Néstor Raúl García Canclini escribió recientemente su libro: «Ciudadanos reemplazados por algoritmos» y en estos tiempos en donde la tecnología nos ha superado, es urgente, válido y muy necesario entender realmente lo que está pasando. En El Salvador sólo presenciamos las grandes trifulcas cibernéticas en redes sociales, desde lo más sublime a lo más perverso y odioso. ¿Pero qué es lo que está pasando en este ámbito? Es necesario reflexionar sobre ello con los más autorizados en estos temas. En esta oportunidad ofrecemos framentos del libro mencionado y la oportunidad que usted pueda leerlo completo en nuestro sitio web: http://www.elindependiente.sv/
Dice el maestro Canclini que: «Hay un lugar donde hubo derechos y ahora perplejidad: el de los ciudadanos en el capitalismo global y electrónico. ¿A quién le importamos los ciudadanos? Muchos partidos y sindicatos parecen reducirse a cúpulas que se distribuyen prebendas. Desde la expansión de la videopolítica, la televisión canaliza quejas y críticas sociales a los gobernantes tratándonos como espectadores. Las redes prometen horizontalidad y participación, pero suelen generar movimientos de alta intensidad y corta duración».
«Nuestras opiniones y comportamientos, capturados por algoritmos, quedan subordinados a corporaciones globalizadas. El espacio público se vuelve opaco y lejano. La desciudadanización se radicaliza, mientras algunos sectores se reinventan y ganan batallas parciales: por los derechos humanos, por la equidad de género, contra la destrucción ecológica, etc. Pero los usos neoliberales de las tecnologías mantienen y ahondan las desigualdades crónicas del capitalismo. ¿Qué alternativas tenemos ante esta desposesión? ¿Disidencias, hackeos? ¿Cuál es el lugar del voto, esa relación entre Estado y sociedad reprogramada por las tecnologías y el mercado, cuyo valor es cuestionado por movimientos sociales independientes?», sostiene García Canclini.
A continuación fragmentos de su libro «Ciudadanos reemplazados por algoritmos»:
De los ciudadanos mediáticos a los monitorizados
Ciertas formas clásicas de ser ciudadano fueron deshabilitadas por el poder mediático. Necesitamos recorrer brevemente esta etapa para luego evaluar en qué grado la sustracción –o reinvención– de poderes de la ciudadanía es atribuible a las redes sociodigitales. A quienes nos formamos en la segunda mitad del siglo __ el liberalismo nos contó que la ciudadanía era algo que se tenía y se ejercía por pertenecer a una comunidad que habitaba un territorio. Haber nacido en Argentina, Brasil o Francia daba derechos de habitar y circular por esos países, educarse, trabajar y relacionarse con los demás ciudadanos y con los extranjeros de acuerdo con leyes nacionales. Se suponía que esos derechos eran garantizados por gobiernos, partidos políticos y sindicatos, en los que se podían disputar los cambios necesarios. Esa idea de la ciudadanía como ejercicio universal para participar en la gestión de los bienes comunes ha sido cuestionada por la exclusión de las comunidades indígenas o su asimilación forzada y los lugares restringidos para quienes podían ser ciudadanos, notoriamente las mujeres que no votaban en la mayoría de los países hasta mediados del siglo __ y aún en el actual reciben sitios mínimos (Álvarez 2019). A estas de_ciencias graves se añadieron en los países latinoamericanos frecuentes golpes militares que cancelaban la vida democrática (aunque se vivía como interrupciones luego de las cuales podíamos imaginarnos de nuevo como ciudadanos).
En las últimas décadas dejaron de repetirse los golpes, pero otros procesos fueron quitando convicción al liberalismo político y su visión de la democracia. Los responsables de gobernar, incapaces de asegurar los derechos (y a menudo cómplices de fuerzas ilegales que los vulneran) desactivan la participación política que los impugna. En las zonas más violentas y descontroladas, despliegan acciones militares que anulan derechos humanos y agreden violentamente a las redes ciudadanas que los de_enden. Distorsionan los métodos democráticos, como las elecciones y los recursos judiciales (el Brasil de Bolsonaro o el chavismo en Venezuela) y militarizan zonas de la vida social.
Videopolítica: ¿incluye, excluye o calma?
