En el 2019 se cumplen 150 años de la primera publicación de “Guerra y paz”, de León Tolstói, la cual se efectuó por entregas.
León Tolstói parece un personaje de novela; incluso, de novela de aventuras. Nacido en el seno de una familia noble —fue el cuarto de los cinco hijos del conde Nikolái Ilich Tolstói y la condesa Mariya Tolstaya—, ostentó el título de conde. Un día se le veía en la Guerra de Crimea, curando a enfermos o empuñando el sable; otro día, aburrido de la guerra, entregado a escribir como un poseso; al siguiente, renunciando a las letras, llevando vida de mujik y vestido como tal…
Lo recordamos ahora porque en este final de 2019 se cumplen 150 años del fin de la publicación por fascículos de Guerra y paz, que comenzó cinco años antes, cuando se recuperaba de una fractura de brazo, al caerse de un caballo en una jornada de cacería. Y también se cumple el mismo tiempo de la impresión de la primera edición del volumen completo.
Guerra y paz es una novela ambiciosa como pocas en la historia de la literatura. Quiso abarcar la existencia misma, la de un vasto grupo humano, el pueblo ruso, y sus relaciones con otros, en un momento histórico que precedió la caída del imperio. Narra las guerras napoleónicas de principios del siglo XIX, cuando ejércitos franceses invadieron Rusia y llegaron hasta la “ciudad sagrada”, Moscú; alude a las Revueltas Decembristas de 1825 y recorre casi cincuenta años de ese siglo convulsionado. Y lo hace con pasión y hasta con rabia, mostrando las debilidades y atrocidades humanas, entre estas las de Bonaparte.
A Tolstói le fue útil la experiencia en la guerra —la que después desdeñaría y abominaría— para dar realismo al vasto relato, a los enfrentamientos, a los momentos de tregua. Sabía bien qué hacían los soldados y las tropas en los momentos de tensa calma: jugar cartas y ajedrez, cepillar los caballos y hablar de mujeres. Asuntos que ayudaban a sobrellevar el suspenso mientras llegaba un próximo ataque.
La guerra está también en la vida cotidiana y en las relaciones entre los seres humanos, colmadas de malentendidos, mentiras y felonías. Y la guerra también es metafísica. En el libro de Tolstói se aprecia la tormentosa búsqueda interior de algunos personajes, es decir, ese debate entre lo que desean hacer y lo que deben hacer, o, simplemente, el dilema entre bienestar moral y felicidad.
Una novela, un mundo
En su columna Piedra de toque, publicada en El País el 23 de agosto de 2015, Mario Vargas Llosa confiesa:
“Tenía la falsa idea de que, si había que resumir Guerra y paz en una frase, se podía decir de ella que era un gran mural épico sobre la manera como el pueblo ruso rechazó los empeños imperialistas de Napoleón Bonaparte, ‘el enemigo de la humanidad’, y defendió su soberanía; es decir, una gran novela nacionalista y militar, de exaltación de la guerra, la tradición y las supuestas virtudes castrenses del pueblo ruso”.
Pero se dio cuenta de que “la novela de Tolstói tiene mucho más que ver con la paz que con la guerra”.
Todo esto podría decirse de otro modo: el autor, nacido en Yásnaia Poliana el 9 de septiembre de 1828 y muerto en Astápovo el 20 de noviembre de 1910, mostró que la paz no es ausencia de guerra, sino la vida misma que la incluye, así como incluye las fiestas, los amores, las quiebras económicas, las infidelidades, las diversiones, las frustraciones, las alianzas económicas y políticas, las desazones internas, las amistades, las traiciones…
Al leer esa historia narrada con la calma y el detalle propios del siglo XIX, obviamente no con la prisa de hoy, uno entiende que el más grande personaje que logra construir Tolstói es él mismo, aunque aparezca pintado con otras fisionomías y bautizado con otros nombres. Y, también, que esas guerras son alegorías de las que él libró a lo largo de su existencia, si nos atenemos a la entretenida biografía de este aventurero.
En el ensayo Cuál es mi fe, el escritor ruso dice:
“He vivido cincuenta y cinco años y, salvo los catorce o quince años de mi infancia, durante treinta y cinco años de mi vida he sido nihilista en el sentido literal de la palabra, es decir, que ni era socialista ni revolucionario, que es lo que generalmente se entiende por aquella voz; para mí, el nihilismo significaba la ausencia de toda religión.
Hace cinco años creí en la doctrina de Jesucristo y, de pronto, varió toda mi vida: dejé de desear lo que antes deseaba y empecé a desear lo que hasta entonces no había deseado. Lo que antes me parecía bueno, antojóseme malo, y lo que tuve por malo, lo consideré bueno”.
