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SE VERÁN COSAS.

Por: TOÑO NERIO.

Al filósofo Doctor Fernando Buen Abad Domínguez lo entrevistó Foro Contralinea para tratar el asunto de la guerra cognitiva, o sea, la antiquísima lucha por conservar o conseguir el poder que ocurre en la dimensión o en el plano ideológico.
Y dice el Doctor Buen Abad Domínguez que, si bien es cierto, existen ahora unas tecnologías sumamente sofisticadas, tras su deslumbrante y asombrosa apariencia, su complejísima maraña de artilugios, y la novísima denominación de sus “softwares” y “hardwares” -casi toda en idioma inglés, al menos en su origen- y la miríada de terminajos resignificados que ya inundan la jerga cotidiana -emoticones, nube, escrache, trolear, etc.- gracias a la esmerada difusión que hacen de ellos los sujetos que hablan por los medios de difusión, a pesar de todo eso, insiste Buen Abad, la guerra cognitiva, es la vieja y siempre nueva guerra psicológica, lucha ideológica, revolución cultural, guerra neo cortical, etcétera, etcétera, etcétera, es decir, “la misma gata, solo que más revolcada”, como se decía antes, en palabras simples y sencillas, de las que usamos los mortales comunes y corrientes.
Ese tema del que nos platica el filósofo mexicano, desde la Argentina en tiempos del cólera, o sea, bajo el despótico gobierno de Milei, es justamente el mismo asunto que hacia el final de la Segunda Guerra Mundial ocupaba la mente de uno de los pilares fundamentales de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno.
Pero esta historia tampoco comenzó a la mitad del siglo XX. Cien años antes de Adorno y Max Horkheimer, Walter Benjamin y Jürgen Habermas y otros, como Herbert Marcuse, hacia la mitad del siglo XIX, en plena Guerra del Opio, hubo lumbreras quienes los precedieron, también pensadores alemanes. Concretamente, Karl Marx y Friedrich Engels, quienes ya nos advertían acerca de esa dominación sutil que las clases poderosas ejercen sobre los millones de oprimidos y de explotados, que aceptan sumisamente su condición y, peor aún, aceptan también ese vil y cruel sometimiento que aniquila a sus hijos y a sus ancianos padres y abuelos, por hambre y enfermedad, sin que se les cruce por la mente levantar un brazo, una mano, ni siquiera un dedo acusador, en contra de sus enemigos de clase.
Y al llegar a este punto uno se pregunta ¿cómo es posible que no se rebelen, ni siquiera se indignen, ni mucho menos peleen ante tanta afrenta?¿Como es que pueden incluso venerar y admirar al que es la causa directa de su vida desgraciada?
Asustadizos, como ratones, tiemblan ante el amo cruel que les ha impuesto un régimen militar asesino y despiadado… Pero ese escenario vino después de que le dieron todo el poder. Antes del mundo de miedo hubo fascinación y alegría desbordada, plena de esperanza y fe en el futuro. En ese punto estuvo la clave.
Los poderosos construyeron el imaginario y lo instalaron en las mentes de las personas desamparadas, dolidas, resentidas, de todo el espectro, de derecha a izquierda.
El desconcierto posterior al comprobar que, aunque el tiempo pasa y pasa, las promesas de un mundo mejor cada día se alejan sin cumplirse, se consuelan mintiéndose interiormente “pero, por lo menos, ya no hay delincuencia.”
Una mezcla de miedo con hilachas de fascinación es lo que cunde, pero las personas aún no relacionan el empeoramiento de sus condiciones materiales de vida con la acumulación de riqueza del parásito que encumbraron.
Es, simplemente, porque no los ven todavía como los parásitos que son, como las sanguijuelas que son, sino como los elegidos de los dioses y de las diosas.
Marx y Engels llamaban a eso “alienación”, “enajenación”. Por eso, y con absoluta convicción, Marx nos dejó clara su posición respecto del papel de las religiones como adormideras de los pueblos.
En efecto, a los veinticinco años, en su Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1843-1844), Marx dice textualmente y con absoluta claridad que “la religión es el opio del pueblo”.
Aunque, en opinión del Doctor en Historia por la Universidad de La Plata, Horacio Tarcus, “…el joven Marx entiende que la crítica no debía limitarse a una de las formas de la alienación humana (la religiosa), sino que debía volverse contra la forma de enajenación dominante en la modernidad: la alienación política del hombre en el Estado moderno”, lo que sí queda en evidencia es que la religión juega un papel decisivo en la batalla por conquistar la mente de las personas. O sea, es un instrumento cultural, de profunda incidencia psicológica, es decir, una poderosa arma en la guerra ideológica.
