CAMBIOS DE ERA, NO DE MODAS.

Por: MIGUEL BLANDINO.

Me parece que debe insistirse en la formación de un bloque o alianza, lo que hay quien llama ensamble.
En el país más chiquito de América hay en este momento una variante de la misma gata fascistoide revolcada de hace medio siglo, la misma de hace casi un siglo y, si me apresuran, de hace poquito más de dos siglos.
Por eso debe insistirse hoy como entonces en que se trata de la misma antigua oligarquía entreguista, o de su tiranía fascistoide, pro imperialista, o de gobierno servil no militar sino civil, pero con énfasis en la participación de los militares, y en que hay que volver a poner los ojos como antes en la Patria y en rescatarla de las manos extranjeras y de los traidores.
Siempre han sido los mismos protagonistas: el extranjero, el oligarca cipayo y las fuerzas armadas “nacionales”.
Desde que los llamados próceres de la independencia, encabezados por el cura y hacendado José Matías Delgado, fueron a los Estados Unidos y pidieron al gobierno estadunidense de James Monroe la anexión de El Salvador al país norteño, todos los distintos grupos oligárquicos y sus representantes gubernamentales han estado arrodillados y atentos a cumplir las exigencias de su amigo-amo.
Y, si nos fijamos bien, no se trata de un asunto que ocurre solamente dentro de las fronteras de nuestro territorio. Eso mismo está desarrollándose en otros territorios y a esta misma hora en varios países latinoamericanos. Gobiernos serviles, entreguistas, tiránicos y militaristas.
Exactamente lo que pasa en El Salvador está configurándose también en Ecuador y es hacia donde va encaminándose Costa Rica, en donde el partido de la prima de bukele va a postular como candidato presidencial al marido de la susodicha. Esa es la razón que explica la viajadera secreta y el viaje “oficial” del presidente usurpador salvadoreño a tierras ticas. Y esa es la razón que explica la repentina alza de la criminalidad y violencia en Costa Rica, que era llamada la Suiza centroamericana: necesitan delincuencia e inseguridad para que Costa Rica vuelva a tener ejército y militarice las calles y decrete estado de excepción, elimine las garantías constitucionales de sus ciudadanos, derribe los límites que las leyes y las instituciones ponen a los gobernantes y fulminen la democracia, la autodeterminación del pueblo y la soberanía sobre su territorio nacional.
Esa misma estrategia que Milei pretende llevar a todo su enorme país y que ya ocurrió en la provincia argentina de Santa Fe, en un la cual convirtieron en laboratorio de la criminalidad a Rosario -la tercera ciudad más grande del país- para copiar a bukele y militarizarla también. Veamos los pasos de la estrategia:
Primero se desacredita a los políticos (partidos incluidos) y a la política; luego se deja o se estimula la actividad criminal para generar violencia; después se culpa de inoperancia a las instituciones y las leyes y la constitución garantistas; se instala en el imaginario la idea de que los derechos humanos defienden criminales y que las víctimas están desamparadas por culpa de las leyes, las instituciones y jueces, para, finalmente proponer al salvador que va a resolver todos los problemas , alguien “nuevo” y sin pasado político (¡¿como bukele o como Milei? ¿Sin pasado partidario?!)… y sin robar porque como son ricos no necesitan ni siquiera cobrar un salario (¿bukele rico, Milei rico?, ¿antes de ser gobernantes?, ¿De dónde?).
En Ecuador, sí, es cierto que Noboa es rico desde que nació, porque la familia ha tenido a su cargo el traslado de la cocaina y el lavado del dinero del crimen organizado internacional -especialmente de la mafia albanesa, aunque no exclusivamente-. Pero el presidente de Argentina y el de El Salvador tuvieron que robar bastante para volverse ricos aprovechando el cargo.
Han creado el problema de la violencia y han creado su “solución”: la militarización de las sociedades de sus respectivos países.
Sin embargo, nada de eso es coincidencia ni ocurre solo por pura chiripa.
Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundiales, los mandamases estadounidenses pusieron en funcionamiento las leyes contra el enemigo en tiempos de guerra, con sus correspondientes campos de concentración y el posterior destierro de todos los “enemigos”. Agarraron a los chinos, japoneses, alemanes y a los “no sos, pero parecés”, los metieron en jaulas, les robaron sus propiedades, sus vidas, y los expulsaron sin derechos ni dignidad.
