“La pérdida de un hijo es un agujero negro en el que cae toda la familia, es una carencia que no se puede explicar”. Las palabras del Papa Francisco son la imagen exacta de quien ha pasado por el fuego de un dolor que jamás se va. Y sin embargo, la historia de Massimo, el papá de Giovanni que falleció hace casi ocho años por una enfermedad, está llena de amor, de fe, de bondad que vuelve, de hilos que un día, en la fiesta del papá, se reanudan con más fuerza.
“Ayer fue el día del padre. Temprano en la mañana recibí los saludos de mis dos hijas, pero durante todo el día mi pensamiento iba siempre a mi hijo Giovanni. Al regresar a casa, fui a mirar entre sus cosas, no lo había hecho nunca desde que él ya no está. Encontré tarjetas de felicitaciones de sus amigos, pegatinas de su equipo del corazón, fotos… y después también encontré entre mis manos un trozo de papel escrito con bolígrafo por Giovanni que empezaba así: «Querido papá…». Quien lo escribe es Massimo Raimondi, un hombre de ojos dulces, uno de esos que están en su lugar y hablan sólo cuando se les pregunta, uno que trabaja, que se ensucia las manos y cuya vida es el testimonio luminoso de una labor silenciosa, de un servicio al amor, de un agradecimiento continuo a Dios. Desde hace años trabaja en la Caritas de Roma como operador, su oficina está en la Ciudadela de la Caridad donde el Papa Francisco fue el pasado diciembre. Massimo habla despacio, es reflexivo, sabe que las palabras tienen un valor y por eso, al haber confiado a Facebook el relato de un día tan particular, adquiere un significado profundo.
La carta
Es el 20 de marzo de 2019. Giovanni falleció hace siete años. Massimo y Anna, su esposa, que encuentra un inesperado consuelo en los niños de la escuela donde trabaja, viven desde entonces una vida cotidiana marcada por los compromisos, por la ayuda que dan a sus dos hijas Antonella y Alessandra, por la Misa a la que siempre asisten juntos. Giovanni está ahí de todos modos, está en el recuerdo de los amigos que el 23 de junio, precisamente en la fiesta de San Juan, comen siempre pizza con ellos, brindando por el «Frusta», el apodo que le habían dado. Y está en una carta que Massimo encuentra después de tantos años.
«Querido Papá, sé que te parece extraño, pero soy yo, Giovanni, quien escribe esta carta.
Tú, cada vez que esta familia debía afrontar algún tipo de problema siempre te culpabas, pero tal vez no te diste cuenta de todo el bien que hiciste, podría enumerártelo, pero se necesitaría un diario entero…».
Papá ponte a pensar
Para Massimo es una zambullida en el corazón, y desplazando entre las líneas de aquel mensaje saca las cuentas de su vida. Giovanni alude al fracaso de la tienda familiar, «una situación que habría devastado a cualquiera», y también la capacidad de su padre para devolverles un hogar. «¿Pero te has parado a pensar – escribe Giovanni – en lo que construiste después? A pesar de aquella situación, creíste en sus ideales». Ideales como la certeza del amor de Dios, la confianza en la providencia, el hecho de confiar en el respeto de los demás si bien a menudo no se es respetado, abrirse a la acogida, hacerse familia incluso para quienes no la tienen. Para Daniel, un niño pequeño que tenía a su madre en la cárcel, Massimo, Anna, Giovanni, Antonella y Alessandra eran su familia italiana. «Un día me llamó el capellán de Rebibbia – dice Massimo – donde yo era voluntario. Me pidió que acompañara a un chico que tenía un encuentro con su mamá. Todos los sábados lo recogía de la comunidad de monjas donde vivía y lo traía de vuelta, y entendí que el niño necesitaba algo más». Daniel primero se queda unas horas jugando en la casa de Massimo con sus hijos, luego se queda a dormir y al final la permanencia del niño se convierte en una acogida temporal. Hoy es un papá que vive lejos, pero con el corazón en Roma, anclado en la casa de Raimondi.
No eres un perdedor
¿»Todo esto» por qué? ¿Por qué eres un fracasado?»: es la pregunta que en la vida Massimo se formula muchas veces. Se lo pregunta cuando no tiene trabajo, cuando va a Mozambique y ve tanta pobreza, cuando se despierta a las cuatro de la mañana para llevar entregar el vino a los restaurantes de Roma, cuando vacila incluso en su fe. La respuesta simple la encuentra Giovanni. «¡O porque tienes una fuerza dentro de ti que puede hacer que todo el mundo vaya de acuerdo!». He aquí la verdad. Es ese ánimo bueno que, en las dificultades personales, no deja de ayudar a los demás, ofreciendo lo poco que queda, es esa obstinada confianza en la providencia que le abre las puertas de un nuevo trabajo, primero como operador en Villa Glori, implicando también a Giovanni, y luego en la Caritas.
Dios que me ama
La enfermedad estalla inesperadamente. Un día Giovanni se despierta y no puede caminar. Es el comienzo de un recorrido de diagnósticos, hospitalizaciones y preguntas aún sin respuesta. De aquel período queda el gran amor de dos hermanas, completamente dedicadas a su hermano, la fuerza para aferrarse a la Cruz, de permanecer unidas como una familia. «La muerte de Giovanni – dice Massimo – nos ha compactado gracias a la fe. A quien el día del funeral me decía que era una prueba del Señor, le respondía que era imposible, porque el Señor al que yo amaba y amo tanto, el Padre que me ha levantado muchas veces, no podía quitarme a mi hijo. ¡Mi hijo, no! No era así”.
Está con nosotros
«Estoy convencido de que está en el cielo y nos espera. Pero lo siento vivo, lo veo en la cocina, en el balcón, lo encuentro mientras arreglo las flores». Giovanni está en vuelo, como el águila, símbolo del Lazio, el equipo del corazón que amaba y seguía. Está en vuelo, llena la vida de quien lo ha conocido y sonríe hoy más que nunca mirando a Nicholas, el sobrinito que llegó hace unos meses: el presente y el futuro de una vida que nunca muere.
«Querido papá, te digo con todo mi corazón, si hay un ganador aquí, eres tú.»
Éste ha sido el regalo más hermoso, venido del cielo, que un papá – escribe Massimo – podría desear.