Antonio Salieri, reivindicado en su disputa con Mozart

(Por: Andrés Chamorro Agudelo)

En una de sus tantas sentencias definitivas, Borges, recordando al poeta romántico inglés Percy Shelley, aseguró: “…Somos griegos nacidos en el destierro”. La frase, disparada con esa contundencia cercana tan propia del fuego amigo y, claro, de Borges, nos enfrenta a la sospechosa idea de entender a Occidente como un espacio cultural en donde la distancia y la cercanía entre una región y otra es Grecia.

Estas distancias y cercanías que permiten construir el mapa cultural de Occidente, principalmente el europeo, conforman un entramado de convergencias en las que las fronteras convencionales ceden ante la presencia inapelable del mito clásico y sus continuos resurgimientos. Así, por ejemplo, entre el Milán y la Viena del Romanticismo existe una ópera de distancia, L’Europa riconosciuta, una primera estación, el Teatro alla Scala, una última, la tumba vienesa de un compositor veneciano, y el nombre de un hombre que emprende el viaje, Antonio Salieri (1750-1825). Pero el nombre de Salieri ya no remite al hombre, está ligado inevitablemente a su obra, así como el nombre del continente europeo está ligado al mito griego de Europa. Salieri, quien reconoció, como varios siglos atrás lo hiciese Heródoto, la potencia de este mito, logró introducirlo en su ópera por medio del libreto de Mattia Verazzi y ofrecerle al mundo una pieza que dignificó la inauguración de La Scala.

Antes de Antonio Salieri el compositor existió Antonio Salieri el hombre, y ese hombre que supo ser y del cual poseemos pocos y muy distorsionados datos ejerció entre otros oficios el de profesor, y lo fue de Beethoven, así como de Schubert (de los grandes, el único compositor vienés en una Viena capital de la música europea), quienes terminarían llevándose por mérito propio la gloria de ser recordados sin atenuantes.

Franz Schubert (1797-1828), quien cruzó por primera vez su camino con el compositor legnaghesi cuando este se convirtió en su maestro, no pudo adivinar que la distancia entre él y su instructor se colmaría con algunas de las páginas más memorables de la música culta europea. Las fechas de sus nacimientos y muertes comprenden un período trascendental de la historia de la composición musical, entre el uno y el otro transitaron, por nombrar algunos: Mozart, Beethoven y Haydn, y el recorrido significó el esplendor de una época.

Pero los nombres de Salieri y de Schubert estarían atravesados por el destino que anuncia la imaginería griega tan presente en sus obras. Ninguno pudo escapar a sus tragedias personales, a Schubert se le escapó el pleno reconocimiento en vida, y a Salieri se le fue la vida reconociendo el genio de otros. Pero el mito es mito porque retorna, y si bien la difamación, que es peor que el olvido, sería el destino de Salieri, y a Schubert lo esperaría El Parnaso, un acto más estaría por escribirse, ya no sobre los nombres que son simples contingencias heredadas, sobre el legado de los hombres que soportaron en vida el peso de esos nombres.

Como vaticinio del regreso de una gloria pasada fue reinaugurado en el año 2006, y con total éxito, el Teatro alla Scala de Milán con la misma obra con la cual fue inaugurado aquel año de 1778, L’Europa riconosciuta, de Salieri.

Sin embargo, el sino marcó otra suerte para la ópera Fierrabras, de Schubert, que en 2018 y en ese mismo teatro sería presentada con críticas encontradas (por su puesta en escena e interpretación, y no por la calidad de la composición, cabe aclarar), conteniendo así en un estado de perfecto equilibrio el momento de gloria de Antonio Salieri, gracias al cual, su obra se erige donde otras encuentran dificultades, momento de gloria perpetuado por una fortuna propia más de las sentencias definitivas del destino clásico griego que del azar insospechado. Más allá de ese momento retornado, a la obra de Schubert no le faltan reconocimientos, y si el mundo ha de conservar algo de justicia, nunca le faltarán, a la obra de Salieri, por su parte, no debería esperarle un futuro distinto que el de la justa reivindicación.

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