Los salvadoreños conmemoraron esta semana el asesinato del padre Rutilio Grande, crimen que despertó la conciencia social del futuro santo Oscar Arnulfo Romero, víctima de los escuadrones de la muerte.
El padre Grande fue emboscado y ametrallado por la Guardia Nacional el 12 de marzo de 1977, mientras viajaba en un automóvil junto a dos personas en la carretera hacia El Paisnal.
El religioso tenía 49 años de edad y una obra en defensa de los pobres desde su parroquia de Aguilares, donde creó las comunidades eclesiales de base para combatir los atropellos de terratenientes y las autoridades.
Calificado por sus enemigos como un agitador comunista, el padre Grande es el primer mártir de la Iglesia salvadoreña, actualmente en proceso de beatificación, y su muerte afectó radicalmente a monseñor Romero.
Según diversas investigaciones, el general Ramón Alfredo Alvarenga, a la sazón director de la Guardia Nacional, seleccionó un comando con la orden expresa de matar a Grande, a tres semanas de su célebre Sermón de Apopa.
Fue cuando afirmó que las biblias no podrían entrar a El Salvador por subversivas, y que a Cristo lo acusarían de agitador que confunde al pueblo con ideas foráneas, y sin dudas lo volverían a crucificar.
Al conocer el crimen, monseñor Romero ofició la misa en el templo donde velaron los tres cadáveres, y al día siguiente anunció su renuncia a toda actividad con el gobierno hasta que el asesinato fuera investigado.
Romero era amigo personal de Rutilio Grande, quien además era el confesor del arzobispo de San Salvador, cuyo asesinato en marzo de 1980 desató una guerra civil que desangró al país durante 12 años.
El 22 de noviembre de 2016, el Vaticano inició por decreto la fase romana de beatificación y canonización del padre Rutilio Grande, cuyo milagro, dice el papa Francisco, fue justamente convertir a Romero.