Abril: ramos, árboles floridos y recuerdos de luchas en El Salvador.

Por: Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa.

Los abriles terminan los días secos y son la antesala de las lluvias en El Salvador. Con frecuencia la Semana Mayor o Santa cae en abril y es cuando en la tradición católica sucede el Domingo de Ramos y los árboles autóctonos se hacen ramos de vistosas flores, el Maquislishuat y el Cortez Blanco, para mencionar dos de nuestros estandartes naturales de belleza.

El 2 de abril de 1944 fue Domingo de Ramos y ese día hubo rebelión y coraje del pueblo salvadoreño para decirle basta ya a un dictador, Maximiliano Hernández Martínez que, a raíz de ese alzamiento, tuvo que salir unas semanas después, el 9 de mayo, de la presidencia que había usurpado por 13 años. Un eslabón sangriento más de los que se compone nuestra historia política cargada de desmanes y también aciertos.

Por varios motivos familiares esas fechas me llevan a mi primera infancia: la calle por donde se fue Martínez, la fotografía de un señor con barba, El Dr. Arturo Romero, que estaba pegada en uno de los pilares de mi casa, y un compañero de estudios en mi niñez cuyo padre fue fusilado por el gobierno de Martínez, junto a muchos otros patriotas civiles y militares, por haber desafiado su supuesto eterno poder,

Mi casa estaba ubicada en la 4ª calle de Santa Tecla, entonces la única pavimentada de la ciudad y que era a su vez la carretera interamericana con dos sentidos y por donde transitaban los pocos automotores de la época: carros particulares y vehículos de transporte público o de carga. Popularmente se le llamaba la “vía”, desde que esa carretera supuesta a unir a las Américas fue inaugurada en los años 1930 bajo el patrocinio del Gobierno de los Estados Unidos

Mi hermano Ernesto, 9 años mayor que yo, era un adolescente cuando cayó Martínez y él me fantaseaba, para darme envidia, que él vio pasar a Martínez cuando huía hacia Guatemala el 10 de diciembre de 1944. Lo propio de la ingenuidad de mi edad hacía que yo le creyera con cierta envidia. Al mismo tiempo ese hecho fue una de las vivencias que, desde muy niño, sembró en mí el interés por los asuntos políticos.

El Dr. Arturo Romero López, un médico con profunda vocación social, fue la sorpresa del alzamiento contra Martínez ese 2 de abril cuando hubo un destello de esperanza para un país mejor. Por su valentía se convirtió en “El Hombre Símbolo de la Revolución”, y a raíz de un atentado del que fue víctima, circulo una fotografía suya, barbado, que era recogida por la gente del pueblo como un emblema de redención y revolución que nunca acabó de llegar.

Mi padre pegó esa fotografía en un pilar de la casa y me acostumbré a ver el rostro y a familiarizarme con esa personalidad que nunca llegó a gobernante, pero quedó en la memoria popular como un héroe valiente y popular. Eso también agrandó mi interés temprano por la política.

Cuando en 1950 me matriculé en mi tercer grado en el Colegio Santa Cecilia, llegó como estudiante interno, un niño de mi edad llamado Julio Faustino Sosa. Por ser de Santa Tecla yo estaba en la sección de Externos. Julio Faustino y yo fuimos muy amigos y por él supe que su padre, el Mayor Julio Faustino Sosa, había sido fusilado por la rebelión del 2 de abril. Antes de enfrentar con hidalguía el pelotón de fusilamiento se secó la frente con su pañuelo y pidió que se le diera de recuerdo a su esposa. Eso se decía,

Los tres eventos en mis primeros años despertaron mi interés por ese dos de abril de 1944, sus antecedentes y secuelas, y para recordar que fui un niño de la segunda guerra mundial y que mis primeros juguetes artesanales fueron un tanque y un avión y que las primeras tonadas que mal canté decían “Hiroíto está llorando porque ya cayó Japón. Tin tin cayó Berlín, ton ton cayó Japón” o “Titina va a la guerra, montada en una perra”

Lo bueno es que también tengo recuerdos y vivencias actuales de palmas en ramos y árboles floridos.

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