El tiro de gracia

Por: Francisco Parada Walsh/

Cuando era niño escuchaba hablar del tiro de gracia que se le da al moribundo como un favor a su agónico momento después que el pelotón de fusilamiento cumpliera la orden de acabar con el condenado. Jamás imaginé que esa acción tan inhumana se practicara hoy en día. Me entristece saber que en esta cuarentena se le han dado tiros de gracia no a personas moribundas sino completamente sanas, a una sociedad que venía golpeada y saqueada pero aún conservaba el buen ánimo para salir adelante y todo, por una decisión personal y antojadiza.

Los que vivimos la guerra civil entendemos que siempre en un enfrentamiento es el pobre quien saca la peor parte y ese tiro de gracia es dado con toda impunidad al pobre y a una olvidadiza y poca atenta clase media. Nunca imaginé ser testigo de un genocidio, nunca; estoy triste, muy triste de ver calles llenas de cadáveres de niños, mujeres, hombres, ancianas, personas con alguna discapacidad; a todos se les ejecutó en el nombre de la nada. No son los crematorios de Auschwitz sino las casas de cartón y de algunos elegantes vecindarios con sendas hipotecas a pagar donde muere mi gente, en hoteles encerrados, agonizando, gritando por ayuda.

Tiro de gracia. Sufro mucho porque conozco a centenares de personas que agonizan, tiene que haber otro tiro de desgracia para que ya no sufran. El Pinochini de América sobresale en los anales de la historia como un país violento, fratricida, cual hordas de bárbaros se matan entre sí; vale la pena traer a la memoria el genocidio de 1932, la guerra contra Honduras en 1969, la guerra civil que costó la vida de más de ochenta mil hermanos, los miles de muertos por las pandillas que se estima sobrepasan los de la guerra civil ¿Qué aprendimos de tan duras lecciones de violencia?: ¡Nada, nada! y antes que termine este siglo rojo estamos viviendo otro genocidio, el del 2020 donde por las cunetas corre la sangre azul y blanco; calles atestadas de cadáveres vivientes, esos pobres que vinieron a este mundo a sufrir, esos desdichados que su delito era vivir del ayer, siempre contra corriente como el salmón, arrechos, luchadores de la vida que poco a poco les inyectan la medicina amarga no en sus venas sino en su digno corazón; es un tiro de gracia para cualquier ápice de esperanza.

Desarmar una economía es fácil, revertir tal proceso es lo difícil, casi un imposible. No tener empatía ni solidaridad con el más necesitado dice mucho de lo mal que andamos como sociedad y podemos voltear la mirada hacia la vecina Costa Rica y ver cómo sale adelante, cómo enfrenta tanto al virus y nos enseña que la economía de una sociedad es el motor de un país, acá, con la pandemia del miedo poco importa rematar al más pobre; empezarán los embargos, los desahucios, el hambre y la muerte serán cosas de días. Sin embargo nada parece importar, nada; enfermos que adolecen de patologías crónicas sin medicamentos, empleados caminando largas distancias para llegar a sus trabajos, niños cuyos padres ya perdieron sus trabajos confinados a una habitación.

Por favor amigo lector ¿Cómo se le llama al desprecio a la vida de mi prójimo?: Maldad pura, lamentablemente lo que estamos viviendo no es una película o una pesadilla de la cual despertaré asustado pero todo fue un mal sueño y ya pasó, no, lo que se vive y vivirá es una tragedia que día a día cobra más víctimas; conozco la pobrera rural y la urbana y hay un mundo de diferencia, acá en mi montaña siempre hay un alma bondadosa presta a regalar algún vegetal, una sopita, un matul de frijoles pero allá abajo es lo más cerca del infierno donde sin haber muerto aun, millones de salvadoreños boquean cual peces fuera del agua, solo esperan el tiro de desgracia para acabar con su indescriptible realidad y sufrimiento. Tiro de gracia al comerciante informal, a la micro empresa, a la mediana empresa y la vida más cara cada día, todo aumenta menos el respeto a la dignidad del salvadoreño. Sufro porque este genocidio no es casualidad, no es fortuito; es una masacre donde el único pecado es ser salvadoreño.

Este genocidio no se trata de divergencias en la raza, política o credo sino en la maldad más exquisita. La risa de un niño se convirtió en llanto, el sudor de un hombre en lágrimas, la música en chillido de tripas, el presente en un abismo profundo. Poco puedo hacer, día a día caen amigos, conocidos con sendos tiros de gracia. Solo Dios puede parar esta tragedia, y quizá por nuestro karma ancestral todo está y sucede como debe de ser.Tiro de gracia para mi hermano. Las calles están inundadas de muertos, algunos agonizan, su respiración es jadeante, la mirada pérdida, de su boca sale un hilo de sangre color azul y blanco.

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