Por: TOÑO NERIO.
He insistido por años en señalar que El Salvador es de nueva cuenta un laboratorio de los Estados Unidos para poner a prueba sus políticas para el resto del mundo.
Recuérdese que en 1946 los Estados Unidos abrieron la Escuela de las Américas en Panamá para preparar en ella a los militares de todos los países del continente en tácticas y estrategias de contra insurgencia anticomunista, donde enseñaban con especial cuidado los más refinados y crueles métodos de tortura.
Paréntesis necesario: Miguel Ángel Asturias pudo por fin publicar su obra titulada El Señor Presidente, también ese año de 1946, después de trece años de censura que impidieron ponerla en la imprenta. Es fiel testimonio de la tiranía y del gobierno despótico que tortura a su pueblo hasta volverlo imbecil y dócil como el personaje del Pelele que, sobreponiéndose a su minusvalia, es capaz de un crimen atroz. Pero más que testimonio de la dictadura pasada, Asturias describe las que estaban por nacer o apenas esbozadas.
Los frutos de la enseñanza de la Escuela de las Américas se recogieron muy pronto en El Salvador.
Durante los años de gobierno del Teniente Coronel Óscar Osorio (1950-1956) se ejecutó en el pequeño país una política de “cero criminalidad”. Para cumplir con esa meta se hicieron batidas en las que participaron agentes de las policías municipales, nacionales y soldados del ejército.
Recogieron de las calles a los mendigos, prostitutas, carteristas, raterillos oportunistas, borrachos consuetudinarios y a cualquiera que les pareciera o supusieran que era delincuente. Los hombres armados tenían que cumplir con una cuota diaria de presos.
Todos los detenidos fueron desaparecidos.
Roque Dalton cuenta en su Monografía El Salvador (1963) que aquellos pobres desgraciados que eran llevados por la “autoridad” (así les dicen los salvadoreños a los hombres uniformados del gobierno) no volvían a ser vistos porque sus cuerpos torturados y mutilados eran arrojados al Río Lempa, donde los animales del mar daban buena cuenta de aquellos indefensos hombres y mujeres pobres que murieron sin que un abogado pudiera defenderles en el salón de la justicia. Solo fueron ejecutados.
Uno de los torturadores era el Teniente José Alberto (el Chele) Medrano, ex alumno de la Escuela de las Américas, fundador en 1962 de la Agencia de Seguridad Nacional de El Salvador (ANSESAL) y en 1965 de la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) -incubadora de los escuadrones de la muerte- con el apoyo de Estados Unidos.
El Salvador fue laboratorio de la Doctrina de Seguridad Nacional que los Estados Unidos iba a aplicar en todo el continente mediante la guerra sucia.
Más tarde, en El Salvador se experimentaron en la práctica las novedosas teorías de las estrategias de la llamada Guerra de Baja Intensidad (GBI). Estas teorías fueron concebidas por los científicos sociales y militares del alto mando estadounidense después salir derrotados en la Guerra de Vietnam, Laos y Kampuchea. Era una nueva forma de guerra de contra insurgencia que combina la lucha con fines políticos, sociales, económicos y psicológicos e incluye presiones diplomáticas y económicas combinadas con operaciones psicosociales, terrorismo y ataque a objetivos selectivos y masivos, desde atentados contra individuos hasta operaciones de tierra arrasada.
Y cuando la Guerra Fría llegó a su fin en 1989, los Estados Unidos forzaron al gobierno de El Salvador para dialogar y negociar el final de la guerra civil en un laboratorio de solución pacífica de conflictos que luego fue presentado como modelo al mundo entero.
Pero también fue en El Salvador donde se implementó el laboratorio de las más profundas reformas constitucionales, legales e institucionales neoliberales que después fueron exportadas a todos los países de la región por los diferentes gobiernos republicanos (Bush I y Bush II) y demócratas (Clinton y Obama) de los Estados Unidos.
No veo cerca otro laboratorio donde la población entera sea sometida una y otra vez a los experimentos estadounidenses que necesitan sociedades enteras como conejillos de indias. Y siempre con la -iba a decir connivencia, aquiescencia, asentimiento o confabulación del gobierno- de los que internamente detentan el control de la mayoría desarmada. Pero no. Esos no son consultados, ni les preguntan si están de acuerdo. Solo les ordenan, les dicen lo que deben hacer, y estos miserables siervos obedecen sin rechistar.
En 2001, cuando China fue admitida como miembro pleno en el seno de la Organización de Comercio (OMC), el gobierno de El Salvador no dijo ni tus ni mús. Simplemente miró hacia el norte y como los Estados Unidos no fijó una postura de oposición, callaron prudentemente, aunque no reconocían a la República Popular China sino a la isla rebelde de Taiwán como su socio que mantenía bien atiborradas las billeteras de los gobernantes gracias a su diplomacia del dólar.
Años después, incluso, un gobierno de izquierda rompió relaciones con Taiwán y las estableció con la República Popular China, sin que los Estados Unidos rezongaran.
Era 21 de agosto de 2018, cuando ambos gobiernos hicieron el anuncio de su rompimiento de relaciones diplomáticas y simultáneamente el gobierno de El Salvador dio a conocer ese mismo día que Carlos Castañeda, Canciller, y Medardo González, Primer Designado a la Presidencia y Secretario General del partido gobernante estaban en la capital china para establecer formalmente las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Trump sabía de buena fuente que no había problema porque el siguiente año el nuevo gobernante sería uno de su absoluta confianza.