El avance de los medios tiene resultados divergentes para los ciudadanos: expande y a la vez neutraliza la participación social. Cuando la televisión se convirtió en protagonista de la comunicación y desplazó a la prensa, creó la videopolítica: los debates y la formación de la opinión pública pasaron de las plazas y las calles a las pantallas. Los políticos se fueron alejando de sus votantes y los aparatos partidarios perdieron su poder mediador entre las demandas ciudadanas y los gobiernos. En Chile y Uruguay, donde los partidos mantienen capacidad de intermediación, preservan papeles signi_cativos en las disputas políticas; en Argentina, Colombia y otros países su fragilidad los volvió dependientes de los dispositivos mediáticos. En 1991 escribía Oscar Landi: “En términos generales, la videopolítica parece posibilitar el desarrollo de partidos de bajo tono ideológico, de agregación pragmática, de reivindicaciones e intereses –lo que se conoce como ‘catch-all parties’– ya sea por transformación de los preexistentes o por la emergencia de otros nuevos sobre la base de la con_abilidad despertada por ciertos líderes o estéticas políticas” (Landi 1991, 5).
La estética está al servicio de una recon_guración sociocultural: “un Presidente con buen contacto con la gente, amigo de artistas y deportistas, que es imitado por humanistas y él mismo imita diversas identidades sociales, unido a la buena construcción de la agenda por ciertos comunicadores, constituyen entonces el juego central del verosímil cultural menemista” (Ibid., 6).
Afectos, representaciones y simulacros siempre vinieron enlazados en las acciones de los gobernantes, también en las protestas escritas y los actos callejeros, pero se remodularon en la propaganda televisiva, las mesas de debate y los shows. ¿Qué importan en estos pactos afectivos y económicos de comunicadores y políticos las protestas sociales? Las marchas de manifestantes subsisten, aunque los medios suelen hablar de ellas casi únicamente cuando perturban la vida urbana o las actividades económicas más rentables.
Las reglas del espectáculo televisivo reconstruyeron el sentido de la política. El ciudadano telespectador está disponible para el acontecimiento más que para el discurso: en vez de argumentos razonados o programas partidarios espera individuos excepcionales, confía en héroes que acaben con las prebendas de los funcionarios (de Collor a Bolsonaro) o emblematicen la posible superación del trabajador de sus privaciones de clase (Lula). El clásico estudio de Landi percibió en Brasil en los años ochenta esta remodelación de vínculos de con_anza entre ciudadanos y poder, cuando caían la credibilidad de los partidos y el protagonismo de la cultura letrada.
Pero acaso la teatralización, la ritualidad que exalta y solemniza a individuos, líderes, incluso lo carnavalesco ¿no formaron parte durante siglos de la acción política? ¿Vamos a olvidar el poder del receptor ante la pantalla, que creció desde que la oferta televisiva se distribuye en canales abiertos y de paga, y que aun en los programas de _cción o parodia hacia los políticos discierne entre el goce por la puesta en escena y los hechos que lo afectan? Las descodi_caciones variadas en las lecturas de televidentes se amplían hoy con las pequeñas pantallas interactivas, los memes sarcásticos junto a las noticias que da un medio y las oportunidades de confrontarlas con otros. Sin embargo, ser espectadores activos o usuarios prosumidores no es sinónimo de ser ciudadanos. Para llegar a una visión más compleja de estos pactos entre medios, redes y nuevas ecologías socioculturales, exploremos direcciones escondidas en las que las industrias culturales vienen recon_gurando la escena pública, los procedimientos de interpelación y las interacciones habilitadas –o canceladas– a las audiencias o usuarios. La posibilidad de quién y cómo puede llegar a los _ujos informáticos, comprenderlos y actuar respecto de ellos depende de cambios estructurales en las alianzas entre comunicadores, actores políticos y económicos; no sólo se deben considerar los recursos individuales para tener canales de pagos (hoy banda ancha y dispositivos con alta capacidad de conexión y aplicaciones), sino también se tienen que comprender los objetivos de nuevos actores comunicacionales, la dinámica de la concentración tecnodigital, quiénes y en qué áreas o circuitos reúnen las condiciones para intervenir con e_cacia.
Los medios masivos convirtieron en sentido común global la tendencia neoliberal que trans_rió funciones clave de los Estados nacionales –gobernar la economía y las comunicaciones, gestionar lo que entra y sale de cada país– a organismos y corporaciones internacionales.