(Por: Rafael González Morales)
El pasado 18 de junio, Donald Trump lanzó oficialmente su campaña de reelección para la presidencia de Estados Unidos. En términos prácticos, el mandatario ha estado en busca de reelegirse desde su primer día en la Casa Blanca, lo que ha sido una obsesión política que ha confirmado públicamente en declaraciones y entrevistas a los medios de prensa. Desde hace meses ha estado enfrascado en preparar su equipo de campaña, en la recaudación de fondos y en mantener energizada a lo que considera su base política de votantes.
El lugar seleccionado para el lanzamiento fue el estado de la Florida. Empezar por este territorio constituye un mensaje claro de su importancia estratégica en las pretensiones electorales del mandatario. En esencia, sus cálculos políticos evidencian que ganar la Florida le facilitaría el camino hacia la reelección. Por lo tanto, requiere nuevamente del apoyo de dos senadores republicanos Marco Rubio y Rick Scott, quienes han consolidado sus vínculos con Donald Trump. Como parte de la estrategia, dos sectores resultaran claves dentro del electorado: los cubanos y los venezolanos americanos, lo que sugiere un eventual reforzamiento de la retórica y las medidas coercitivas contra los gobiernos de Cuba y Venezuela.
Durante el discurso, Trump empleó su típico lenguaje plagado de grandilocuencia, excentricidades y mentiras. Se presentó como el «salvador» de la nación americana en apenas dos años y unos meses al frente del gobierno, enfatizó que estaba siendo objeto de una «cruel persecución política» y realizó fuertes críticas a sus rivales demócratas. Su intervención fue un gran espectáculo político sin contenido ni un programa claro de cómo considera conducir el país en un eventual segundo mandato. Como parte de sus mecanismos de manipulación y tratando de presentar algo novedoso, explicó que ya él había logrado hacer «América grande otra vez», por lo que hacia el futuro correspondía: «Mantener a América grande».
Su intervención se inició con un mensaje a los asistentes al evento: «Florida es mi segunda casa, pero si quieren saber la verdad de muchas formas es mi primera casa». De esta manera simplona, trataba de congraciarse con una multitud seleccionada y seguidora de sus ideas conservadoras. Insistió en que la base de su apoyo no es por una campaña sino que fue capaz de crear todo un «movimiento a nivel nacional». Este último tema, es objeto de un intenso debate. Algunos plantean que el mandatario solo ha cautivado a sectores frustrados que lo siguen en dependencia del cumplimiento de sus promesas electorales. Otros plantean que estamos viviendo la «era del trumpismo» que es casi darle categoría de un sistema de creencias y convicciones fuertemente arraigadas. Independientemente de esta polémica, lo cierto es que a Trump le conviene colocar en la mente del electorado que está respaldado por todo un movimiento amplio y sólido.
En un segundo momento de sus pronunciamientos, se centró en resaltar sus supuestos «grandes logros». Resaltó que fue capaz de restaurar un establishment corrupto y quebrado. Insistió en que el país está floreciendo y prosperando como nunca antes y llegó a afirmar: «nuestra economía es la envidia del mundo, quizás la más grande economía que hemos tenido en la historia de nuestro país. Nuestro futuro nunca ha sido más brillante». Como colofón a este segmento de autocomplacencia sin límites dijo que el llamado sueño americano estaba regresando más grande y más fuerte.
Posteriormente, insistió en presentarse como una víctima al señalar que ha sido objeto de la cacería de brujas más grande la historia política de Estados Unidos. Enfatizó en clara referencia al Partido Demócrata: «ellos intentaron ilegalmente revertir los resultados de la elección, espiar en nuestra campaña y subvertir nuestra democracia». Criticó fuertemente la designación de un fiscal especial para indagar sobre sus supuestos vínculos con los rusos y explicó que durante los dos años de investigación se habían generado 1.4 millones de páginas de documentos, fueron entrevistados 500 testigos, 2 800 citaciones judiciales y 40 agentes del FBI trabajando en el caso. Concluyó afirmando: «los demócratas fueron tras mi familia, mis negocios, mis finanzas y mis empleados». Esta estrategia de victimizarse está calculada milimétricamente y funciona en determinados sectores de votantes. No obstante, su objetivo fundamental es crear las condiciones para defenderse públicamente ante un eventual escenario de impeachment presidencial.
Otro de los propósitos de su intervención fue criticar fuertemente a los demócratas. Es el recurso de ubicar a sus rivales en un extremo político haciéndolos parecer desconectados de la vida política de la nación. Dentro de los temas de política interna, insistió en que están construyendo el muro y afirmó que tendrá 400 millas al final del próximo año. Como parte de sus posiciones fuertemente antiinmigrantes enfatizó: «pueden imaginarse ustedes esas caravanas sin tener una barrera. Este país sería una locura que ustedes no podrían imaginarse. El muro es bello, yo cambié el diseño es más fuerte, más grande, mejor y más barato». Se promovió como uno de los mandatarios a lo largo de la historia que ha logrado los mejores índices de empleo, la reducción del delito y el desempeño exitoso de la economía.
Como no podía faltar, aprovechó la oportunidad para criticar a los gobiernos de Cuba y Venezuela en el área de los derechos humanos y las libertades.
En ese momento y como muestras de quienes están manejando la política hacia América Latina en esta Administración, dijo: «gracias Marco Rubio, gracias Rick Scott». Se anticipa una contienda en la que se promoverá por parte de Donald Trump el odio y la perversidad sin límites. Todavía falta un largo camino hasta el martes 3 de noviembre del 2020 cuando se decida quién será el próximo presidente, pero cada momento de este proceso es clave por sus implicaciones no solo para Estados Unidos sino para la comunidad internacional.