Tal vez la falta de reacción del gobierno de Donald Trump se debía a que ya sabía que el gobierno izquierdista tenía las horas contadas.
El 19 de septiembre de 2018 el ultra derechista partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) había cambiado sus tradicionales colores naranja al turquesa y sustituyó las siglas de su nombre por una golondrina negra del partido de la familia bukele.
Aunque bukele había dicho públicamente que el único partido con el que jamás caminaría ni a la esquina era GANA y, por su parte, GANA prácticamente ya tenía asegurado su propio candidato para las elecciones internas presidenciales -el popular alcalde de San Miguel, Will Salgado- quien se había inscrito el 25 de julio, pero quien sospechosamente renunció tres días después, el 28, a última hora, a la media noche del último día, para dejarle libre el puesto a bukele.
Ambos, partido e individuo, acordaron deshacerse del candidato inscrito con anterioridad e inscribir definitivamente a bukele.
Meses antes, en su pataleta para que el partido de izquierda lo inscribiera como su candidato presidencial, ante la negativa y el llamado de sus dirigentes a que tuviese paciencia y continuara al frente de la Alcaldía de San Salvador, bukele había dicho “¡No, tiene que ser ahora o nunca!”.
Palabras crípticas, misteriosas, extrañas, sobre todo siendo expresadas por alguien que presumió siempre de ser un joven en medio de puros ancianos.
Incomprensibles palabras si se le estaba garantizando que tenía la confianza de esos ancianos y la promesa de que le reservaban el puesto para cuando tuviera más experiencia y mayor madurez emocional.
Rara urgencia y muy llamativas pataletas de desesperación por tener ya la candidatura. Era para esa elección o para ninguna. El tiempo era decisivo.
¿Acaso había un plan oculto? ¿Alguien le exigía conseguir una candidatura?
Por fin, aunque a las malas, bukele había conseguido ser expulsado del partido de izquierda para poder inscribirse con cualquier taxi que quisiera llevarlo. Y ya estaba montado en el de la ultraderecha.
Millones de dólares mediante, meses más tarde, bukele resultaba ganador en una más de las elecciones limpias que por sexta vez se realizaban en El Salvador desde la posguerra.
El 3 de febrero de 2019 ganó las elecciones y un mes y diez días después estaba dirigiendo su discurso ante el pleno de la ultraderechista Fundación Heritage que a propósito de la visita del presidente electo publicó en su página oficial www.heritage.org: “Su elección se produce en un momento oportuno para las relaciones entre El Salvador y Estados Unidos.”
“Momento oportuno” es la clave del artículo.
¿Sería eso mismo a lo que bukele se refería cuando gritaba que era ahora o nunca? ¿Puras coincidencias?
El joven “izquierdista”hablaría ante la complacencia del pleno ultra derechista, que en la invitación al evento decía:
“Acompáñenos a escuchar la agenda de reformas del presidente electo para El Salvador. Fiel a su lema de campaña, «Cuando nadie roba, hay dinero suficiente», Bukele hablará sobre sus planes para combatir la corrupción. También hablará sobre sus políticas para fortalecer el Estado de derecho y fomentar el crecimiento económico. Su agenda incluirá profundizar y ampliar la cooperación con Estados Unidos.”
Y habló, además, contra China en el mismo momento que Trump atacaba a Xi Jinping.
Raro, ¿no?. ¿Casualidades?
El tiempo pasa volando y el 26 de septiembre de 2019, a menos de cuatro meses de haber asumido como presidente constitucional, bukele se tomó una foto en el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), y dijo que en un instante todo el mundo lo vería sonriendo y que nadie vería nada de lo que estaba ocurriendo en las sesiones en aquella Sede, porque todo eso era obsoleto. Y que ni siquiera tendría que hacer ningún gasto adicional, mientras que el aparato burocrático de las Naciones Unidas tiene que gastar miles de millones en campañas inoperantes.
“El mundo está cambiando, pero la ONU no se está adaptando a los nuevos tiempos y debe de hacerlo o desaparecerá como lo hicieron los dinosaurios” afirmaba ese día bukele.
Ese día propuso un concurso mundial juvenil para que desde sus teléfonos móviles los muchachos y las muchachas votaran en las redes sociales por las nuevas ideas que ofrecieran soluciones para acabar con los problemas del mundo.
¡Guau! Hasta el último de los simples mortales abrió la boca y dijo “¿cómo no se me había ocurrido? ¡Qué estúpidos son los adultos que no tienen imaginación! ¡Y tan caro que es mantener a tanta gente inútil!”
Esa primera comparecencia ante la Asamblea General de la ONU estaba en línea con la declaración del 1 de junio de 2017 cuando Donald Trump retiró a los Estados Unidos del Acuerdo de Paris. El mencionado acuerdo global es el que implementa los objetivos de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y que los negacionistas rechazan porque prefieren continuar depredando el planeta si eso les da muchas ganancias.
Cuando bukele se lanza una y otra vez en contra del sistema de las Naciones Unidas y violenta las relaciones internacionales, destruye la institucionalidad democrática y la legalidad y normas constitucionales dentro de las fronteras de El Salvador se comporta como un pequeño Donald Trump quien tampoco reconoce a las instituciones de su país y ataca a cualquiera que lo contradice.
Ambos son el ariete con el que el gran capital se resiste a ceder su lugar de preeminencia frente a un mundo que viaja aceleradamente hacia la multipolaridad.
El imperio estadounidense va a intentar seguir torpedeando al mundo para someterlo. Para ello va a continuar usando a sujetos de la calaña de los bukele como su ariete.