Los vaivenes de Trump.

Por Guillermo Alvarado.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aprendió en estos días una importante lección que debería llamarlo a la prudencia, si eso es acaso posible en una personalidad donde la desmesura y el histrionismo exagerado parecen ser el estado natural.

Ya en concreto, el polémico magnate inmobiliario tuvo la oportunidad de enterarse que el mundo es como es, y no como a él le gustaría que fuese y que cualquier intento de cambiarlo por la fuerza traería necesariamente graves consecuencias.

Como se recordará, todo empezó cuando quiso imponer aranceles extraordinarios a las importaciones que Estados Unidos hace desde todos los países, con el argumento de que estaban abusando de la potencia norteña, cuando la historia ha enseñado que es exactamente al revés.

La semana pasada creó esa barrera comercial con un 10% para casi todos, incluidos sitios deshabitados, y tasas más altas para determinados mercados, entre ellos la Unión Europea en su conjunto, Vietnam y China, lo que creó una gran convulsión en el comercio internacional, con particular efecto en los mercados financieros, incluidos los estadounidenses.

El martes de esta semana, cuando los mercados seguían a la deriva, Trump aseguró: “sé qué demonios estoy haciendo” y el miércoles en la mañana publicó en sus redes sociales: “!CALMA! Todo va a salir bien”, pero nada en absoluto estaba yendo bien.

Finalmente, ese mismo día por la tarde el jefe de la Casa Blanca anunció una pausa de 90 días a sus aranceles, supuestamente “recíprocos”, a la mayoría de los países, excepto a China donde los elevó hasta 145 puntos, como respuesta a los 84 establecidos por el gigante asiático.

La echada para atrás de Trump tranquilizó un poco los mercados, pero no del todo. Al menos parece que quienes en su equipo sí saben de economía, lograron convencerlo de que se venía encima una crisis de grandes proporciones que devastaría todo a su paso.

La crisis principal, que no es la única, quedó centrada en dos potencias, Estados Unidos y China, y esta última ya demostró que no doblará las rodillas porque tiene la habilidad natural de diversificar sus mercados en breve tiempo.

Washington debería comprender que la suya es una cultura de algo así como 250 años, que no bastan para enfrentar a otra con una sabiduría acumulada durante más de cinco mil años.  Esperamos, en todo caso, que Trump haya aprendido que ser presidente de la potencia norteña no lo hace, ni de lejos, el hombre más poderoso del mundo.

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