selección nacional de fútbol perdió como de costumbre, pero es incapaz de defender su derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a la libertad y hasta su derecho a la vida.
Pocos son los salvadoreños que no son guanabito. De esos pocos salvadoreños siempre me voy a sentir orgulloso y voy a tratar de luchar para estar a la altura de su dignidad. Siempre voy a luchar para poder cantar “saludemos la Patria orgullosos de hijos suyos podernos llamar”, como nos dijo el General don Juan José Cañas cuando escribió el primer párrafo de nuestra hermosa canción nacional.
La expresión “guanabito” era una palabra nueva -nueva hasta entonces para mí- que, con mucho sarcasmo y desprecio, por cierto, encerraba un concepto que resume un deseo íntimo de muchos.
Y que, por cierto, expresa lo que siempre quiero sentir cuando me hacen la misma pregunta que anoche me lanzó mi amigo, acerca del orgullo de ser salvadoreño.
Sí, porque no es mentira que quisiera sentirme siempre muy orgulloso de ser salvadoreño, sin sombra de duda, sin vacilación alguna.
Pero no. No siempre puede uno ser el niño de aquella noche lluviosa del 8 de octubre, cuando Juan Ramón (Mon) Martínez, en el minuto 104 del partido, en Kingston (Jamaica), le dio el triunfo 1-0, de cabecita, a la Selección Nacional de El Salvador sobre la de Haití. Esa noche de transmisión imposible para Gol de KL -huracán caribeño de por medio- pasamos por primera vez a la ronda de dieciséis países de la final del torneo Copa Jules Rimet, que organizaba la FIFA. Gracias a que México no compitió por ser organizador, fuimos el primer país de América Central en pasar a esa ronda. Era yo todo un orgulloso niño adolescente.
Era orgullosamente salvadoreño, como tantos millones de otros ignorantes como yo.
Orgulloso como tantos otros pobres, oprimidos, explotados, miserables, sin darme cuenta que, aprovechando aquel circunstancial y escaso, cuasi milagroso y muy oportuno, entusiasmo nacional-chovinista epidérmico de las masas, la tiranía militar fascistoide creaba desde sus filas, con soldados y policías y, sobre todo, con simpatizantes contratados entre campesinos pobres, la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN), madre y vivero de los Escuadrones de la Muerte (EM), bajo la dirección del General José (el “Chele”) Medrano, para masacrar más tarde a esas mismas masas empobrecidas, explotadas y oprimidas.
Pero aquella ignorancia e inocencia -que se le perdona a una criatura- no es comprensible en seres humanos mayores en edad y que por lo mismo tienen experiencia de lo que es ser salvadoreño. Esos nacidos antes, durante y después de la más larga, cruel y abundantemente documentada guerra ocurrida en toda la historia del continente americano. Salvadoreños conocedores en la práctica y no por los libros de la vieja y reciente historia política de su país, que pretenden cerrar los ojos ante la ignominia y el horror. A esos no los siento como mis paisanos y no me hacen sentir el orgullo de pertenecer a su género y naturaleza.
Y es que de verdad quisiera siempre sentirme (“guanabí”) orgulloso de ser salvadoreño. Orgulloso de formar parte de un conglomerado capaz de reclamar por su dignidad y por el respeto de su derecho a la vida feliz o, por lo menos, que fuera capaz de defender a quienes sí expresan abiertamente su decisión de defender las libertades y los derechos de todos nosotros.
Pero tal cosa no existe y, para mi tristeza, la mayoría salvadoreña actual prefiere -y no por ignorancia el silencio cobarde antes que levantar el brazo para frenar los azotes del abusivo que reina por la fuerza de su soldadesca.
“Guanabito”, dijo aquella navidad el asalariado de la embajada gringa. Y yo le pregunté “¿guanabito o guanaquito?”. Y el ingeniero agronómico me aclaró “Guanabito”, y al mirar la pregunta en mi mirada añadió “Guanabito se le dice a quien infructuoso o desidioso quisiera ser algo diferente pero no se empeña para lograrlo, para conseguirlo, para convertirse en el objeto de ese deseo.”
I want to be (I wanna be), se dice en inglés. Literalmente “yo quisiera ser…” o, por la otra acepción del verbo “be”: “yo quisiera estar…”
Sin embargo, en la mayoría de los casos significa solamente “yo soy guanabito”.
Y eso es lo primero que salta en mi alma cuando quiero dar respuesta al que me hace la pregunta famosa que hoy comento.
Yo quisiera estar orgulloso de ser salvadoreño; ser orgulloso de ello.
Pero entonces me brinca la realidad agitando sus brazos flacuchos ante mis ojos: ¿estás consciente de que no es un orgullo ser parte de un conglomerado que desde el amanecer hasta el ocaso vive en postración, humillado, despojado de toda dignidad y de toda la voluntad?
Ser esclavo no es portar grilletes en el cuello y los tobillos y arrastrar cadenas.
Ser esclavo es aceptar la voluntad ajena por encima de la propia. Y, todavía peor, decir que es mi voluntad ceder mi legítima voluntad a otro -ajeno a mis intereses y a los de mi clase social- transfiriéndola a mi enemigo de clase en una mañana cualquiera en la urna cualquiera de las que se usan para las votaciones que, además, son fraudulentas, y lo sé y lo acepto y permito.
Pienso que nadie que no sea un verdadero sin madre va a discutir mi afirmación de que ninguna persona puede ser, sentirse, ni estar orgulloso de su condición de esclavitud.
El único esclavo digno es el que imita a Espartaco, aunque sepa que puede morir en el intento de alcanzar su libertad.
De esos Espartacos siempre me voy a sentir orgulloso de llamarme humildemente su paisano. Por supuesto que sí, sin dudarlo un solo segundo. Son seres humanos de la misma estatura moral del Doctor Ernesto Guevara de la Serna, nuestro venerado e inolvidable Che, gente como Jesús, el Cristo, como aquel sacerdote de Aguilares llamado Rutilio, el jesuita que hizo estallar al obispo de San Salvador hasta convertirlo en Monseñor Romero, el más universal de todos los salvadoreños.
De esos salvadoreños que hoy levantan su voz, su puño, y marchan denunciando la tiranía y al tirano opresor, de esos hombres y mujeres nacidos en el mismo suelo donde yo nací, de ellos estoy muy orgulloso y deseo que me acepten entre sus hermanos.
Esos que quieren rescatar la soberanía nacional para el pueblo; esos que luchan denodadamente por restaurar la República y sus instituciones; esos que gritan de dolor por cada afrenta a nuestra Constitución y a las leyes, decretos y reglamentos apegados a su texto; ellos sin duda que son más que mis paisanos, mis hermanos, mis padres y mis madres.
De esos salvadoreños estoy muy orgulloso. Ser como ellos es mi orgullo, tal y como canto con la mano apretada sobre mi pecho hirviente.

Si te gustó, compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.