Por: Pascual Serrano
El pasado 15 de enero una adolescente de 17 años murió atropellada en la carretera M-117 en la localidad de Fuente el Saz de Jarama, al norte de Madrid. Parece que los vecinos eran conscientes de que algo podía pasar y estaban muy preocupados por las condiciones de peligrosidad de ese tramo de carretera, sin arcén y con apenas luminosidad. Según difundieron algunos medios miles de vecinos habían apoyado una campaña de recogida de firmas en change.orgexigiendo a la Comunidad de Madrid que mejorara las condiciones de esa vía. Por su parte, la Comunidad de Madrid afirma no haber recibido ninguna petición al respecto.
Estamos ante una de esas campañas de firmas en internet mediante las cuales muchas personas bienintencionadas creen participar en un activismo con el que puede resolver problemas sin demasiado esfuerzo. Todos firmaron en un portal de internet pero quizás nadie dirigió un escrito a la Comunidad de Madrid, ni a los responsables de Tráfico, ni a los grupos de la oposición para que les apoyaran si consideraban que el gobierno de turno no atendía sus demandas. Quizás tampoco se dirigieron a la prensa para presionar a los cargos oportunos. Por supuesto, no habría manifestaciones ni concentraciones de protesta, ya se habían “movilizado” firmando en internet.
He mirado en change.org y hay al menos dos campañas de recogidas de firmas, cada una con miles de adhesiones. Son escritos que dicen que se entregarán a la presidenta de la Comunidad de Madrid, no se sabe cuánto tiempo llevan colgados recogiendo firmas, no hay información que aclare si se ha enviado al gobierno madrileño o a alguna autoridad. Simplemente la petición está ahí colgada, la gente entra, la lee, firma y ahí queda.
Uno de los efectos estúpidos de internet y las redes sociales es hacernos creer que estamos participando en la toma de decisiones (empoderando llaman algunos) cuando solo estamos entrando en un portal que está ingresando dinero por publicidad con nuestros clicks y de poco sirve lo que “votemos”. Por no hablar de asuntos sobre los que, en mi opinión, no correspondería la participación ciudadana, y que también son objeto de campañas en internet.
Se recogen firmas para pedir financiación para determinados proyectos de investigación médica, como si los firmantes supieran si es mejor destinar recursos a una investigación de la Universidad de Sevilla sobre el cáncer de páncreas o a otra sobre el glaucoma en el Hospital Clínico de Madrid. Y los ciudadanos haciendo su propia campaña entre su entorno en las redes sociales.
Cuando la jueza de la Audiencia Nacional Carmen Lamela envió a prisión preventiva a Jordi Cuixat y Jordi Sánchez se abrió una campaña en change.org para pedir su inhabilitación como jueza, como si los jueces se nominaran o expulsaran en una votación popular como las de Operación Triunfo o Gran Hermano.
Desde las plataformas de firmas se ponen en marcha, con gran apoyo y difusión ciudadana, campañas para que metan en la cárcel determinado acusado o dimita el presidente de cualquier país.
Hace unas semanas, en uno de mis grupos de WhatsApp, bajo la bandera de la defensa de la escuela pública, se pedía que votáramos en internet a un determinado colegio público para la concesión de un premio de “markenting educativo” que concedía un banco. La votación, organizada por el propio banco, ni siquiera era vinculante, pero servía para publicitarse tanto la entidad como su fundación y su supuesto desvelo por la educación. Por supuesto, nadie se planteaba qué significa el “marketing educativo” para una escuela pública.
El sistema de participación ciudadana por internet permite entretener a la gente en causas absurdas en detrimento de movilizaciones por motivos más necesarios. Así se consigue que 145.000 personas voten para que se incluya un pueblo de 77 habitantes en un nuevo Monopoly. ¿Se imaginan esas 145.000 personas movilizándose para que mejoren la carretera de ese pueblo, el colegio o la asistencia médica?
Los mecanismos del poder para entretener o desmovilizar son muchos, pero el más exitoso de todos es cuando consiguen desmovilizarnos mientras creemos que estamos luchando.
(Tomado de Público)