Por: Ruben Montedonico Rodríguez.
Las relaciones privilegiadas que tuvo Volodímir Zelensky con la pasada administración demócrata de la
Casa Blanca -las ayudas concedidas de ese gobierno a Ucrania (en dineros y armas)- parecen haber llegado
a su fin, de acuerdo con lo que fueron los compromisos realizados por el actual inquilino republicano (Donald
Trump) en su campaña electoral para llegar a aposentarse en la residencia de Washington y desde allí tomar el
mando (por nuevos caminos y con sus modales) y dirigir al Imperio.
No voy a repetir los detalles de lo acontecido en la Oficina Oval, sino algunas de las reacciones posteriores de los
participantes. Al empezar, partiendo por Trump, se exhibió cumpliendo lo que había
sido una promesa: reiterando que no quiere que Ucrania y Rusia guerreen y estableciendo que
el agredido debe disponerse a sentarse en una mesa para firmar un acta de paz. Los términos de dicho acuerdo
entre EEUU y Rusia (en realidad entre Trump y Vladímir Putin) no se conocen con claridad, y mientras Ucrania
y Zelenski demoran en aceptarlo, se suspenden todas las ayudas y se suspenden los envíos de armas aunque éstos
estén pagados. Lo único que queda claro es que la UE y Ucrania no fueron invitados a Arabia Saudita en la primera rueda para poner fin al conflicto europeo.
El autoproclamado (por extensión de mandato) presidente ucraniano quedó disgustado por el trato que la Casa Blanca dio al tema -empeorado por su humillante situación y el estado público dado a la misma- llegó a Washington con la peregrina intención de que Trump recapacitara, pese a que ya le había adelantado a Emmanuel Macron (Francia) y Keir Starmer (UK)que no enviaría tropas al país invadido y suspendería las “ayudas”.
Y sucedió algo sin precedentes: la UE y la OTAN en su integración europea, acogieron al zarandeado Zelensky, le
prometieron reunir unos 500 mil millones de dólares para ayudar a Ucrania y el francés Macron renovó su llamado
a tener un ejército totalmente europeo que no dependa de Estados Unidos. Unos días después, con profusión de
publicidad, concurrió a la botadura de un submarino de su país, con capacidad para lanzar 16 misiles atómicos de
largo alcance (similares a los que podrán ser operados por la aviación), deseando reafirmar ante el mundo el poder
atómico de Francia.
Por lo menos hasta ahora, sin que conozca los entremeses secretos y acuerdos entre París, Londres
y Berlín, el estado de sus almacenes de reservas y los compromisos con EEUU, las tres fuerzas militares mejor equipadas y más poderosas de Europa occidental, carecen -según los analistas- de las capacidades rusas para producir o investigar nuevos instrumentos de guerra, por más que algunos de sus líderes argumenten en favor de continuar en guerra. Desde nuestra posición un tanto lejana del eventual teatro de operaciones europeo, con la consiguiente modestia en cuanto a una posible confrontación con Rusia, me parece que parten de supuestos ideológicos falsos si quieren incrustarle a la población el temor acerca de un imaginario intento de Moscú por expandirse allende sus actuales fronteras procurando reconstruir los antiguos dominios del disuelto Pacto de Varsovia, pintando al pacto de la OTAN como un “blanca palomita de la paz”.
Asimismo, creemos que los intentos por separar Moscú de Pekín son igualmente ilusorios, además de tardíos.
Al volver sobre las consecuencias que trae aparejada la resolución actual de Trump, el propio Zelensky -luego
de la gran acogida de la OTAN a su persona y al resumen melodramático de su desaseado encuentro en la Casa
Blanca, confesó -casi como un arrepentimiento- que sin el aporte y las armas de EEUU era imposible seguir con la
guerra. Por ese camino dijo estar dispuesto a que se planteara al Kremlin una suerte de armisticio parcial (similar
al esbozado tiempo atrás por Francia e Inglaterra) que no satisface a Rusia.
La situación llevó a que la periodista ucraniana Kristina Berdinskij señale que “El giro de Estados Unidos le retira
cualquier perspectiva de futuras “garantías de seguridad”, le niega voz en la negociación con Rusia y la coloca en
una situación en la que el desmoronamiento del frente puede ser una cuestión de pocos meses. La derrota acelera
la división y los ajustes de cuentas internos entre los políticos ucranianos”. Citada en CTCX por el español Rafael
Poch de Feliú, éste agrega: “Perder Ucrania supone una derrota estratégica mayor para Estados Unidos y las potencias centrales europeas. El asunto es demasiado grave para ser consentido. Una negociación realista supone admitir la derrota de Occidente y regresar a la idea de una seguridad europea integrada. Es decir, a lo que se pactó en noviembre de 1990 en la conferencia de París de la OSCE que es lo que Rusia ha venido reclamando los últimos treinta años. Ceder es inconcebible, así que es imperativo profundizar la guerra le advierten los estrategas del neoconservadurismo americano al nuevo presidente.
( … ) El ex presidente Biden ya lo formuló muy claro en junio (de 2024) en su entrevista con la revista Time:
si dejamos caer a Ucrania, todas esas naciones junto a la frontera de Rusia, desde los Balcanes hasta Polonia y Bielorrusia, empezarán a hacer sus propias componendas”. Eso ya está ocurriendo con Eslovaquia, Hungría, incluso Bulgaria y Georgia. Es la posibilidad de una autonomía europea y de su integración en un marco euroasiático con motor chino”.
“Las relaciones transatlánticas en las que la mayoría de nosotros siempre creímos firmemente han sido destruidas», según afirmó el presidente del grupo de Exteriores del Bundestag, Michael Roth. Europa se ha quedado “sola en casa”, sostuvo.
Respecto al futuro sólo me animo a suponer que una Europa sin tutelas sería aquella que un día concluya que los hechos de Ucrania y todo lo relacionada con ella -empezando con EEUU y su brazo militar (la OTAN)- apuntan a la disolución final del bloque dejado a la deriva por los estadunidenses por representar un competidor adicional.
Por ahora, lo más seguro es el acatamiento general que disponga Trump.
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