Pionero del ballet en El Salvador recuerda a Alicia Alonso: «No se me borra su perfume»

Al artista Rossemberg Rivas jamás se le olvida el 4 de enero de 2010: aquel día —sin proponérselo, pero anhelándolo— el más universal de los creadores salvadoreños conoció en La Habana a la leyenda cubana del ballet, Alicia Alonso.

«Es una fecha que no se me borra, ni su perfume o sus palabras», confesó el artífice de la marca Universo Rossemberg, al relatar su primer encuentro con la prima ballerina assoluta, quien falleció el pasado 17 de octubre en La Habana, a los 98 años de edad.

Autor del vestuario en vistosos shows del Cirque du Soleil, el Carnaval de Río de Janeiro o el mítico cabaret Tropicana, el diseñador de espectáculos compartió con la historia de la promesa que hizo —y le cumplió— a la fundadora del Ballet Nacional de Cuba.

Ocurrió hace casi una década, tras una presentación del ballet Giselle en el Gran Teatro de La Habana, el antiguo García Lorca que el Gobierno de Cuba decidió rebautizar en 2015 como Gran Teatro Alicia Alonso, para reconocer la impronta mundial de la artista.

«El aroma de Arpège de Lanvin, el perfume preferido de Alicia, lo gobernaba todo… y yo anonadado, sin un alto en mi crescendo emocional y ya convertido en una empapada esponja marina, con mis palmas frías y mis rodillas titilantes», evoca Rossemberg, quien también fue un pionero del ballet en El Salvador.

De hecho, fue uno de los pocos varones que estudiaba en la escuela de danza Morena Celarié, de El Salvador, una nación lastrada por la guerra civil, los prejuicios y el machismo, y entre técnicas y coreografías, aprendió también de la legendaria escuela cubana del ballet.

Rossemberg le llevaba a Alicia un refajo en índigo que diseñó especialmente para su ídolo, teñido sobre un lienzo salido de los telares con palanca de San Sebastián con el añil ancestral que llegó a ser el «oro azul» de El Salvador, botones esculpidos en madera de la mística ceiba maya, y blancas costuras hiladas por maestros tejedores de Santiago Texacuangos.

«Madame, tenga a bien recibir este humilde pero profundo obsequio desde todos los artistas de mi tierra», le dijo el artista, todo emoción, y la respuesta de Alicia lo derribó: “El Salvador, el único país de América Latina donde nunca se ha presentado el Ballet Nacional de Cuba”.

En ese instante Rossemberg sintió una vergüenza propia y ajena, y pensó en cuánto contacto con la cultura universal había perdido su país por orgullos arcaicos que no le restaban a la diplomacia, si no a la educación de los salvadoreños.

De hecho, las relaciones entre El Salvador y Cuba habían sido restablecidas apenas seis meses atrás, como la primera medida en política internacional adoptada por el gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, izquierda).

Justo eso atinó a decir Rossemberg: «acaba de abrirse el consulado de El Salvador en Cuba, ya verá que pronto nuestras culturas se estrecharán como se debe», y Alicia lo invitó entonces a celebrar con ella su cumpleaños 90, como su invitado de honor al Festival Internacional de Ballet de La Habana.

Comenzó a tejerse entonces una amistad impulsada por la admiración y el trabajo duro, y Rossemberg dejó de ser un turista ocasional para pasar cada vez más tiempo en Cuba, donde fue el primer extranjero a cargo de diseñar el vestuario del maratónico show del Tropicana, considerado el Moulin Rouge del Caribe por su espectacularidad y glamour.

Al frente de Universo Rossemberg, la marca que fundó hace 16 años, el creador puso su talento al servicio del Ballet, la Ópera y el Circo Nacional de Cuba, y participó en la histórica pasarela de la emblemática casa francesa de modas Chanel en La Habana, en 2016.

Aquella colaboración tuvo su coronación en marzo de 2017, cuando el Ballet Nacional de Cuba —con Alicia Alonso al frente— llegó a El Salvador para una serie de presentaciones, que incluyó homenajes a la prima ballerina assoluta.

La Universidad de El Salvador le confirió entonces su título de doctora Honoris Causa a la artista cubana, y la Presidencia de la República la condecoró con la Orden del Libertador de Esclavos José Simeón Cañas, en el grado de Gran Oficial.

Aparte, Rossemberg quiso agasajar a Alicia y su compañía con una fiesta en la Hacienda de los Miranda, y en un aparte se acercó a su musa para decirle: «Madame, un día se lo dije en Cuba, y hoy el Ballet está aquí, en El Salvador. Misión cumplida».

Alicia le estrechó las manos, y le dijo con una sonrisa: «Su corazón está latiendo muy fuerte. Tiene que ver a un doctor, parece que se le va a salir».

 

 

 

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