Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa*/
La naturaleza en sus expresiones materiales originales, es decir el universo con sus múltiples objetos como las estrellas, las nebulosas y las rocas, antecedieron a la vida.
La vida evolucionó y llegó a formas avanzadas que albergaron las semillas del pensamiento, lo cual es un atributo de los seres humanos que, congregados, formaron culturas. La cultura humana o más realistamente las culturas humanas son “recientes” construcciones de los humanos, también recién llegados, en la historia de la Tierra.
A medida que los seres dejaban de ser menos homínidos para ser más humanos tenían que alimentarse, abrigarse y defenderse y fueron descubriendo maneras de hacerlo.
Los seres humanos fueron primero cazadores y recolectores, después sembradores en la tierra y domesticadores de animales. El instinto del dominio sobre otros seres estaba en embrión. La agricultura y la ganadería daba sus primeros pasos y con piedras y pedazos de madera surgían las primeras herramientas.
Es importante recordar que, instintivamente, los seres vivos superiores tienen una tendencia a guardar reservas alimenticias. Los humanos primeros debieron hacer lo mismo y de ahí les vino la tentación y la necesidad de guardar alimentos y protegerlos para usarlos en otros tiempos adversos para la recolección. Y surgió la tendencia a acumular.
Pasaron millones de años y todas esas costumbres fueron evolucionando y se hicieron complejas. Esas prácticas y costumbres fueron constituyendo culturas que obviamente en el proceso de constituirse interactuaron con la naturaleza. Cultura marchaba en paralelo a natura.
Se presume que desde las primeras etapas de las culturas hubo tendencia a que los humanos dominaran y usaran a la naturaleza y, además, pudieran acumular en función de diferencias individuales de fuerza, talento o ambos atributos.
Desde hace mucho tiempo, debe haber habido preocupación por esa tendencia a acumular. Eso se puede deducir de la parábola del Maná cuando los seguidores de Moisés en el desierto, en lejanos tiempos bíblicos, ante el hambre que padecían en su travesía por el desierto, Dios, como ser supremo, les envió desde el cielo lluvia de Maná, un alimento sabroso que saciaba el hambre. Moisés advirtió que sólo se recogiera lo necesario para comer. Algunos desoyeron la advertencia y tomaron más de lo necesario y lo guardaron para encontrar al día siguiente que el Maná olía mal y estaba podrido. La tendencia a acumular para provecho propio se castigaba, según la parábola de las religiones monoteístas, con dureza.
Esa es una expresión religiosa, una faceta importante en la construcción de culturas, que intenta aleccionar y educar al pueblo: diciendo no es bueno el egoísmo de acumular alimentos, para beneficio propio, que hacen posible la vida de todos.
Podría decirse que lo esperado hubiese sido que los humanos y sus culturas interactuaran armoniosamente con la naturaleza y que constituyeran una suerte de tándem que marchara conjuntamente, a lo largo de los tiempos, de manera complementaria; pero la historia y otras ciencias sociales enseñan que, entre cultura y natura, entre humanos y naturaleza, ha habido contradicciones esto es, una interacción dialéctica donde la colisión y la contradicción son permanentes.
Las alarmas y las realidades recientes, del último siglo, sobre los conflictos socio-ambientales que han llevado a las pandemias, incluida la de covid19, al llamado calentamiento del planeta y al cambio climático, tan globales y de tanto y variado impacto, deben ser analizados a la luz de las ciencias. Eso se ha visto reforzado en la actual coyuntura. La gente confía y tiene esperanzas en al trabajo de los científicos. Ojalá venga el tiempo de dar al traste con los dogmas y, en su lugar, se instale la ciencia como referente en la vida de los humanos.
La manera de alimentarse de los humanos, con todo extraído de la naturaleza, es algo inherente a su cultura. Pero debe ser también asunto importante para la ciencia, no sólo para determinar las propiedades alimenticias, sino los riesgos de invadir ecosistemas y alterar especies silvestres. El humano, desde siempre, ha sido muy dado a irrespetar especies silvestres, y de ahí el origen de las mascotas que, en la actualidad, son parte importante de la vida de los civilizados, sobre todo de clases altas, y componente importante de la actividad económica y comercial de los países.
En ese contexto se ha dado el supuesto origen de un virus, en la muy inmensa cantidad de los existentes y casi todos inocuos, que agobia a la humanidad: una persona comió un animal –no importa si como parte de una costumbre antiquísima- que albergaba un virus para el animal inofensivo y conviviente, que pasó a un humano y ha resultado en este letal patógeno que tiene en vilo y angustiado al género humano, el coronavirus o Covid19.
Hay que reflexionar sobre lo esencial que es conocer a fondo la naturaleza, respetarla y convivir con ella como lo que es: la madre naturaleza. Amplias perspectivas para la educación y las ciencias.
*Docente universitario salvadoreño.