Por: Elio Masferrer Kan. *
La convivencia o el conflicto entre las distintas religiones ha sido siempre una cuestión de Estado. Muchas monarquías basan su legitimidad planteando que fueron designados por la “gracia divina”. La voluntad de Dios “interpretada” por la Iglesia de Estado implica un doble movimiento, la legitimidad de una sucesión dinástica en el poder y la entronización de un aparato eclesiástico como expresión de los sistemas de creencias de un pueblo o una nación.
Las dinámicas de las iglesias tuvieron sucesivas transformaciones y la más notable en el mundo occidental fue el Movimiento de la Reforma Luterana, pues cuestionó precisamente la relación entre Dios y la Iglesia Católica, que no seguía el mandato de la Biblia. Lutero rompió el “techo de cristal” al proponer que cada creyente dialogara con Dios a través de la lectura de las Sagradas Escrituras, quitándole a los sacerdotes (y al Papa) el monopolio de la mediación divina, a su vez instaló el papel de la conciencia humana como el elemento clave en la interlocución con Dios.
La Jerarquía católica defendió sus posiciones, fortaleció la Inquisición como un elemento clave en el ejercicio de su poder y ejecutó a muchos de quienes la cuestionaban. Fue precisamente la fuerza de la conciencia la que se impuso, transformando el carácter de los estados. Sus autoridades serían ahora elegidas por voluntad popular, surgieron así las condiciones para separar a las iglesias de los estados. Las iglesias serían entonces seleccionadas por los creyentes ejerciendo su libre albedrío. El modelo de este sistema político fue la fundación de los Estados Unidos de América. Un estado fundado en nombre de Dios, sin religión de estado. Para ello era imprescindible una separación estricta entre los creyentes, los ciudadanos y las iglesias. La cuestión estratégica era que lo religioso fuera la estructura del sistema cultural.
El sistema funcionó durante mucho tiempo y ahora está en crisis, el 29% de los norteamericanos afirman que en materia de religión “no tienen nada en particular”. Los “nones” son la expresión del fracaso de las iglesias en transmitir un sistema de valores y pautas de comportamiento que sean aceptados o que representen los modos de vida de la sociedad nacional.
Los pastores y sacerdotes, en lugar de aceptar su fracaso institucional prefieren recurrir a la coerción, imponiendo a través de la negociación con el poder político, determinadas pautas de comportamiento, como es el caso de la interrupción voluntaria del embarazo. El festejo alborozado de la prohibición del aborto por la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos sirvió para validar el fracaso de las iglesias conservadoras. Ya no será la conciencia
de las mujeres que decidirán ser madres por sus convicciones, sino por temor a un castigo terrenal.
El presidente Trump necesita asegurarse un resultado electoral contundente en 2026 para continuar con su proyecto de transformación estructural y considera que el apoyo de las iglesias es muy importante, recurriendo al apoyo de las tendencias conservadoras, simultáneamente apoya el desmantelamiento del Estado del que se ocupa la “motosierra” de los grandes empresarios que no desean ninguna regulación en sus negocios, a esto debemos agregar el odio a los extranjeros, la preocupación por “cerrar” el país a quienes creyeron en el “sueño americano”.
Un estudio de la composición religiosa del Congreso de los Estados Unidos muestra que sólo un representante se define como no creyente. La explicación de Pew Research Center es que la mayoría de los incrédulos son jóvenes y por ello no han podido llegar a altas esferas políticas. La pregunta sería que sucederá en la sociedad norteamericana cuando los “nones” se instalen en las esferas del poder, agudizando y evidenciado un relevo generacional con resultados imprevisibles.
Probablemente se podrían resolver y evitar muchos conflictos si las generaciones más maduras, tuvieran la actitud de diálogo y comprensión hacia las nuevas generaciones. ¿Será posible? Recordemos el dicho popular de que “cuando el panadero es malo, le echa la culpa a la harina”.
Doctor en antropología. Profesor investigador emérito ENAH-INAH