Simultáneamente, los Estados Unidos formaron las dictaduras militares en casi todo nuestro continente -menos en México donde en ese periodo los presidentes comenzaron a ser civiles-, y prácticamente en todos estos países formaron a los militares en la Doctrina de Seguridad Nacional, escuela de tortura incluida, facilitaron la corrupción y no sometieron a las oligarquías a una era de obediencia ciega a los mandatos del imperio. Dicen los enterados que es que porque el imperio ya sabía que al final de la Segunda Guerra todos sus rivales imperiales iban a estar destrozados y comiendo de su mano.
Forzó la liberación de las colonias y convirtió esos territorios “libres” en sus fuentes exclusivas de materias primas y a todo el mundo en comprador de sus mercancías y en solicitantes de deuda en dólares.
Abatió las barreras arancelarias y promulgó el libre mercado.
La isla-continental se convirtió realmente en un patio trasero y sus asuntos en cosa doméstica. “In God we trust” nunca tuvo mejor explicación. Por supuesto que confiaban en su dios, el del poder económico y, sobre todo militar, porque eran la base firme de su poder político.
La Doctrina Monroe de “América para los Americanos” se proclamó hace doscientos dos años.
Esa misma doctrina es la que hoy reivindica Donald Trump.
El vacío de poder que dejaron España y Francia en América quería llenarlo la potencia en potencia. Pero todavía no podía. Inglaterra, que sí podía porque era “el imperio en el que nunca se ponía el sol”, había sido derrotada en el norte del nuevo continente y no tenía ninguna seguridad de vencer si regresaba por sus fueros. Era el interregno.
Eso estaba pasando en 1823: con las independencias en el continente, un nuevo orden mundial se comenzaba a configurar y el país aspirante a ser el siguiente imperio después de Inglaterra, los Estados Unidos de América, comenzó a imaginar al resto del suelo de América como una isla enorme.
Sabían que el viejo orden mundial estaba agotado, aunque todavía no había muerto. Pero las contradicciones entre las antiguas potencias coloniales mantenían agotados a los reinos de la vieja Europa, sumida en guerras internacionales y guerras civiles. Entonces el Presidente James Monroe, al hablar ante el Congreso, el 2 de diciembre de 1823, retomó las palabras de su Secretario de Estado, John Quincy Adams (“the American continents by the free and independent condition which they have assumed, and maintain, are henceforth not to be considered as subject for future colonization by any European power.”), con las cuales perfiló la idea de que nuestras naciones, nuevas e inermes, tienen que ser súbditas suyas y nuestros territorios el patio trasero de los Estados Unidos.
Nos catalogó como el contenido de su esfera de influencia, promovió la no intervención de potencias europeas en el continente y rechazó cualquier pretensión de retorno de la colonización.
Era un cambio de época. El final de las colonias europeas en el continente americano y el inicio del sentimiento de los Estados Unidos de ser un imperio en potencia.
Pero los Estados Unidos todavía no eran una fuerza naval ni tenía soldados suficientes para desplegarlos por los antiguos virreinatos españoles.
Francia estaba derrotada y Napoleón estaba muerto.
Inglaterra era una potencia industrial, sus bancos gobernaban con la Libra y por medio de los préstamos, su fortaleza comercial superaba a todos y, gracias a ello, era el imperio reinante y lo sería por el resto de ese siglo.
Más adelante, un par de décadas después de aquel discurso de Monroe, un columnista apellidado O’Sullivan escribió un artículo en el que explicaba que la providencia había designado para los Estados Unidos un “destino manifiesto”, según el cual era su derecho conquistar toda la tierra del continente americano.
Esos eran los elementos fundamentales de la ideología que les empujó a exterminar a los aborígenes y a invadir sus tierras para arrebatárselas y lo que les permitió auto justificar sus guerras de conquista de territorios mexicanos o la guerra filibustera en América Central por parte de los esclavistas de Walker y las posteriores invasioknes del ejército gringo para construir el canal interoceánico en Nicaragua o forzar la independencia de la provincia norteña de Colombia, llamada Panamá, entre otras del siglo XIX.
La era estaba pariendo -no un corazón como decía el maestro Silvio Rodríguez- ni más ni menos que el parásito ponzoñoso más grande de la historia.
Hoy, ese parásito gigante y mortífero se encuentra con el desafío de un imperio milenario que quiere volver a ser el país del centro del universo.
A los dueños de los Estados Unidos les urge atrincherarse en su último reducto. Han puesto a sus peones más fieles y ambiciosos a cavar la trinchera, a asegurar su refugio, lejos de China.
Milei, Noboa, bukele y otros menos descarados pero igual de sinvergüenzas van a hundirse con Donald Trump.
Serán como aquellos cadáveres calcinados del avión que se estrelló: estaban todos abrasados y abrazados al más grande.

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