Aupado por las encuestas, el senador de Vermont consolida su liderazgo en la carrera por la investidura demócrata. El “tío Bernie”, como lo llaman sus simpatizantes de origen latino, despierta un innegable entusiasmo entre los que quieren un cambio radical, pero genera recelo en el ala reformista, que lo relaciona la vieja izquierda revolucionaria.
“Estoy con Elizabeth Warren, pero si Bernie Sanders arrasa el supermartes y se convierte en el candidato ésa será la voluntad de la gente. Y entonces pondré un cartel de apoyo a Bernie en mi ventana”, afirma el poeta y editor Matt Zapruder, que representa la quintaesencia del agónico debate interno que consume al partido demócrata de los Estados Unidos.
El aparato de la formación asiste consternado a la marcha sólida del senador por Vermont Bernie Sanders hacia la nominación a la presidencia. La clase dirigente teme que la revolución política que Sanders dice encabezar, anclado en un concepto de socialismo democrático, asuste a muchos votantes moderados y pragmáticos. Chirría ruidosamente la convivencia entre las dos almas del partido, enfrentadas sobre qué perfil enfrentar a Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre. Zapruder bascula hacia el alma progresista -aquí llamada liberal, a diferencia de Europa-. Y su flexibilidad para encontrar al mejor candidato contrasta con la contundencia del informático Tod Goldberg.
“Mi cartel de apoyo en la ventana dirá ‘Querido internet: ninguna de tus opiniones modificará mi apoyo a Warren. Y preferiría no vivir en un campo de trabajo, así que ¡aquí estamos!’”, asevera.
En realidad, Warren y Sanders coinciden en lo fundamental, incluida una regulación de las prácticas capitalistas más condescendientes con la gran banca y una redistribución del presupuesto en detrimento del Pentágono. Pero los matices inclinan el voto progresista hacia Sanders, portavoz de una generación irritada por la escalada en las desigualdades sociales y por el ocaso del concepto de meritocracia que edificó el modelo del sueño americano.
“No entiendo como un poeta (en alusión a Zapruder) no apostó de entrada por Bernie”, nos comenta Jon Hoel en la cola del cine. “Se supone a los poetas ser la vanguardia de lo radical y revolucionario. Y Sanders lo es. Warren se retractó de su compromiso con la cobertura sanitaria universal y falsificó su origen racial a cambio de una promoción en Harvard. ¿Cómo le podemos dar apoyo?”, se pregunta.
Una respuesta a Hoel provino de Sarah Karlinsky, funcionaria federal que confiesa el “miedo que la radicalidad de Sanders nos lleve a un segundo mandato de Trump. Millones de conciudadanos nunca votarán por un autodenominado socialista”, nos asegura en la plaza Franklin de Washington mientras paseaba a su perro. “Claro que votaré a Sanders si es el candidato demócrata. Pero de ahí a poner su cartel en mi ventana, ni hablar”.
El «tío Bernie»
En el suburbio de Wheaton, en cambio, las dependientas de la panadería París, salvadoreñas, parecen dispuestas a dar un paso adelante por “Tío Bernie”, como llaman cariñosamente al septuagenario Sanders.
“Estoy con él porque me parece que simpatiza mucho con los derechos del pueblo”, sostiene Teresa Hernández. A su lado María Posada nos admite que nunca siguió demasiado la política porque “nunca nos han tenido en cuenta”. Sin embargo, Posada asegura que en este ciclo sigue con interés a Sanders porque “mucha gente me ha dicho que con él nuestras condiciones van a mejorar”.
Hernández y Posada son en parte excepciones a la desconfianza que genera Sanders. Muchos cubano-americanos en la Florida, por ejemplo, lamentaban cómo el senador ensalzó las políticas educativas emprendidas años atrás por Fidel Castro en la isla. Sanders provoca desconfianza, sí. Pero también entusiasmo. Y -en caso de salir candidato a la presidencia- será trabajo del Partido Demócrata articular a su alrededor un discurso que aúne a las dos almas de la formación y arrastre a quien prefiera dejar atrás a Donald Trump.
En este sentido analistas políticos como Larry Sabato, director del prestigioso centro para el estudio de la política de la universidad de Virginia, concluye que una candidatura de Sanders lesionaría a corto plazo las posibilidades demócratas de destronar al presidente. Según Sanders el electorado blanco con estudios universitarios y alto poder adquisitivo residente en los suburbios de ciudades como Atlanta, Dallas, Houston o Phoenix abandonarían al candidato por sus posiciones políticas, que estos colectivos consideran radicales. En su análisis Sabato propone, a la vez, evaluar hasta el verano el posible progreso que Sanders conseguiría entre el electorado de clase trabajadora en estados clave como Pennsylvania, Wisconsin o Arizona para determinar su viabilidad como presidenciable.
El futuro de Sanders, y de sus rivales por la nominación, debe aclararse considerablemente este supermartes 3 de marzo, cuando votan 14 estados, entre ellos California, el que aporta más delegados a la convención de todo el país, y otros estados vitales para conquistar la Casa Blanca como Texas y Virginia. Más adelante habrá elecciones primarias casi cada martes -y en algún fin de semana- hasta el 2 de junio.
Sanders se presenta a todas estas citas empeñado en acumular delegados que confirmen su condición de favorito. A la vez deberá trabajar para aglutinar a quien lo ve como una amenaza.