(Por: Francisco Parada Walsh)
Es inmensa. Es eterna. Siempre he atesorado documentos, objetos antiguos que tengan historia; será el sueño de muchos coleccionar finos vinos, será mi sueño tomarme esos vinos que en vano limpian mis venas.Mi hígado y el alma son las cavas o ánforas donde guardo las sonrisas que desataron esos baratos vinos; fue así que decidí coleccionar los olvidados tapones, cada uno tiene vida propia, cada tapón llora, ríe, duerme, se desvela; algunos se deprimen cuando saben que pasarán el resto de sus vidas en un botellón de vidrio, quizá les gustaría algo de fama, acompañar a algún rico propietario en una comilona de ricas viandas y no sufrir migrañas intratables pues cuando les trepano el cerebro puedo notar el fastidio, el hartazgo ya que ese barato vino acompañará una comida sencilla, platos populares como lo es una libra de fritada, chicharrones, queso con loroco, chanfaina.
¿Qué si hacen un perfecto maridaje?: Poco me importa esas relaciones fieles o infieles ya que lo que deseo con toda el alma es que ese vino cautivo cautive mis neuronas chamuscadas por tantos taninos; mis invitados de honor son dos gatos bandidos que de a poco saben que cuando escuchan ese inmortal ¡plop! Habrá buen buque, buen faje y con toda humildad esa tertulia se convierte en divina pues siempre los once apóstoles bajan a disfrutar de comidas terrenales que poco se ven en el cielo; ya al calor de varios litros de vino y tapones que atentos escuchan nuestras peroratas les pregunto a Simón y a Judas Iscariote qué se come y se bebe en el cielo, es Judas el más parlanchín, mientras rellena una tortilla con queso con loroco y se zampa una buchada de vino me dice: “No debería estar acá pero estos manjares no se ven allá abajo, perdón, allá arriba, estoy tan aburrido de esa perfección que por estos chicharrones entrego nuevamente al mero mero, allá todo está en un orden que no podes hacer nada mi amigo, la comida no existe pues nadie trabaja, muy cielo puede ser pero a la vez es un infierno”.
La velada termina, le pregunto a Simón si le puede llevar saludos a mi madre celestial y su respuesta es la misma de siempre: “Simón”; Judas y Simón se ponen las alas mientras se chupan los dedos, meten en unas alforjas unas botellas de vino, los chicharrones sobrantes y revolotean las alas, se despiden con un fuerte apretón de alas y enrumban camino hacia el cielo; llega el momento de la soledad nuevamente, esa soledad que a ratos me gusta, que a ratos me encanta y a lo lejos puedo ver una sonrisa disimulada en cada tapón, quizá les pareció gracioso las ocurrencias de Judas pero a la vez hay un dejo de tristeza, saben que serán confinados como prisioneros en el tiempo a un campo de concentración que es un jarrón donde unos y otros se apretujan, algunos se saludan, todos estuvieron en el mismo oscuro baúl donde los guardo temporalmente; será mi alma y mi hígado el destino final y eterno del vino que en vano limpia mis venas. Es otro día.
Mi fiesta sigue, después de la confesión de Judas debo aprovechar mi corto paso por el planeta Tierra Roja, fijo la mirada en una caja de cartón que dice Clos de Pirque, el tapón me sonríe, sabe que su aburrimiento terminará, quizá por unas horas; aparece una lata de anchoas, unos mejillones gratinados con queso y amor, unas colas de langosta; el tapón se frota las manos, sabe que han caído algunos reales que no son pavos, el tapón no puede evitar mostrar su felicidad, ya los gatos se relamen los bigotes, empieza otro duelo a vida entre el vino y mi alma. Los dos son ganadores, nunca hay un perdedor.