Dos personajes parecen representar al escritor en esta novela: el inteligente príncipe Andrés Bolkonski y el bondadoso Pedro Bessukhoff. Ambos dan estructura al relato. El primero se mueve en el campo de batalla como en su ambiente. Su carácter está gobernado por el pragmatismo, el materialismo y el nihilismo. El segundo es quien trae a la mente la imagen de ese Tolstói en su búsqueda espiritual, comenzada en la madurez. Su personalidad está dominada por el hedonismo, la irresponsabilidad, la vida mundana durante su juventud, en tanto que en su adultez se lanza en procura de la verdad por los caminos de la masonería, el cristianismo y la ética civil… Y así como Tolstói entendió que el secreto de lo trascendente reside en la simpleza y por eso se hizo agricultor, Besukhoff aprendió de un campesino, mientras fue prisionero de los franceses, Platón Karatáiev, que parecía santo e influyó en él tanto como los libros:
“Así es, amigo mío, el azar preside la suerte de las criaturas, y nosotros somos los que juzgamos, los que nos quejamos… Nuestra felicidad es como el agua de una nasa: la arrastran, está hinchada; la retiran, está vacía”.
Así le hablaba este hombre hasta dormirse. Y entonces Pedro:
“Con los ojos abiertos permanecía en las tinieblas escuchando los sonoros ronquidos de Platón y sentía que sus creencias, que habían sufrido un rudo golpe con las injusticias presenciadas, renacían nuevamente en su alma con más vigor, como el sol que ha permanecido entre nubes y brilla más espléndidamente cuando logra romper el velo denso que lo ocultaba”.
Y es curioso: ambos se enamoraron, en distintos momentos de la vida, de la misma mujer, Natalia, la hija menor de la familia Rostoff, cuya fortuna decayó por el derroche. Alegre, cándida y hasta veleidosa en sus primeros años; bondadosa y caritativa en la madurez.
Bolkonski y Besukhoff, grandes amigos, llegaron a contrastar sus opiniones. Entonces, uno puede imaginarse que es el autor hablando por dos bocas diferentes sobre lo que abunda en su interior. O, más bien, que es él en ese presente recriminándole a ese otro que fue:
“—¿Quién te ha explicado lo que es causar mal al prójimo?
—¿No sabemos todos lo que para nosotros mismos es malo?
—Sí, lo sabemos; pero lo que es bueno para mí, quizá no lo sea para otro —repuso Andrés con vivacidad—. Solo conozco dos males reales: el remordimiento y la enfermedad; vivir evitándolos es la verdadera ciencia de la vida.
—¿Y el amor al prójimo? ¿Y la abnegación? —exclamó Pedro—. ¡No, no soy de vuestro parecer! Vivir evitando el mal para no tener por qué arrepentirse es poca cosa; yo he vivido de este modo, y mi existencia se ha perdido inútilmente; solo vivo ahora, que trato de vivir para los demás; ahora, que he comprendido la dicha. ¡No, mil veces no; no soy de vuestro parecer! Y vos mismo no sentís lo que decís”.
Guerra y paz es una novela colmada de acontecimientos dramáticos. La guerra, por supuesto, la napoleónica y, después, andando los tiempos, algunos brotes revolucionarios contra el zarismo; escenas de enamoramiento; matrimonios por conveniencia; infidelidades; un duelo por honor, jornadas de cacería… En fin, nadie puede quejarse de falta de entretenimiento en esta novela que parece contener el espíritu ruso y dar cuenta de la vieja Rusia zarista y el espíritu de emancipación también.
En el ensayo Visiones de Tolstói, publicado en Revista de Libros de octubre de 2019 (edición virtual hecha en Madrid), Mario Muchnik cita al italiano Renato Poggioli, quien en su ensayo Tolstói como hombre y como artista afirma:
“Es muy difícil separar a Tolstoy el moralista de Tolstoy el novelista”. Poggioli, en el ensayo mencionado, afirma que “incluso en sus escritos más espontáneos era en cierto modo un autor tendencioso que quería demostrar algo y por lo general lo conseguía”.
En Guerra y paz no fue distinto. Publicada inicialmente por fascículos entre 1865 y 1869 en la revista El Mensajero Ruso, es una gran novela moralizante, en la que la trama sirve para mostrar las ideas humanistas del autor que tanto influyeron el mundo a partir de entonces, y, con ejemplos, dar fuerza a sus argumentos de no violencia y amor al prójimo.