Si aceptamos que dios es el amo y rector de todo el universo y que todos somos parte de su plan, que escenificamos una obra cuyo guion está escrito de principio a fin, nada hay que podamos hacer, como no sea cumplir como fieles súbditos esa divina voluntad.
Cuando el arraigo de esas ideas es tal que se integran en nuestra conciencia como creencias, como saberes, la batalla ha llegado a su fin, nada hay que podamos hacer. Hemos sido derrotados por nosotros mismos y, sin darnos cuenta, pasamos voluntariamente a formar parte del ejército enemigo de nuestros propios intereses y, más grave aún, nos convertimos en los soldados más fieros entre todos los que van a defender a su opresor y explotador.
Por eso es que los poderosos financiaron de manera sostenida la formación de millares de iglesitas a lo largo y ancho de todo el territorio salvadoreño. Hay por lo menos una por cada kilómetro cuadrado.
La guerra cognitiva lo amerita. Y es más barato mantener el sueldo de un pastor que decenas de generales y centenares de coroneles y millares de oficiales y suboficiales y decenas de millares de soldados a los que hay que pagar un sueldo y proporcionar equipamiento oneroso.
Pero, sobre todo, al conquistar las mentes para someter al individuo desaparece el peligro de que se rebele contra su vida indigna e indignante. Es la voluntad de Dios.
Por eso es que incluso arrebatan las palabras y les asignan nuevos significados. Palabras como libertad y democracia, soberanía y República, ley y Constitución son vaciadas de su contenido y rellenadas como se rellenan los cadaveres para conservarlos.
Y se aduce que el monopolio tecnológico de la comunicación está en manos de los poderosos de siempre. Pero eso no es obstáculo. Esa misma tecnología debe ser utilizada por la guerrilla comunicacional del pueblo. Revisemos la historia de las guerras ideológicas de los tiempos pasados.
Incluso, antes que Karl Marx y no en Europa sino bastante lejos, en nuestro continente, un preclaro Simón Bolivar había fundado su periódico _Correo del Orinoco _ porque le otorgaba un papel relevante a la guerra cognitiva, a la guerra en el campo de batalla de la mente, en el cerebro. Es que Bolívar no solo un estratega genial que comprendía perfectamente el entrelazamiento que debe existir entre lo político y lo militar, sino la perfecta coordinación entre la guerra en el plano material y la guerra cognitiva, aunque no la llamara de esa manera. Cuando Bolívar dice que su periódico Correo del Orinoco es “la artillería del pensamiento”, nos expone de manera absoluta y rotunda la categoría que le otorga a la batalla por las mentes. No le llama argumentos para un debate o elementos de una polémica. Lo deja caer sobre la realidad con todo su peso, alcance y propósito: “artillería del pensamiento”.
El Doctor Buen Abad vuelve la mirada a la Argentina que por hoy es un fascinante objeto de estudio y campo para sus investigaciones, y recuerda cómo se fue construyendo a Javier Milei, recogiendo las frustraciones y los enojos, las decepciones y las carencias de un pueblo para concentrarlas en el personaje que representa en el escenario patibulario que va a vengarlos a todos destruyendo al Estado y sus operadores: la casta.
La derecha fue, dice recuperando un concepto de Noam Chomsky, “manufacturando un consenso”, y al mismo tiempo creando en la vida real el concepto de lo que habían instalado en las mentes: el vengador implacable.
Tan aplastante y poderosa fue la derrota del sentido común, que los argentinos cerraron los ojos y le dieron su voto a Milei incluso aunque no visitó los territorios donde ganó con una mayoría abrumadora.
Antes que en Argentina ese método ya había sido puesto a prueba en El Salvador, durante 2018, previo a las elecciones que ganó sin despeinarse y también arrolladoramente el actual tirano.
Como Milei, no hizo campaña, no repartió dinero ni gorras, no pronunció discursos y ni siquiera presentó un plan de gobierno sino un plagio de corte y pega de documentos variados. Y, sin embargo, hizo trizas a sus contrincantes.
La clave: se presentaron como lo nuevo y satanizaron a sus contrincantes y los convirtieron en idénticos, dos caras de la misma moneda, de manera que votar por uno equivaldría a votar por el otro para, al final, seguir siempre hundidos en el mismo fango.
En Ezequiel 8:13 se lee “Verás cosas aún peores que estas”.
Hace más de dos mil quinientos años, la guerra psicológica estaba en el centro de las luchas por el poder.
“Lo que ha sido, ya es; y lo que ha de ser, ya fue; y Dios restaura lo que ha pasado. 16 Vi más debajo del sol: en el lugar del juicio, allí está la maldad; y en el lugar de la justicia, allí está la iniquidad.”
La batalla por las conciencias está planteada. ¡Adelante! ¡Al combate, camarada!

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