El canon
Lo primero sería entender el concepto de canon literario, lo cual nos llevaría probablemente una tesis doctoral, que, además de dispendiosa, sería innecesaria ya que son muchos los académicos de los estudios literarios, en todas las épocas, que han intentado establecer un “canon”. Entre ellos, Harold Bloom, quien en su maravilloso libro El canon de occidental hace una juiciosa aproximación a las grandes obras literarias que se convierten en referente a lo largo de la historia de la humanidad. Pues bien, asegura el profesor Bart D. Ehrman en su obra Jesus, Interrupted, que el origen de la palabra canon se remota a los tiempos en los que los patriarcas del cristianismo en el siglo I D.C eligieron entre los numerosos evangelios o narraciones sobre el nacimiento y vida de Jesús, los que formarían parte del libro que serviría como guía espiritual del mundo cristiano que cada vez tomaba más fuerza.
En tiempos modernos, la Real Academia de la lengua española trae diecinueve acepciones de la palabra canon, de las cuales, considero que la más adecuada para la respuesta a la remitente del correo sería la quinta, que dice lo siguiente: “5. m. Catálogo de autores u obras de un género de la literatura o el pensamiento tenidos por modélicos”. Es decir, entendemos por canon literario aquel compendio de obras que han transcendido en el tiempo y que se convierten en referentes para los estudios literarios. El canon es pues elegido por alguien y en ese sentido es eminentemente subjetivo; y, aunque usualmente ese “alguien” es un experto en estudios literarios, no deja de ser capricho o gusto personal. No obstante lo que ha creado un canon literario universamente aceptado es precisamente que ese gusto personal se haya convertido en un querer continuo y colectivo o, mejor dicho, un común denominador.
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Nos gustan los libros que me obligan a leer entre líneas, que me quitan el aliento cuando los termino, que me hacen reír, que me hacen llorar, que me hacen amar u odiar a un personaje determinado, que me enseñan hechos históricos o hechos fantásticos que representan al ser humano y su propia realidad… También me gustan los que atrapan desde la primera frase. Es decir, muchos… algunos no los quiero soltar y otros los tengo que leer varias veces para entenderlos, pero no por eso dejan de entretener. La primera vez que leí una versión escolar de Don Quijote de la Mancha lo consideré muy aburrido y, cuando estudié literatura y tuve que leerlo, esta vez completo, me pareció y me sigue pareciendo la mejor y más divertida novela jamás escrita. Lo podemos leer y releer y cada vez encontramos más aspectos, no solo divertidos sino sorprendentes e interesantes. También, cuando en el colegio me hicieron leer La Odisea, me interesé en la mitología griega y desde entonces no puedo parar… en fin, no tengo respuesta para establecer esa sutil diferencia que me pide. Pero a pesar de mis reflexiones sin respuesta, voy a mencionar algunas obras que a mi juicio vale la pena leer y que constituyen referentes innegables en la historia de la literatura occidental. Le propongo, querida lectora, una lista caprichosa de quince obras que representan, cada una, algunos de los movimientos literarios más importantes y que considero muy entretenidas o, por lo menos desafiantes:
Amadiz de Gaula, trascrita de la tradición oral en 1508 por Garci Rodríguez de Montalvo.
Las novelas ejemplares y amorosas (1637) de María de Zayas y Sotomayor.
Cándido o el optimista (1759) de Voltaire.
Atalá (1801) de Chateaubriand.
Cumbres borrascosas (1847) de Emily Brontë,
Madame Bovary (1857) del gran Gustave Flaubert.
La señora Dalloway (1925) de Virginia Wolf
La muerte en Venecia (1912) de Thomas Mann
Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley
La peste (1947) de Albert Camus
Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo
La región más trasparente (1958) de Carlos Fuentes
Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez
En diciembre llegan las brisas (1987) de Marvel Moreno