(Por: Manuel Alcántara*)
Entre el azaroso galimatías de todas las preguntas que afloran para seguir el momento actual hay dos grupos de cuestiones que personalmente me llaman más la atención.
El primero tiene que ver con el asunto de las responsabilidades. Es decir, averiguar en la cadena de decisiones que se dan desde el principio del proceso cuáles fueron los nodos decisivos, con qué información se ha ido contando y qué medidas se tomaron o se dejaron de poner en marcha, así como por parte de quién en el marco de una actuación compleja con sujetos que juegan papeles diferentes.
El segundo está relacionado con la eficiencia de las disposiciones habidas en función del entorno existente en sus dimensiones social, cultural e institucional. Algo que se vincula con temas conectados con la mayor o menor bondad de la democracia frente al autoritarismo, del grado de eficacia del mercado con respecto al estado, en fin, con la idoneidad de supuestos individualistas en tensión con otros de corte comunitario.
Sendos conjuntos de asuntos tienen obviamente un nexo en la medida en que la responsabilidad no se ejerce en el aire sino en un entramado muy concreto. Angela Merkel, cuando se dirige a la sociedad alemana lo hace asumiendo un bagaje propio y colectivo que poco tiene que ver con el de Donald Trump y nada con el de Xi Jinping cuando hacen lo respectivo. Por ello, la responsabilidad efectiva no solo de cada uno de ellos sino también de las personas que integran los países que lideran es difícilmente mesurable. Por un lado, la fría estadística mostrará unas cifras con las que se pretenderá evaluar el estado de la cuestión, pero, por otro, quedará extendido un pequeño manojo de ideas que narrarán con cierta vocación explicativa la épica del momento: el legado del escenario de inseguridad, la fragilidad de los cimientos de una vida que se muestra incierta y el valor de un regreso a cierta normalidad, sin perjuicio de que sea muy diferente a la conocida hasta hace apenas unas semanas.
Si Shoshana Zuboff se refiere al capitalismo de la vigilancia por la explotación digital de la experiencia privada que se convierte en datos por parte de empresas muy poderosas, Byung Chul Han subraya la relevancia de la vigilancia digital por la que el big data logra salvar vidas al coste de reconocer una idea muy simple, aunque revolucionaria, consistente en que la soberanía se ha redefinido y hoy es soberano quien “dispone de datos”. Por consiguiente, se produce un hiato en todo este escenario según el cual la responsabilidad de quienes tienen los datos y a la vez toman las decisiones tiene poco que ver con la de quienes también toman decisiones, pero dan similares palos de ciego como en cualquier otra pandemia en la historia. Así, soslayando la importancia de las responsabilidades, como subrayaba Hannah Arendt, hay un silencio ominoso que todavía recibimos por respuesta cuando nos atrevemos a preguntar no “¿contra qué luchamos?” sino “¿para qué luchamos”?
*Politólogo. Universidad de Salamanca. España.